Domingo, 3 de noviembre de 2013 | Hoy
ARTE > LA MUESTRA MEMORIA DE LA ESCULTURA 1895-1914 EN EL MNBA
Durante varios años, el equipo del MNBA se dedicó a preparar esta exposición de su patrimonio. El resultado es un panorama que abarca desde la fundación del museo, en 1895, hasta el IV Salón de Artes Plásticas, en 1914, el período en el que se institucionalizó el campo artístico argentino. Y, sobre todo, se focaliza en el trabajo de Eduardo Schiaffino, primer director, el hombre que viajaba a buscar estas piezas, que cuando no las conseguía encargaba calcos y que tenía una idea de museo con función social y educativa, acompañando el programa modernizador de su época.
Por Gustavo Nielsen
La escultura tiene un parecido con la arquitectura a la hora de intentar aprender de sus obras. Supongamos que uno quisiera saber cómo es la espacialidad de la Ville Saboye de Le Corbusier. Podría intentar ubicarse imaginariamente en la maqueta que está en el Museo de Maquetas de arquitectura de la FADU, en la Ciudad Universitaria. Podría valerse de un ejemplar de la revista japonesa GA Houses, donde fue retratada en cientos de hermosas fotos. Podría leer sesudos y maravillosos textos en libros de crítica arquitectónica, en autores tan disímiles como Benévolo o Venturi. Podría “pasear” por la casa de la mano de los múltiples videos y películas que se filmaron sobre ella. Podría realizar una maqueta virtual de gran definición e incluirse en un recorrido programado. Pero ninguna experiencia de éstas igualaría la verdadera conmoción de tomarse el tren hasta Poissy, en las afueras de París, caminar en subida las cuadras que te llevan a su lote y pasar esa puerta. Recién cuando lo hacés, sabés.
En el presente sucede algo peor: los alumnos de la facultad de hoy se manejan casi exclusivamente con sus teléfonos celulares. Intentan hacer la experiencia supletoria del espacio en estos pequeños formatos sin detalle. Cuando yo estudiaba, al menos mirábamos fotos de gran tamaño, veíamos las películas en pantallas gigantes, leíamos libros enteros. Soy muy antiguo a la hora de enseñar: soy de los que creen que para saber de arquitectura hay que leer, hay que visitar obras y ciudades, hay que tomarse el tiempo para la promenade que planeó Le Corbusier en su casa rara.
Y digo que la escultura es como la arquitectura porque se la disfruta igualmente en las tres dimensiones. Los papistas me van a informar que mirar un cuadro en un libro no es lo mismo que mirarlo parado frente al original. Los entiendo, pero para las dos dimensiones una reproducción plana es un buen sustituto, al menos en lo que concierne al aprender a ver.
Te cuentan lo rico que es ese vino, sabés de gente que lo tomó y te dio sus referencias, viste la propaganda, pero únicamente la cata te comunicará su verdadero sabor. Eso se llama formación de gusto.
Don Eduardo Schiaffino, el primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, tenía clara esta queja a la que me estoy refiriendo, y eso que no existía Internet. Al él le tocó vivir el momento en el que la escultura argentina comenzaba a existir. ¿Qué había hasta entonces? Imágenes religiosas para las iglesias, imágenes a escala humana en los cementerios y auténticas piezas de maestros europeos que solamente disfrutaba la alta burguesía en sus estancias. En 1890 apenas se había empezado a formar el campo de las artes plásticas; los pintores viajaban a Europa para aprender y se pagaban el pasaje de su bolsillo. La primera cátedra de escultura de la Argentina data de 1893 y estuvo comandada por la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. El Ateneo organizó su primer Salón de Escultura en el año 1895, y el primer Salón Nacional es de 1911. La dirección de Schiaffino coincide con el período de institucionalización de las artes locales, y el comienzo de la enseñanza en el sentido social que persiste hasta nuestros días. De educación popular se trata esta nota.
