Nació en Australia, pero vive y trabaja en Londres y ahí tiene su taller, donde realiza sus esculturas hiperrealistas que reproducen fielmente los detalles de la anatomía humana y tematizan la vida y la muerte. Renovador, creador de figuras a la vez íntimas y monumentales, perfeccionista técnico, Ron Mueck trabajó para Jim Henson y participó de su película Laberinto, pero desde mediados de los años noventa se dedica únicamente a sus personajes, congelados en momentos de la vida, viñetas alrededor de las que es posible imaginar una historia, inclusive un mundo. Hasta el 23 de febrero, Fundación PROA muestra nueve de sus esculturas, tres nunca antes exhibidas, acompañadas de la película documental Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando, de Gautier Leblonde, un retrato del misterioso artista sumido en su lento y obsesivo proceso creativo.
› Por Gustavo Nielsen
El lugar es pequeño y está atiborrado de formas humanas. De hombres y mujeres desmembrados: torsos, manos, rostros, piernas, pies. Brazos enteros o antebrazos sueltos. Hay hasta una cabeza adentro de la heladera, entre la mayonesa y la mostaza. Y no es la casa del descuartizador de Milwaukee, sino la planta alta del taller de Ron Mueck.
Los pedazos están destinados a componer esculturas de gente en actitud de calle. Pero no están hechos a escala de seres humanos de verdad. O son más grandes, o son más chicos. El taller queda en Londres y el artista es un australiano de Melbourne de cincuenta y cinco años de edad.
La película se titula Still Life (Naturaleza muerta). Es el final del recorrido de la muestra que la Fundación PROA inauguró hace una semana con el aval de la Foundation Cartier pour l’art contemporain, de París, y curaduría de Hervé Chandés y Grazia Quaroni. Son nueve piezas que se exponen por primera vez en Sudamérica. Si contamos con que toda la obra del artista está formada por cuarenta esculturas, nos podemos sentir más que orgullosos.
Grazia lleva el peinado de la adorable actriz Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein. En la conferencia de prensa dice de la obra de Mueck que no es monumental, ni hiperrealista, ni intenta narrar nada. Para aclarar este último punto, la llama “neutral”.
Yo acabo de pasear por aquí y pude ver exactamente lo contrario.
El tema de las escalas a veces se presta a confusión. Por lo pronto, cada vez que se nombra la palabra “escala” sabemos que estamos hablando de tamaños, pero de tamaños a comparar. Decimos que una ventana no está a escala en un edificio porque la referimos al resto de las ventanas, y es más alta o más baja. O puede que sea tan ajena a la antropometría que uno no alcance el pestillo, y entonces la ventana carece de escala humana. Los bosques de Palermo, por ejemplo, tienen escala metropolitana, porque están hechos a medida de toda la ciudad. La plaza Miguel de Unamuno de Barracas tiene escala barrial.
La escala tampoco es proporción. El David de Miguel Angel, por hablar de una escultura de un humano fuera de escala, es un cuerpo desproporcionado. Así como a la Barbie se le dice que está a escala de lo que las niñas quieren ser y no de lo que podrán ser cuando sean mujeres, el David fue el sueño masculino de una época. Para que los hombres de a pie lo entendieran correctamente como a su sueño personal, Miguel Angel le hizo el tórax más grande y una cabeza enorme. Desproporcionada. Y lo hizo solamente para corregir la perspectiva vista desde el llano, y que el paseante pudiera comprender esa figura no como un monumento sino como una persona más. El más bello de todos los hombres de la Tierra.
Los arquitectos utilizamos un instrumento precioso que contiene seis reglas diferentes, y se llama escalímetro. Decimos que el plano está en escala 1/100 cuando un metro de la realidad corresponde a un centímetro de nuestra regla. Allí se comparan las medidas reales con las medidas ilusorias, entendidas como mecanismo para poder diseñar una cosa que será tan grande que de otra manera no alcanzaría el papel para dibujarla. Escala, por tanto, es un tamaño relativo. Cuando decimos que algo tiene escala monumental es porque con sus enormes medidas podría ser un monumento.
Los monumentos también existen por significado. El puente Nicolás Avellaneda era un puente normal antes del asesinato de Kosteki y Santillán. Ahora es un monumento, aunque la Ciudad todavía no lo haya elevado a esa condición. Lo es porque sentimos algo cuando lo cruzamos, algo que antes no sentíamos y que lo ha vuelto desgraciadamente memorable. Ese punctum, diría Barthes, es el que le da monumentalidad.
