Con los ukeleles prohibidos, pero las guitarras bien al frente, durante todos los miércoles de febrero se presenta Camaradería masculina, una suerte de reunión de cantautores con universos propios y con variadas cuentas pendientes con el rock. Acho Estol, de La Chicana; Martín Elizalde, de Falsos Profetas, y Diego Baiardi, de Cruz Maldonado, dejan de lado a sus grupos y se juntan con el solista Antonio Birabent para compartir durante lo que resta del verano sus repertorios y las diversas formas de la canción ciudadana.
› Por Pablo Perantuono
“Lo que nos une es el agotamiento de ciertos vehículos, la certeza de que somos gente que no quiere colgarse de un vagón que ya está lleno, y ser uno más en tal o cual lenguaje preexistente y notorio. Esto es una suerte de escape y de ansiedad por encontrarnos en el folklore y en estos ritmos que tienen su propia alma. Es la necesidad de dar un mensaje radicalmente distinto, un mensaje que no es lo que está sonando.” Agudo y certero, suerte de referente de cierta contracultura musical ciudadana, el experimentado Acho Estol precisa las razones “filosóficas” que hicieron que él, Antonio Birabent, Diego Baiardi y Martín Elizalde, todos músicos con mayor o menor relevancia en el panorama de la canción vernácula, se unieran para pergeñar Camaradería masculina, el ciclo que los cuatro van a presentar durante todos los miércoles de febrero en Ultra Bar, en pleno centro porteño. Aun cuando no está del todo definido el repertorio, y sin descartar lo profusamente espontáneos que suelen ser estos encuentros, teniendo en cuenta la gran variedad musical y el eclecticismo del que son cultores los protagonistas, es factible que el público se encuentre con un emotivo cóctel de temas tangueros, milongas, boleros y casi todas las variedades posibles de la canción.
Fundador del sello Ultrapop, manager del bar y habitual receptor de este tipo de fusiones musicales en su espacio, Gustavo Kisinovsky fue el ideólogo de esta iniciativa que, según aseguran sus protagonistas, se caracteriza por una estética en común que los precede y, también, por determinada forma de pararse ante el oficio que comparten. Cada uno a su modo y en distintas etapas –sus edades oscilan entre los 35 y los 49 años– fue hilvanando una trayectoria artística similar, coincidencia que se sostiene en cierto inconformismo con lo que les ofrece el mercado y la necesidad –urgente, inapelable– de expresar las ideas propias en un envase personal. O sea, los une el amor por lo que hacen, pero también el rechazo al discurso musical dominante. Allí radica el secreto de la camaradería: como si se tratase de compartir un tesoro personal –una forma de ver y sentir la canción– que a la vez que funciona como celebración, también es un guiño de apoyo, algo así como la ratificación de que no se estaba tan solo en esa persecución individual.
“Todos retratamos paisajes similares”, aporta Martín Elizalde, cantante y compositor de Falsos Profetas, banda que el año pasado editó Nuevas formas de bailar, un disco que fue presentado en Ultra durante varios fines de semana. “Cada uno a su manera –agrega–, transitamos una línea que está muy marcada por la canción ciudadana. La idea del ciclo es que los cuatro hagamos temas propios y después colaboremos con material de los otros, ya sea formando dúos o tríos, y tocando distintos instrumentos.”
¿Hay un tronco en común, una búsqueda particular que viene desde antes?
Estol: –Sin duda. Buscando las raíces filosóficas de la coincidencia, lo que yo reconozco en Falsos Profetas, en Antonio o en Cruz Maldonado, la banda de Diego, es un agotamiento y una inquietud. Creo que ahí es donde nos encontramos. Cuando uno se hace cultor del individualismo sabe que se va a quedar solo. O sea, no vamos a hacer “la Asociación de Individualistas”. Cuando uno está en un proyecto que es francotirador, por decirlo de algún modo, o contracultural, uno no puede esperar que esa contracultura se convierta en cultura, por lo menos no rápidamente.
El precio de la libertad es la soledad, pero ese camino tiene reglas propias.