Schiaffino podía viajar a Europa y a Egipto a ver obras. De hecho fue muchas veces junto a Ernesto de la Cárcova, que trabajaba para la Municipalidad de Buenos Aires. Pero no podía pretender que el alumnado lo hiciera. Uno viaja después de recibido. ¿Por qué sus estudiantes o los escultores pobres se tenían que conformar con ver grabados y fotografías? Esos modos toscos que no alcanzan a mostrar la propia belleza de una escultura ni aunque la cubran en todos los ángulos y perspectivas. “Si ellos no pueden ir, que vengan las obras –dijo Schiaffino–. ¿Son muy delicadas, son muy caras? Entonces, les traeremos ‘calcos’.”
Me imagino a un alumno de Escultura I mostrándole una fotito del David en su I-phone durante medio segundo y diciéndole conozco a Miguel Angel. Schiaffino se “muere muerto”. De la Cárcova, también.
Un calco es una copia de una obra escultórica. Tiene el tamaño de la obra real, pero está realizada en un material diferente. Normalmente, yeso. En los mejores casos, bronce. El trabajo sale de hacer un molde y un vaciado. Es lo más próximo al original, cuando no se tiene el original. Y muchísimo más barato. Data de las academias renacentistas, por lo que tiene la edad de la enseñanza del arte. Su finalidad es contactar a los alumnos con el tamaño, la proporción, la escala de los originales. Ojalá se pudieran calcar también los espacios, para poder enseñar en arquitectura.
Schiaffino le compró al Louvre numerosas piezas en el taller oficial del museo. En la exposición del MNBA vemos varios de esos ejemplos y algunas esculturas realizadas por los primeros artistas argentinos 3D, gracias a lo que aprendieron debido a la visión de estos próceres.
Hay un busto del italiano Medardo Rosso que está moldeado en cera (se ven las huellas de los dedos del autor). Hay también una copia en yeso, que fue usada de modelo de dibujo en la primera Facultad de Arquitectura de Buenos Aires. Las dos obras se encuentran bajo una campana de cristal. Pero hay una tercera copia hecha en bronce que data del ’30, y que está fuera de la campana. Le pregunto por qué a la curadora María Florencia Galesio y me explica que la dejaron afuera para la visita de los no videntes: la gente que debe tocar para ver. “Con un original no podríamos”, agrega. Otra bondad del calco. Seguimos enseñando.
La muestra exhibe los inicios de la colección de MNBA, con obras originales de Arturo Dresco (“Bacante”, de 1895, recientemente restaurada), piezas de Bourdelle y genios locales como Francisco Cafferata o Mateo Rufino Alonso.
Está expuesta la “Cabeza de Balzac” de Rodin, por ejemplo, que tallaba sus calcos como modo de pensar la obra. Todos los calcos personales de Rodin pueden considerarse originales, porque son diferentes entre sí. Rodin no trabajaba el yeso como réplica de otra cosa sino para estudiar formas y construcciones. La cabeza exhibida es su penúltimo ensayo antes de dejarla lista.
El diseño museográfico de la muestra merece un elogio aparte. Está realizado con madera de encofrado sobre un andamiaje de estructura tubular metálica: provoca el aspecto del taller desordenado de un artista. El acierto de interiores de Valeria Keller y Mariana Rodríguez nos introduce de lleno en la intimidad del amasado y la talla; el inicio mismo de la conversión del material en arte.
El lugar adonde nacen las esculturas.
Memoria de la escultura se puede visitar en el Pabellón de Exposiciones Temporarias del Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473. Hasta el 24 de noviembre. Martes a viernes de 12.30 a 20.30. Sábados y domingos de 9.30 a 20.30.
Entre las actividades especiales que acompañan la muestra estará el taller Modelado en alambre los lunes 4 y 11 de noviembre, a cargo de Alicia Fino. Más info en [email protected]
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