Couple under an Umbrella es una pareja de apacibles ancianos bajo una sombrilla. En la foto vemos el tamaño de una persona: los ancianos no tienen escala humana sino escala monumental, conservando su proporción hacia arriba sin hacer ninguna corrección óptica. Quieren ser enormes, no como el David, que quería ser una persona. Su vocación los monumentaliza.
Young Couple, una delicada pieza de 2013, muestra a una pareja de muñecos que parece que se amaran, porque desde adelante se los ve muy abrazados. La chica, sin embargo, le desvía la mirada. Algo pasa. Hay un punctum fuera de escena. Damos la vuelta y vemos que el chico le está aferrando la muñeca para obligarla a quedarse: el detalle violento tiñe la escultura de otra cosa y, sin crecer en altura, le da una leve adjetivación de monumento. No son un casalito. Son una advertencia contra la violencia de género.
La foto de una nena corriendo desnuda entre gente que llora puede ser una obra interesante, pero la foto de Kim Phuc desnuda y aterrorizada después del bombardeo norteamericano sobre Thang Bang, el día 8 de junio de 1972, es un monumento.
No lo digo yo, sino Susan Sontag.
Y no hay nada de malo en llamarlos así. Ron Mueck nació en una familia de fabricantes de muñecas, y durante su juventud se especializó en efectos especiales para películas y animatronics. Trabajó en El Show de los Muppets y en Plaza Sésamo. Hizo los monstruitos de Laberinto, la película de 1986 de Jim Henson, protagonizada por David Bowie.
Los muñecos de Mueck son humanos en los detalles. La técnica es asombrosa. Tienen pelo que parece pelo, ojos que brillan como ojos y una piel que da ganas de acariciar cuando nos acercamos. La tentación de tocar las esculturas es tal que hay un pedazo de pie del anciano gigante para que el espectador se saque las ganas. El material es mixto: siliconas con filamentos tratados para lograr la apariencia animal. La superficie de la piel está pintada con un pincel, como se ve en la película, resaltando las manchas de la edad. Es impresionante tocar la uña. Nadie diría que es blanda, tiene toda la apariencia de ser una uña verdadera.
La ropa es de tela y está hecha a medida. Los accesorios también responden a sus materiales originales, salvo los castos zapatitos de la chica de “Woman with Shopping”, que son de siliconas como su cuerpo. Todo en Mueck es figurativo, naturalista, desmesuradamente real. Me resulta raro que Grazia diga que no hay hiperrealismo. En la película se ve a Mueck pintando las venas de un ojo, y lo hace a partir de la fotografía de un ojo real aumentado diez veces. Tal vez su propio ojo venoso. Ella dice que el hiperrealismo de los setenta ocupaba demasiado entorno, y que la obra de Mueck es austera, con poca información. “La mínima posible”, dice. Sin embargo, en la pequeña muñeca que va de compras, su atuendo aporta el suficiente entorno para entenderlo todo. La señora lleva a su bebé consigo, colgando de sus hombros. No tuvo con quién dejarlo. Lo abriga con su propio saco roído y fuera de moda, probablemente comprado en un local de usados. Lleva dos bolsas con la compra, una a la derecha, otra a la izquierda. Adivinamos que deberá cambiar una de mano si quiere abrir la puerta de su casa. Adivinamos que está sola: no se ha arreglado, apenas si se ató rápido el pelo para que no fuera una molestia más. Para que no fuera otro inconveniente en su sufriente odisea cotidiana. Y acaba de llegar.
¿De dónde sacamos todos esos datos? De cómo está vestida, de su expresión y de los accesorios que lleva. Todos esos pequeños detalles descriptos con exactitud sugieren cómo la mujer está parada frente a su puerta y a la vida misma. La chica trae la información minuciosa que Ron Mueck en persona ha querido darnos. Es hiperrealista.
Antonio López, el gran pintor y escultor español, es un realista excesivo obsesionado con el tiempo. Tanto que debería haber hecho cine. Se pasa varios meses tratando de interpretar en un bastidor la luz reflejada en un membrillo de su patio, mientras Víctor Erice lo filma en su obsesión. Nunca lo logra: lo que acaba de pintar ya ha cambiado en la realidad, y entonces a su pintura le tiene que seguir aplicando color.
