TEATRO. En Entonces bailemos, Martín Flores Cárdenas vuelve sobre su tema favorito, casi obsesivo: el amor. Cuatro actores y un músico alternan personajes e historias en una puesta minimalista que cita, con sus climas tórridos y la economía en la elección de las palabras, a Raymond Carver y Sam Shepard.
› Por Mercedes Halfon
Si pusiéramos en serie los nombres de las últimas obras de teatro de Martín Flores Cárdenas se podría armar un poema, un poco surrealista tal vez, bastante triste sin duda, cuyo tema fuera el amor. Y el desamor también. Algo así: “Exactamente bajo el sol /Quienquiera que hubiera dormido en esta cama /Mujer armada hombre dormido/ Matar cansa/ 9 noches y 10 días/ Entonces bailemos”. ¿De qué se está hablando si no de eso que puede germinar bajo el sol, o en una cama vacía, o en una donde un hombre duerme mientras una mujer espera alerta, o de eso que lleva a las personas a hacerse daño hasta el agotamiento, o a arreglar los conflictos mágicamente, bailando un lento? Es decir, de todas las formas de estar juntos. De eso también habla Entonces bailemos, último trabajo de Martín Flores Cárdenas. Y lo que dice tiene mucho que ver con un plural, un dos que intenta construirse con dificultad y termina fracasando. Y con la necesidad de ponerse a bailar, de producir un final feliz, que en esta puesta no viene a clausurar todo sino a mostrar lo ridículo del intento.
Haciendo un racconto del recorrido de este director y dramaturgo habría que decir que se formó con Mauricio Kartun, Alejandro Tantanian, Elvira Onetto y Laura Yusem. Participó en algunas obras como actor y desde hace diez años no para de escribir y montar obras de teatro. De sus últimos trabajos se destacaron dos obras sobre la poética de Raymond Carver –Catedral y Quien quiera que hubiera dormido en esta cama– a las que le siguieron, entre otras, un monólogo sobre un asesino serial a quien cansa hacer su trabajo y una historia coral en la que prostitutas, proxenetas, alcohólicos y otros seres de esa calaña se alternaban en un relato intenso que tenía como centro a dos actores extraordinarios como Germán Rodríguez y Laura López Moyano.
Entonces bailemos ocurre en un espacio abstracto, un gran cuadrado gris ocupado únicamente por una cama de dos plazas sin sábanas ni nada, justo en el centro. La luz está encima de ella y tiñe a los personajes con ese color lechoso de los tubos fluorescentes. Ellos son Florencia Bergallo, Laura López Moyano, Marcelo Mininno, Javier Pedersoli, Julián Rodríguez Rona, cuatro actores y un músico, que se irán alternando diferentes personajes. No una sino muchas historias se irán contando al público, encarando a una cantidad enorme de personajes, que pese a sus muchas diferencias tienen en común el modo en que el amor los atenaza. Cada historia se inicia, se desarrolla y luego se disipa como un chaparrón pasajero, para ser reemplazada por otra que, con la misma potencia, hace recomenzar el círculo de la ficción.
Está la chica que se enamora de una ex actriz porno con la que termina jugando a la ruleta rusa en unos botecitos de alguna costanera; el alcohólico despectivo que frente al supuesto suicidio de su mujer vuelve a mirar las cosas con ojos limpios; la chica que encuentra finalmente el hombre perfecto y lo desfigura a sartenazos; la pareja celosa que termina con alcohol fino y un pucho que ella enciende orgullosa mirando al público mientras es imposible no imaginar las llamas creciendo a su alrededor. Respecto de este momento, controvertido y quizás el que más agudamente refleja la violencia del amor que Flores Cárdenas trabaja, él reflexiona: “Surgió a partir de un caso que leí en el diario. Una mina quemada atestiguó en favor de su agresor (su novio), dando una justificación ridícula. Y también el caso de la hermana de la mina asesinada que se enamoró del asesino. En los medios, conductores de noticieros aseguraban ‘eso no es amor’. E invitaban a psicólogos que ayudaran a ‘entender’ las razones de estos actos. Sin embargo, al escuchar a esos tipos y ver a los conductores asintiendo, yo sentía que los interrogantes cada vez se volvían más grandes. Y la raíz de esos actos, más misteriosas”.
Párrafo aparte merece el misterioso cowboy, que no habla y en cambio canta country, punteando vertiginosamente su guitarrón electroactústico. La inclusión de semejante atuendo y estas melodías tiñe todo el espectáculo. Las historias desgarradas y violentas de personajes menores tienen mucho de cine norteamericano de los años setenta. Y el sonido –y la mención explícita– de Johnny Cash hace imaginar esa frase de su versión de “Hurt” que es la de la voz de la experiencia: “Me hice daño hoy, para ver si todavía puedo sentir, me concentro en el dolor, lo único real”.
No es extraño tampoco que estas historias de perdedores y esos aires de submundo norteamericano hayan sido escritos por un autor que conoce tan bien la obra de Raymond Carver. La justeza y economía en la elección de las palabras, los climas tórridos, nos recuerdan a Carver pero también a las Crónicas de motel de Sam Shepard y a los poemas de Charles Bukowski. La misma luz de tubo que baña a los personajes de Flores Cárdenas los abstrae de su contexto inmediato y los acerca a esa constelación de escritores de la cultura americana. La forma en que estos relatos aparecen a partir del discurso y no de la representación también revela una matriz constructiva más cercana a la literatura que al teatro.
Sin embargo, el director logra torcerle el brazo al quietismo que podría tener un trabajo apoyado en lo narrativo. Cada tanto, impulsada por las situaciones o por las melodías del cowboy, alguna de las parejas parece bailar. Aunque no es eso lo que terminan haciendo. Terminan más bien en unas convulsiones, o en unos mareos, o unos pasitos ridículos que no logran acompasarse. ¿Y no eso es estar enamorado? Los intentos de coordinar, de ir “juntos a la par” y evitar los contratiempos. Si se tratara de una comedia romántica o de un musical, este fin sería alcanzado, con una majestuosa coreografía. En Entonces bailemos, por suerte, no ocurre nada semejante.
Sábados a las 23, en el El Camarín de las musas, Mario Bravo 960. Entrada: $ 80.
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