Estol: –Por supuesto. Primero que es el camino más artístico. Y por otro lado, allí te encontrás con gente que coincide filosóficamente con vos. Gente que tal vez hace otras artes, pero tiene la misma visión de la vida que vos. Es ahí donde se pueden encontrar los francotiradores. Un espacio del tipo “Nosotros hacemos la nuestra”. Creo que es una especie de pequeña revolución en una época como ésta, en la que en la música asistimos al imperio de la vulgaridad y la mediocridad, a la cultura del remake.
El rasgo de época pareciera ser la pasteurización de contenidos, lo que disminuye la posibilidad de darle una impronta personal a lo que se hace. ¿Lo ven así?
Baiardi: –Sí. La sensación inmediata al encontrarte es “no estábamos tan solos”. Si bien Martín y yo hacemos cosas distintas, la verdad es que había una comunión muy grande. Por ejemplo, lo que me pasó con La Chicana, el grupo de Acho, fue poder ver que se podía hacer una canción distinta de la que se estaba haciendo. Es una ruptura. Eso me influyó directamente en cómo compongo. Después te encontrás con esa gente que forma parte de lo mismo que vos formás parte. Somos marginados de algún modo. Automarginados, en realidad; pero la verdad es que tampoco sabemos si nos gustaría estar adentro.
Ubicados en un pliegue de la escena –pliegue que, como tal, muchas veces pasa inadvertido para el gran público–, cada uno de ellos pareciera ocupar ese lugar marginal no tanto como una reivindicación ideológica sino por la convicción de que los sellos más importantes y los géneros más transitados están demasiado ocupados, faltos de creatividad o de riesgo y enfocados en lo comercial como para atender las demandas y las necesidades de estos artistas inquietos y variopintos. Ser un outsider, en este caso, tiene que ver con un gesto, con la necesidad de perseguir un valor agregado. “El otro día, en un diario –cuenta Estol– me calificaron como un ‘outsider del tango 2.0’. En cierto modo esa calificación está soslayando un fracaso. Están diciendo: ‘Esto que está acá es bueno, pero no termina de ser masivo’. Y allí se produce una glorificación de la marginalidad. Y en realidad, ser outsider es un subproducto, que debe ser juzgado por lo que es, no por lo que no es. Adriana Varela diferenciaba entre lo masivo y lo popular. Y decía que el tango es popular, porque atraviesa a la sociedad. No es un ghetto, que se diferencia por cierta particularidad. Son tramposas esas categorías a veces. Como le deben haber dicho a Nirvana en algún momento, con el asunto de la música alternativa y demás.
Birabent: –A mí la idea de juntarnos no me sorprendió nada. Era imposible hasta que se volvió inevitable. Esto que plantea Acho de la fuerza de la música en sí, es una constante en los cuatro. Yo abogo por no hacer una apología del fracaso o una apología de lo independiente, porque me parece que todos queremos ser independientes de alguna manera. Creo que la camaradería es una camaradería honesta. Eso es la música, ése es su encanto. Si quieren describir el afuera, cuéntennos cuál es el adentro, porque a lo mejor no queremos estar.
Elizalde: –El otro día alguien decía que había un crecimiento del under. Yo creo que lo que hay es un achicamiento del mainstream. Que cada vez son menos. Y que hay una pauperización en la propuesta.
¿Se pierden los matices?
Elizalde: –Claro. En el under hay trabajo genuino, hay mucha autenticidad en lo que se hace.
Birabent: –Me parece que se da algo parecido a lo que ocurría con los primeros integrantes del rock argentino, que eran movimientistas. Y nosotros cuatro juntos vamos a producir algo distinto de lo que hacemos individualmente.
¿De ahí viene la idea de la camaradería como colaboración entre pares?
Acho: –Claro, surge de una conexión. La amistad entre los hombres a menudo se basa en actividades y ambiciones compartidas.
Elizalde: –Es la necesidad que cada uno tiene por separado de construir un lenguaje nuevo, el deseo de buscar nuevos canales de comunicación. Tirar un centro y que te lo devuelva otra persona con una canción.
Estol: –Por otro lado, si hubiéramos hecho análisis sociológico de los públicos nuestros de los últimos años, hubiéramos encontrado una intersección. Algo que ahora lo vemos.
¿Les parece que el público es el que mejor sabe leer una conexión estética?
