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Domingo, 17 de febrero de 2002

RESCATES

El pasado es nuestra garantía

En 1933 cuando León Trotski ya había sido desterrado de la Unión Soviética por Stalin y contemplaba desde la isla de Prinkipo el inquietante ascenso de Hitler y Mussolini en Europa, un joven reportero del Paris-Soir llamado
Georges Simenon logró permiso para una entrevista que sería histórica. Ésta es la historia de ese encuentro.

Por George Simenon

Trotski se levanta para tenderme la mano, luego vuelve a sentarse en su escritorio, examinándome dulcemente con la mirada. Se la ha descrito mil veces, y yo no quisiera intentar hacerlo nuevamente. Lo que quisiera es dar la misma sensación de calma y de serenidad que he recibido, la misma calma, la misma serenidad que existe en el jardín, en la casa, en la decoración: Trotski, simple y cordial, me alcanza las hojas escritas a máquina que contienen sus respuestas a mis preguntas.
–Las he dictado en ruso, y mi secretario las ha traducido esta mañana. Le pediría que me firme una copia para guardar.
Sobre el escritorio están desparramados los periódicos de todo el mundo y, coronando la pila, se ve un Paris-Soir. Sin duda, Trotski, lo ha hojeado antes de mi llegada. Por la bahía a través de la ventana abierta y el jardín que desciende hacia el agua se ve un embarcadero minúsculo en donde flotan dos embarcaciones: un caique y una lancha a motor.
–Vea usted. A las seis de la mañana salgo a pescar.
No me ha dicho que está obligado a llevar consigo a un guardaespaldas, pero yo lo sé. Le pregunto:
¿Usted cree que la cuestión de las razas será predominante en la evolución que seguirá a la fermentación actual? ¿O más bien será la cuestión social? ¿O la económica? ¿O la militar?
–No, estoy lejos de pensar que la raza vaya a ser un factor decisivo en la evolución de los acontecimientos futuros. La raza es una forma antropológica brutal (heterogénea, impura, mezclada), un tema en el que el desarrollo histórico ha creado esos productos semifabricados que son las naciones... Las clases y las agrupaciones sociales, las corrientes políticas que nacen sobre sus bases decidirán la suerte de la nueva época. No niego la significación de las cualidades y los rasgos distintivos de las razas, pero en el proceso de evolución, ante la técnica de trabajo y la técnica de pensamiento, pasan a un segundo plano. La raza es un elemento estático y pasivo, la historia es dinámica. ¿Cómo un elemento relativamente inmóvil puede determinar por sí mismo el movimiento y el desarrollo? Todos los rasgos distintivos de las razas se desdibujandelante del motor a combustión interna, para no hablar de la ametralladora. Cuando Hitler se preparó para establecer un régimen estatal adecuado a la pureza de la raza aria, no encontró nada mejor que plagiar a la raza latina meridional. En su tiempo, Mussolini, en la lucha por el poder, utilizó, aunque tergiversándola, la doctrina social de un alemán, de un judío alemán, Marx, al que había llamado uno o dos años antes “nuestro maestro inmortal para todos”. Si hoy, en el siglo veinte, los nazis se propusieran dar la espalda a la historia, a la dinámica social, a la civilización, para volver a la raza, entonces por qué no volver todavía más atrás: la antropología no es más que una división de la zoología. ¿Quién sabe? Es más probable que los racistas encontraran en el reino de los pitecántropos las inspiraciones más elevadas y más indiscutibles para su actividad creadora.
¿El grupo de los dictadores puede ser considerado como un embrión de reagrupamiento de los pueblos, o no es más que un accidente pasajero?
–No pienso que los agrupamientos de los estados se hagan bajo el signo, por una parte de la dictadura, por otra parte de la democracia. A excepción de un escaso grupo de políticos profesionales, las naciones, los pueblos, las clases no viven de la política. Las formas estatales no son más que un medio frente a determinadas tareas, sobre todo económicas. Evidentemente ciertas similitudes de los regímenes estatales predisponen un acercamiento y lo facilita. Pero en última instancia son las condiciones materiales las que deciden: los intereses económicos y los cálculos militares. ¿Es que yo considero al grupo de dictadores fascistas (Italia, Alemania) y cuasibonapartistas (Polonia, Yugoslavia, Austria) episódico y momentáneo? ¡Vamos! No puedo hacer mío un pronóstico tan optimista. El fascismo no es provocado por una psicosis o por una histeria sino por una profunda crisis económica y social que, impiadosamente, carcome el cuerpo entero de Europa. La crisis cíclica actual no ha hecho más que volver más agudos los procesos orgánicos mórbidos.
¿Cree usted posible la evolución por deterioro paulatino o considera necesaria una conmoción violenta? ¿Cuánto tiempo más se puede prolongar la situación actual?
–El fascismo, particularmente el nacional-socialismo alemán, representa para Europa un peligro indiscutible de conmociones militares. A la distancia quizá me equivoque, pero me parece que no hay suficiente conciencia de la extensión de este peligro. Tomando una perspectiva no de meses sino de años (no de décadas tampoco, sino de años) considero absolutamente inevitable una explosión militar de parte de la Alemania fascista. Precisamente esta cuestión puede volverse decisiva para la suerte de Europa. Pero mi apreciación no puede parecer pesimista más que para quien mide la marcha de la historia con un parámetro demasiado corto. De cerca, todas las grandes épocas parecen sombrías. El mecanismo del progreso, es necesario reconocerlo, es bien imperfecto. Pero no hay ninguna razón para pensar que Hitler o la combinación de varios Hitlers lograrán para siempre (o, en rigor, por una década) dar marcha atrás a este mecanismo. Ellos quebrarán muchos dientes de los engranajes, torcerán muchas palancas, pueden hacer retroceder a Europa durante algunos años. Pero no tengo dudas de que finalmente la humanidad encontrará su camino. El pasado es nuestra garantía.
Traducción: Martín Paz

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