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Domingo, 14 de septiembre de 2003

CINE

La semana de la bestia

Su padre es profesor de Sociología y se recibió de Licenciado en Filosofía, pero su cine arrasó en la taquilla española con su cultura de cineclub guarro y transgresor. En España es un cineasta de masas, mientras que acá todavía es de culto. Aunque algo de eso se empieza a revertir: Alex de la Iglesia llegó a Buenos Aires para dar un seminario, estrenar su nueva película y acompañar una retrospectiva de toda su obra. La bestia está entre nosotros.

Por Martín Pérez

Un año antes de imaginarse escribiendo el guión de una película llamada 800 balas, Alex de la Iglesia hizo un viaje a Almería para visitar los míticos decorados donde había filmado sus películas el director italiano Sergio Leone, que aún hoy siguen de pie en el lugar. Un día, como estaban filmando en el poblado mexicano, Alex se fue a pasear por el del oeste, que estaba vacío. Se metió en el saloon, donde sólo había una familia de alemanes, y pidió una cerveza. De la nada apareció un vaquero, y le gritó al barman: “Dame un whisky, Joe”. El director bilbaíno confiesa no haber podido evitar mirar con sorpresa al recién llegado que, como si fuera poco, le preguntaba a la mesera: “¿Han venido los confederados?”. A esa altura, Alex de la Iglesia ya se preguntaba qué era lo que estaba pasando.
“Fue entonces cuando entró otro tipo corriendo que le dio un golpe con una silla y se empezaron a pegar entre ellos. Tiraron unos tiros, y de golpe un niño que estaba con los alemanes se puso a llorar. Así que fueron donde el niño y le hicieron unos arrumacos hasta que se calmó. No me preguntes por qué, pero luego entró un niño montado en un burro, ellos saludaron a todo el mundo y pasaron la gorra. Y yo me dije: ¡Dios mío, esta gente no puede ser!”. Sin poder reprimir su curiosidad, se acercó a uno de ellos, apodado Titi. “Es el que sale en la película haciendo de indio escayolado”, apunta Alex. Consultado sobre el espectáculo, Titi le explicó a Alex que el show se llevaba a cabo tres veces por día. “Es decir que tres veces por día estás pegándote y arrastrándote por el suelo”, dijo el visitante. A lo que el cowboy apuntó: “Eso no es nada, a veces un caballo nos lleva a la rastra”. Pero, eso sí, no se cambiaba de ropa entre funciones. “¿Para qué me voy a quitar el traje? Me paso el día vestido de vaquero y ya”, le explicó Titi, como si fuera la cosa más normal del mundo.
“A todo esto, todo el tiempo pedían whisky de verdad”, sigue con su relato Alex. “Una tarde le vi totalmente borracho y le pregunté si regresaba a Tabernas, que es el pueblo donde vivía, que está al lado de los sets de Leone. Me respondió que no, que se quedaba ahí.” Cuando Alex le preguntó a Titi dónde dormía, el vaquero le respondió que dormía en un catre que había en la cárcel. “Y fue allí donde me dije: este tío todos los días se sube a un caballo, viste como vaquero, se pega como un vaquero, lleva armas como un vaquero –porque los Colts que llevaban eran auténticos– y duerme en un decorado. Así que este tío es lo más cercano que hay a un vaquero de verdad.”
Así fue como nació la idea del guión de 800 balas, una película que narra las desventuras de Julián (interpretado por el mítico actor español Sancho Gracia) y su pandilla de dobles de acción, refugiados en su ciudad de utilería. La última película de Alex de la Iglesia, en la que el bilbaíno homenajea ese sueño absurdo que es vivir haciendo cine. “Es algo tan ridículo y tan a contramano de la realidad que te tienes que apartar y vivir en una especie de desierto, que es donde vive el protagonista de 800 balas. Allí puedes llegar a ser feliz, por supuesto, pero está claro que hay un momento en que alguien te va a pedir que rindas cuentas y vas a tener que pagar un precio. Alguien que te dirá: oye, mientras tu estás jugando a indios y vaqueros hay otra gente que está sufriendo. Algo que también siento yo cuando hago mis películas”, confiesa este quinto hijo de una familia culta, con padre catedrático de Sociología y madre pintora realista, dibujante de comics en su adolescencia y licenciado en Filosofía, que este fin de semana está de visita en Buenos Aires. ¿El motivo? Dar un seminario en el Malba para el que desde hace un mes todos los cupos están cubiertos, acompañar el estreno local de su última película y presentar una retrospectiva