Dom 17.11.2013
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CINE ENTREVISTA A CODY CAMERON Y KRIS PEARN, DIRECTORES DE LLUVIA DE HAMBURGUESAS 2: LA VENGANZA DE LAS SOBRAS

VUELTA Y VUELTA

› Por Mariano Kairuz

‘‘Si la primera película trataba sobre el consumo, con sus alimentos cada vez más gigantes, esta vez nos preguntamos quiénes son los dueños de la comida”, dicen Cody Cameron y Kris Pearn, codirectores de Lluvia de hamburguesas 2: la venganza de las sobras, y que no se entienda mal: al igual que su antecesora, ésta es una película destinada fundamentalmente a entretener, perfectamente apta para chicos muy chicos –con sus colores abundantes y plenos, y sus criaturas monstruosas y sus símil dinosaurios hechos de comida– y no tan chicos, no una reflexión sesuda sobre el complejo problema de la alimentación en el mundo. Y sin embargo, a la vez sus realizadores son perfectamente conscientes de que tanto esta película como la anterior –aunque están inspiradas en un cuento infantil apenas narrativo de 1978: “Cloudy with a Chance of Meatballs”, de Ron y Judi Barrett– llegaron al mundo en plena ola gourmet, un universo saturado de canales y programas y realities y concursos de cocina y turismo gastronómico, de chefs estrellas y “foodies” profesionales y aficionados, experimentaciones y gastronomías moleculares, de platos “de diseño”, de fast food y pandemias de obesidad, de polémicas intensas y agravadas sobre cómo se produce la comida y qué nos estamos metiendo en el cuerpo, y otras polémicas tan viejas como el capitalismo y más allá todavía: cómo se distribuye la comida. “La alimentación es un asunto muy político –dice Pearn–, y queríamos que nuestra película, aunque se trate de una fantasía, tendiera lazos con el mundo real. Somos conscientes de que éste es un tema fundamental ahora, con grandes corporaciones como Monsanto apropiándose de la manera en que nos alimentamos.”

Cameron y Pearn tomaron la posta para esta segunda Lluvia... de los directores de la primera, Phil Lord y Chris Miller, junto a quienes trabajaron en el desarrollo de la historia durante los seis años que duró la producción de aquella película. De paso por Buenos Aires para promocionar el estreno de la secuela, conversaron con Radar sobre las ideas con las que abordaron algo tan improbable como una continuación de la que fue sin duda una de las superproducciones de animación más surrealistas de los últimos años. Porque, de verdad, aquélla fue una película bien rara: la historia de un inventor chiflado e incomprendido que diseña una maquinola capaz de convertir el agua en comida. De pronto, el pequeño pueblo isleño de Swallow Falls –hastiado de su plato único: sardinas– recibe desde el cielo una precipitación de alimentos, no sólo hamburguesas (o las albóndigas del título original) sino frutas y verduras, pastas, bifes, bochas de helado, lo que sea, orgánico o artificial. Pronto sobreviene una sucesión de secuencias lisérgicas, con un bizarro humor agridulce y algo de escatología. Y eventualmente, como en las fábulas morales del cine clase B sobre experimentos científicos, el experimento se sale de control y, como en los locales de comida rápida, los combos comienzan a sobredimensionarse, las porciones se vuelven más y más grandes, y el milagro deviene catástrofe.

No era difícil leer en las derivaciones argumentales de aquella primera película un comentario sobre la naturaleza de la producción de alimentos, una práctica que el hombre lleva inexorablemente desde el comienzo de los tiempos y que requiere de una administración cuidadosa de su relación con la tierra: en cuanto la comida se multiplica sin límites y sin esfuerzo, se altera el curso natural de las cosas y se precipita el desastre.

“Sí, era una película extraña”, conceden Cameron y Pearn riéndose, con el entusiasmo infinito, el humor y la sincera alegría que caracterizó su paso por acá, evidentemente muy contentos de estar presentando su creación. “Es por eso que llevó tanto tiempo terminarla. Cada cosa que probábamos volvía para que hiciéramos correcciones y ajustes, y el estudio nos estaba preguntando todo el tiempo si estábamos seguros de ciertas decisiones sobre el argumento y los personajes. Hasta nos preguntaron si los protagonistas, en especial ese nerd que es Flint, no debería ser un poco más apuesto. Es cierto que es una película extraña y originalmente era más extraña todavía. Creo que en determinado momento los habíamos hecho gastar tanto dinero que no les quedó otra que dejarnos terminarla.”

Decir que una superproducción de animación de cien millones de dólares de presupuesto es extraña es por supuesto un elogio, dentro de un universo, el de los dibujos animados digitales, que se ha vuelto progresivamente previsible y reiterativo en los últimos años. Aunque no tiene la originalidad de la primera película, Lluvia... 2 es una película todavía más rara en cierto sentido: trueca la inspiración en el cine catástrofe del original por la referencia a los films de monstruos clase B –incorporando todo tipo de criaturas mutantes, como los Tacodrilos y las Aramburguesas– y, haciendo honor a su subtítulo “La venganza de las sobras”, retoma muchas de las ideas que Kearn y Cameron habían empezado a desarrollar para la primera película pero habían tenido que quedar afuera. Y, como ellos mismos señalan, pasan del asunto del consumo desmedido de comida chatarra –en la primera película, un nene del pueblo sufría un coma por atorarse de gomitas y otras golosinas– por el de la propiedad de los medios de producción de alimentos, y para esto inventa un nuevo villano, Chester V., que esconde apenas otra de las arriesgadas apuestas de la película. Tras el diseño de Chester V., quien se presenta al principio, engañosamente, como una suerte de prohombre del futuro, genio de la ciencia moderno y cool, hay una parodia obvia a Steve Jobs y su aséptico, elegante, prolijísimo universo de consumo, que cobra una dimensión horrenda cuando se lo proyecta sobre el mundo de la comida. Hasta con eso Pearn y Cameron se salieron con la suya. “Bueno –dicen, riéndose–, probablemente es que en el fondo somos estas dos almas artísticas que se vendieron a la corporación para hacer una película acerca de, justamente, no venderse a la corporación. ¡Por suerte, creo que en Sony nunca se dieron cuenta!”

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