CRUCES > EL BORGES DE PIGLIA EN LA TV PúBLICA
Después de las cuatro emisiones de Escenas de la novela argentina, Ricardo Piglia vuelve a dar clases magistrales en la pantalla de televisión, nada menos que sobre Borges. Con público en el estudio y algunos invitados especiales, Piglia desgrana las figuras de un Borges desdoblado entre el literario y el real, entre el político y el de ficción.
› Por Fernando Bogado
Si hay algo que ha hecho Borges a lo largo de su vida fue engrandecer al Borges literario y casi borrar al real. La operación le llevó tiempo, mucho tiempo, y mucho esfuerzo, pero finalmente fue exitosa: nadie tiene dudas de que la literatura argentina, si no se resume, como mínimo tropieza con Borges. Y, claro está, uno de los puntos centrales en donde ese nombre es cifra de algo más (¿una insistencia nacional?, ¿una llave que permite abrir una puerta a la argentinidad más profunda, si es que hay tal?) es la conexión de su figura con la política. La lectura de Ricardo Piglia va desde ese texto casi programático de 1979 llamado “Ideología y ficción en Borges”, pasa por la entrevista que le realiza Horacio González en 1986 para Unidos (publicada en Crítica y ficción) y termina en la reciente transmisión por la Televisión Pública de cuatro clases magistrales en torno de este escritor: en este itinerario no ha hecho otra cosa que insistir en la relación de Borges con la política, no por fuera de su obra sino, muy por el contrario, por dentro, desde la lógica misma de esas formas breves, microscópicas, que condensan un conflicto que nunca se ha resuelto, ni en su literatura, ni en el ámbito histórico de la Argentina: el duelo sarmientino entre civilización y barbarie.
Lectura política, entonces. Pero hay que puntualizar: la tarea que lleva a cabo Piglia no se reduce a observar las adscripciones circunstanciales del Borges “real”, algo que caería en una relación fácil y directa entre el campo literario y las circunstancias histórico-políticas, sino que analiza la forma borgeana, el Borges “literario”, como un intento de poner en juego este conflicto entre los extremos mencionados sin por eso callarlos o pacificarlos. En eso, después de todo, hay una sintaxis: combinar elementos de diferente orden o naturaleza en una misma serie. ¿No es eso lo que está en “El Aleph”? Lo que se ve en ese punto que contiene todos los puntos es traducido por la escritura borgeana con la puesta en serie de objetos tan disímiles como “el populoso mar” y unas intrascendentes baldosas de la calle Soler. Aquí se plantea una oposición: o la serie de elementos opuestos es una forma de anular cualquier colección, cualquier puesta en orden del Universo (digamos, una ironía) o esa misma colección, aunque insuficiente, es un intento de poner orden, de dar sentido al mundo. Piglia es tajante: como Borges, opta por el orden, opta por el sentido, es preferible el laberinto, con sus intrincados pasillos, antes que el caos. Basta con señalar que, para Piglia, Foucault ha leído mal a Borges: la serie de “El idioma analítico de John Wilkins” no es una chanza a cualquier intento de orden, sino el planteo de una organización, por más efímera que sea, para dar un sentido.
Lo sabemos: dar orden, dar sentido, es un acto retrospectivo. “Kafka y sus precursores” insiste en ello. Piglia va un poco más a fondo y parece afirmar que la literatura de Borges no es otra cosa que la permanente exhibición de una ficción de origen como una reorganización, desde el presente acto de escritura y hacia el pasado histórico, de esas acciones silenciadas y silenciosas que se dan en el tiempo: las decisiones más importantes de nuestra vida las tomamos sin darnos cuenta, afirma Piglia, y la puesta en orden nos permiten creer que hay allí, en nuestra vida, un sentido. Esa ficción borgeana de origen, entonces, lidia con dos pertenencias anteriores al acto de escritura que hay que organizar en la forma sin por eso pacificar el duelo que entablan permanentemente. Las dos pertenencias que impulsan esta escritura son, claro está, la memoria y la biblioteca. Como aclaró en “Ideología y ficción...” e insistió en “Borges y los dos linajes”, texto de ese maravilloso libro que es La Argentina en pedazos, memoria y biblioteca son dos nombres más de una oposición que aparece de vuelta en su genealogía: memoria como la épica oral del lado materno de su familia, biblioteca como la escritura activa y lectora del lado paterno. Y hasta podríamos arriesgar: la memoria como la barbarie, la biblioteca como civilización.
Luego de las emisiones de Escenas de la novela argentina el año pasado, las cuatro clases dedicadas a Borges por Ricardo Piglia y (significativa, sintácticamente) previas a La letra inesperada, el documental de Ricardo Forster, funcionan como una síntesis de un trabajo crítico de años que se detiene en cuatro momentos particulares de esa formulación germinal de “Ideología y ficción...”. Mientras que la primera clase parte del “¿por qué Borges?”, la segunda y la tercera se detienen en cada par del binomio “memoria y biblioteca” para cerrar con una lectura política de Borges, alguien que pasó de ser invitado por Homero Manzi a formar parte de Forja, a transformarse en el mismo que luego consideraría la democracia como un abuso de las estadísticas.
Despojado, sobre un escenario que dispone imágenes del Borges “real” (una imagen difusa en blanco negro de alguien a quien desconocemos si lo vemos tomando mate, con barba candado y sonrisa cuasi gardeliana), Ricardo Piglia presenta una lectura de Borges, el “literario”, que encuentra en su ficción el momento más importante de su incidencia política: la forma ficcional entra en este ámbito a través del planteo de utopías, de mundos posibles, no planteando una ideología sino articulándola. Gran frase del último encuentro que también presenta una suerte de dictum en torno de cualquier lectura eminentemente crítica: un escritor no inventa su ideología, sino que la encuentra (y después vemos qué hace con ella).
La primera reunión de Ricardo Piglia con Borges, digamos, con el Borges de carne y hueso, ese que estaba por fuera del borde del libro y que resulta un tanto triste comparado con el otro Borges, se dio cuando el primero tenía apenas dieciocho años. En el medio de la conversación sostenida y un tanto intimidado por la figura del escritor ya reconocido por muchos, un joven Piglia señala, con un poco de desparpajo adolescente y el sano atrevimiento de la edad, que uno de sus cuentos, “La forma de la espada”, estaba mal escrito. El final, ése en donde Moon le aclara al oyente, un tal “Borges”, que él era el infame traidor, estaba de más: ya se podía deducir por lo contado en el relato que el narrador, con una cicatriz en forma de luna en el rostro, no era otro que el misérrimo antagonista. Borges alcanza a responder, con un claro dejo irónico: “Así que usted también escribe cuentos”.
El Borges de Piglia es ese mismo contrapunto, esa misma observación que parte de la escena personal, una “ficción de origen” recuperada y sostenida en el tiempo que en estas emisiones regresará con el objetivo de repensar a Borges, volviendo así a una serie de cuentos, ensayos y poemas que conforman una casi inmutable tradición para cualquier escritor argentino. A la larga, lo que exhibe esta relectura de Borges llevada adelante por Piglia es lo que el propio Borges (¿cuál de todos ellos?) demanda hasta el hartazgo: la lectura crítica que un escritor le hace a otro.
Los cuatro programas de Borges por Piglia se emiten desde el sábado 7 de septiembre hasta el sábado 28 inclusive por la Televisión Pública, a las 21.
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