completa de los films con los que durante la década del ‘90 ingresó definitivamente en la historia grande del cine español.Mirindas mutantes Alguna vez, no hace tanto, a Alex de la Iglesia le pidieron que se hiciera una autoentrevista. Así fue cómo se describió a sí mismo: “Veo a un individuo exageradamente gordo, con barba, quizá para disimular su rostro aniñado, con rosados mofletes. Sin embargo, ya no parece joven. Está canoso, y las entradas ya no son entradas, son cauces por los que resbalan ríos de sudor salado. Las manitas regordetas que cuelgan alegres de sus brazos dan un poco de grima: como dijo una vez El Gran Wyoming, parecen un ‘manojo de pollas’. La barriga, que se extiende inmensa como un planeta desierto, ocupa generosamente el centro del cuerpo y parece su auténtico cerebro. Los pies congestionados sobreviven a cientos de grados centígrados en el interior de unas zapatillas viejas de deporte. No se atreven a salir más que de noche, angustiados por el peso que abruma sus conciencias”.
Semejante panorama no es tan opresivo cuando se está efectivamente frente a Alex. No es más que un tipo serio, barbudo y con lentes de marco ancho, que no regala ni uno solo de sus comentarios. Eso sí, cuando se ríe, lo hace con ganas. Y cuando se larga a hablar, no hay quien lo pare. “Nunca se me ocurrió en mis comienzos ir al asalto del cine español”, aclara, cuando se le pregunta si su éxito no sería algo así como La venganza de los nerds. “Además, eso de que los cineastas de mi generación somos transgresores y diferentes es una mentira. Los verdaderos transgresores estaban una generación más atrás: es el cine de Berlanga, Marco Ferreri o Azcona, que hacían un cine provocador y radical, absolutamente divertido, sangrante y con una fuerza asombrosa. Y lo hacían en pleno franquismo, por lo que no cabe ninguna duda que una situación dramática no hace más que generar comedias bestiales. Ese es el grupo de gente a la que admiro y de la que me siento más cerca.”
Cuando se le pregunta cómo fue que un alumno de Filosofía de la Universidad de Deusto llegó a ser director de cine, el licenciado Alex le suele echar la culpa al cineclub. “Todos éramos freaks allí”, contó alguna vez en una entrevista realizada para una publicación de su antigua Universidad. “Nunca me voy a olvidar de un profesor de Historia Antigua, experto en Plotino, porque fue quien me inspiró el personaje del cura de El día de la Bestia. Siempre me pareció atractiva la idea de una persona que sabe tantísimo, pero sobre una cosa tan minúscula. De ahí surgió la idea de que fuera un cura que sabía tanto sobre un tema que podía desconocer el mundo y volverse loco.” Aquellas viñetas de comics que De la Iglesia no dejó de dibujar aun en los pasillos universitarios devinieron en un único cortometraje, Mirindas asesinas (1990), la única ausencia en la retrospectiva sobre su obra que desde este jueves se está llevando a cabo en el Cine Gaumont. “Una lástima, porque está incluida en el video de La Comunidad que se editó en España. Si lo sabía, me traía uno”, dice el director, al que aquel corto le sirvió de carta de presentación para su primer largometraje, producido nada menos que por Pedro Almodóvar.
Con Acción mutante (1992), la saga de un comando terrorista integrado por minusválidos que nunca se estrenó comercialmente en Argentina, Alex ganó tres premios Goya, pero se nota demasiado que es una primera película. “Cada vez que la veo no puedo evitar pensar que es una buena idea que podría haber estado mucho mejor dirigida”, opina. “Pero hoy no la cambiaría, simplemente me parece que no tiene el apoyo sonoro que necesitaría. Me gustaría remezclar el sonido, porque le falta música. Pero tiene cosas muy buenas por esa inconsciencia absoluta que generaba un morro brutal a la hora de plantear cosas, llevando a la pantalla cosas que ya nunca más se verán en el cine.” Fue justamente de un recuerdo del rodaje de Acción mutante de donde nació uno de los más queribles personajes secundarios de 800 balas, el del “ahorcado” que se dejan olvidado todo el tiempo colgado de la horca. “Una vez debimos de dejar colgado de un árbol a Alex Angulo. Me acuerdo que me acerqué a decirle:’Oye Alex, perdona pero no te podemos bajar, porque entre que te bajamos y subimos perdemos un montón de tiempo’. Así que nos fuimos a cenar con todo el equipo y le dejamos colgado allí, con un bocadillo en la mano.”