Birabent: –Seguro, y esto significa ofrecerle un desafío más. Es decirles: “Che, yo con estos tipos hago esto. Fijate si te gusta”. Y por otro lado, lo que me pasa cuando descubro músicos es que tenés muchas más cosas en común que lo que no tenés en común. Creo que me pasaría hasta con el cantante de Vilma Palma, con quien probablemente no haría un ciclo, pero que si estuviera acá con nosotros seguramente encontraría cosas en común que tienen que ver con el oficio. No nos olvidemos de que éste es un trabajo. ¡Y qué trabajo!
Estol: –Por otro lado, es distinto el músico que sos del intérprete que le mostrás al mundo. Eso pasa muchísimo.
Si el hombre para sentirse realizado tiene que tener un plan y, además, conservar un cachito de infancia, entonces Camaradería masculina pareciera poder satisfacer con creces esa necesidad. No hay muchas pistas sobre cómo será el encuentro, pero lo que aseguran sus protagonistas es que será un espacio ideal –buscado– para reencontrarse con la parte más lúdica del oficio, aquella que surge de la asociación libre de ideas y de estímulos, la que nace de alguna sospecha o de alguna coincidencia pero que no está inflexiblemente atada a un plan. El público que asista a Ultra los miércoles de febrero se encontrará con cuatro músicos experimentados alimentándose en vivo de la emoción y del talento del otro. “En principio –explica Birabent– partimos con la idea de plantearnos ser muy libres. Vamos a intentar un lugar de comunión distinto de lo que producimos cada uno por separado. Yo voy a tocar algunos temas, y no los voy a cantar, por ejemplo. Es un espacio ideal para probar.”
Elizalde: –Es una excelente excusa para intercambiar experiencias entre todos. Ya hubo encuentros entre nosotros, no los cuatro, pero sí entre unos y otros. Hay una confianza en el hecho de saber que hay un reconocimiento del otro.
Birabent: –De esta experiencia salimos mejor, eso sin duda.
¿Cada uno se puede alimentar del oficio del otro?
Estol: –Hay un vampirismo mutuo. Aprendés hasta mirando cómo el otro pone los dedos.
Baiardi: –Lo mismo con la lírica. Descubriendo y sorprendiéndonos con las metáforas del otro.
Elizalde: –Yo vengo de un matrimonio de 17 años con mis compañeros de Falsos Profetas. Tenemos varios discos, tocamos. Pero con estas cosas me reencuentro con un entusiasmo iniciático, el hecho de compartir y tocar cierta música sin saber lo que puede pasar.
Estol: –Lo único que está prohibido es el ukelele.
Birabent: –Y las novias (risas).
¿Por qué lo del ukelele?
Estol: –Es un chiste. Está relacionado con cierto redescubrimiento de algunos instrumentos. El otro día veía un documental de música brasileña en el que hablaban Chico Buarque, Os Mutantes y Caetano, entre otros. Contaban que alrededor del año ’67 hubo una manifestación antiguitarra eléctrica en Brasil. En aquel momento no era un instrumento inocente. La guitarra eléctrica era la punta de lanza que traía el rock norteamericano. Pero no la traía Frank Zappa, sino que era el rock más comercial, el menos interesante. Mirando para atrás, nosotros tenemos treinta años de guitarra eléctrica, que ha sido invasiva, que lo ha saturando todo, y tenemos tres millones de instrumentos acústicos ahí afuera esperando por nosotros... Yo descubrí el bandoneón a los 30 años. Y como eso el violín, el banjo, el cajón, la mandolina. Había un montón de instrumentos que no se usaron durante décadas. Y ahora sí se usan mucho, entre ellos el ukelele.
¿El rock nos dio un exceso de héroes de la guitarra?
Estol: –No me harta el rock, me sigue gustando, lo que pasa es que no me sirve de vehículo para lo que yo quiero decir. No puedo tratar de imitar algo que se homogeneizó hasta el vómito e intentar meterme por esa ranura milimétrica confundido entre un millón de voces. Es absurdo. Y al mirar para otro lado, uno descubre un jardín florido lleno de sonidos, de ideas, de metáforas y de poesía que puede servirnos.
Camaradería masculina se presenta todos los miércoles de febrero en Ultra Bar, San Martín 678, a las 21. Entrada: $ 90.
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