La obsesión llevó a López a tallar una pareja humana de tamaño natural. Tomó por modelo las partes de sus amigos que más le gustaban. Las manos de esta vecina, la calva de aquel otro. Cada vez que éstos iban a visitarlo, él se empecinaba en observar la parte representada para ver los cambios del tiempo, y así trasladarlos también a la escultura. La intención fue hacer dos genéricos, un hombre y una mujer. No hay idealización ni fidelidad a un canon. El resultado es perturbador de tan realista: pero también es lo suficientemente austero para no ser hiperrealismo. No tienen ropa, no llevan accesorios. No pertenecen a ninguna sociedad específica. No tienen clase social. No cuentan ninguna historia.
Los de Mueck son hiperreales aunque usted no lo crea, Grazia. Tienen que hacer un esfuerzo adicional en el accesorio para ser más reales que la propia realidad. Si Mueck hubiera querido hacer algo universal, habría dejado a sus muñecos sin vestir.
Si con Giacometti o Bourgeois pasábamos de la primera experiencia de mirar a la de pensar, si con Miguel Angel Buonarotti pasamos de la visión a la emoción, acá hacemos el camino visión-ganas de tocar. Y eso tampoco tiene nada de malo, es el primer impulso. El segundo, sacarle una foto con el celular. El tercero, a lo mejor, prender la tele. Repito: no estoy siendo despectivo con lo que vi en PROA; la muestra está buenísima aunque te lleve a eso.
Estas esculturas, por más que me repitan que no cuentan nada, están llenas de historias. Lo vemos a David Lynch por ahí en un video, con una imaginación mucho más prodigiosa que la nuestra, inventar e inventar. Pero las historias no están afuera. Mueck las puso. Si no las puso, las insinuó. Y las exageró para significar algo que está pasando. Estos seres no son como nosotros, a los que nunca nos pasa nada. Son personajes de series: “Youth” es un joven negro que se está mirando el corte que le acaban de hacer con una navaja. Tiene la remera ensangrentada. Podría haber salido de The Wire.
Personaje también es “Woman with Sticks”, la gordita que fue a juntar ramas. ¡Está totalmente desnuda en el bosque! Lleva una historia atada a ese hatajo. ¿Y “Man in a Boat”? El personaje está sin ropas sobre un bote, pero no tiene actitud de remar. Quizás haya llegado a la costa y no le queden ya fuerzas ni para bajarse. De los dos viejos de la playa, ella lleva el anillo de casada en su dedo. El, no.
No hay ninguno de los intérpretes que no esté fingiendo otra cosa, que simplemente se haya ido de compras o esté tomando sol. Son casi personajes de literatura. O, como tienen un toque del pop menos intelectual, del pop de las canciones, podemos referirnos a ellos como un pop de TV. Popular en el mejor sentido de la palabra.
Lo que aquí se retrató no es la vida de la gente común, sino la vida aparentemente común de la gente de la pantalla chica. El mismo Mueck se la pasa mirando programas banales mientras esculpe.
Y hablando de palabras: Mueck dice una sola, en la película que proyectan en el auditorio. La película es maravillosa. El autor es el fotógrafo Gautier Deblonde. Muestra al artista trabajando durante casi una hora, y en esa hora solamente le escuchamos decir “fuck” cuando le pifia con el líquido a un ojo de diez centímetros de diámetro. Mueck es un artista obsesivo en todas las etapas de su obra, insiste Grazia, y así se lo ve. Hace la escultura en soledad, saca los moldes, vierte las siliconas, pinta, corta, clava, arma y desarma. A lo sumo lo ayudan dos chicas jovencitas. Después está también en el empaque y además va a supervisar el montaje a los museos. Lo hizo en París, lo hizo en Buenos Aires. Pero nunca aparece en la inauguración, ni da reportajes.
Sin embargo, la ausencia de palabras no es tal. Cuando le insistimos un poco a la curadora para que explique por qué afirma que la obra de Mueck no es ni monumental ni hiperrealista y que, además, es ¡neutral!, contesta que así es como el artista quiere que se vea. Mueck es tan manipulador que también tiene que establecer lo que nosotros pensamos sobre lo que vemos.
Gracias, Grazia. No hace falta. Sin instrucciones, querido Ron, tu obra vale igual, o más.
Vayan a PROA y después me dicen.
Ron Mueck se puede visitar en la Fundación PROA, Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca, hasta el 23 de febrero de 2014. Martes a domingo de 11 a 19 hs. Lunes cerrado.
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