Muertos de bestias
La verdadera consagración –cinco Goyas, incluido el de mejor director– llegó con El día de la Bestia (1995) y el inolvidable protagónico de Santiago Segura como un fanático del heavy metal. “Es una película que quiero mucho, porque es la que más recuerda la gente”, confiesa Alex. “La tenía pensada desde antes que Acción mutante, y el único secreto es que tiene un buen guión, una buena idea de base.” Su historia es la de un pequeño cura que, después de pasarse un cuarto de siglo estudiando el Apocalipsis, llega a la conclusión de que el Anticristo nacerá en Madrid y decide armarse hasta los dientes e iniciar una improvisada carrera delictiva –auxiliado por el personaje de Segura– antes de que sea demasiado tarde.
Producida por Andrés Vicente Gómez –luego de que, según dicen, Almodóvar declinase hacerlo, atemorizado por el tema–, El día de la Bestia dio paso a Perdita Durango (1997), un delirio fronterizo y demoníaco por encargo, basado en una novela de Barry Gifford. “Es una película a la que le tengo mucho cariño por la experiencia vital que supuso ir a rodar en inglés y en Norteamérica”, cuenta Alex, que acepta con orgullo que es una película sórdida y espectacular. “Lo que más me gusta de ella es Javier Bardem. Y también me gusta cómo está Rosie Pérez. Y luego esa mezcla de locura extrema y humor absurdo que tiene. Me gusta que escuchen a Herb Alpert y sus Tijuana Brass como una pareja de enamorados cuando están pensando en liquidarse a los niños. Me gusta que la chica disfrute cuando la violan. Me gusta toda esa inversión de valores.”
Luego de aceptar aquel encargo de su productor, la filmografía de Alex de la Iglesia continúa con la que es su película preferida y tal vez sea su mejor trabajo, Muertos de risa (1999). La historia de una pareja de cómicos cuyo devenir acompaña la historia moderna de España. Y que deja bien en claro que, como dice uno de sus protagonistas, “el humor no tiene ni puta gracia”. “Es una película muy siniestra sobre la amistad y el cariño”, explica su director. “Es mi preferida porque personalmente, como hablando conmigo mismo, es la película en la que pienso que más nos hemos pasado, en la que más nos hemos arriesgado. Y, sobre todo, porque es en la que hemos hablado de lo que más nos interesa, de esa mezcla de humor y dolor. No puedo dejar de pensar en ese tipo encerrado en el armario de una casa vacía, dándole vueltas a la envidia, pensando del otro cosas como ‘me roba las cartas de los fans’”, recuerda Alex, que confiesa haber pisado alguna vez ciertos escalones de la mortal escalera descendiente de envidia en la que ingresa su pareja protagonista. “Sin duda que ha sido así. Un ejemplo: fingir alegría para que sufran los demás. Pero sin llegar al extremo de la fiesta falsa que se monta uno de ellos, claro está”, aclara con una sonrisa.

Esa comunidad
El siguiente paso en la carrera de Alex de la Iglesia fue su más grande éxito de taquilla: La comunidad (2000), un homenaje a Polanski y Berlanga protagonizado por Carmen Maura. La historia de un tesoro escondido en un edificio y de cómo su protagonista quiere escaparse con él mientras sus vecinos intentan evitar que se salga con la suya. “Me molesta que digan que es la mejor”, confiesa el bilbaíno. “Sé que Carmen se mosquea cuando lo digo, pero me parece la película más convencional de todas las que he rodado. Está bien hecha y le tengo cariño, pero cuando la hicimos era como si dijésemos ‘vamos a hacer una película de éstas’”, dice Alex, que para rodar 800 balas (2002) abandonó a su productor de siempre y formó su propia productora. Y no le fue nada bien. “La gente en España noquiso pagar su entrada para entrar al cine a ver un western”, explica el director de una película que no es un western hecho y derecho, claro está. Es más bien su trabajo más querible –que se estrena aquí comercialmente el jueves que viene– sobre un grupo de marginales en los que no puede evitar verse reflejado.
“Ya no se hacen películas buenas como las de antes”, dice el protagonista de 800 balas. Y agrega: “Ahora sólo se filman películas para viejas y toda esa chorrada de efectos especiales”. Cuando a Alex de la Iglesia se le recuerda el parlamento no puede evitar que en su rostro se dibuje una sonrisa. “Digamos que no de una manera tan radical, pero debo confesar que comparto lo que afirma esa frase”, admite. “Al fin y al cabo yo me siento un anormal más, que vive haciendo ese juego ridículo que es hacer cine hoy en día. Porque lo único que hacemos en realidad es imitar un cine que ya hemos visto antes, sin poder aportar nada nuevo. Tal vez una visión más o menos excéntrica, nomás. Pero lo que hacemos realmente es soñar con un pasado mítico, en el que veíamos películas de verdad.”

La retrospectiva de Alex de la Iglesia se lleva a cabo hasta el miércoles 17 en el cine Gaumont-Espacio Incaa Km. 0, Av. Rivadavia 1635.

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