PERSONAJES EL CAMINO AL OSCAR DE JARED LETO,
› Por Mariana Enriquez
“No le dan el Oscar a gente como yo”, decía Jared Leto el año pasado, cuando la película Dallas Buyer’s Club recorría el circuito de festivales y los críticos ululaban ante su interpretación de Rayon, la dulce y valiente chica trans que agoniza de sida, compañera de negocios de Ron Woodroof, el personaje de Matthew McConaughey. Ahora, ya casi terminada la temporada de galardones, McConaughey y Leto ganaron todos los premios, chicos y grandes, incluidos los SAG y los Globo de Oro, y no hay casi dudas de que los Oscar a mejor actor principal y de reparto llevan sus nombres. Es uno de esos casos únicos: hicieron lo que le gusta a la Academia –en este caso, adelgazar hasta entrar en zona de peligro– y, al mismo tiempo, lograr actuaciones magníficas. Es justo: Rayon es una maravilla, una flor débil y hermosa que crece en esa película lúgubre pero extrañamente triunfal.
McConaughey se perfila como uno de los mejores actores de su generación, pero nadie esperaba esto de Jared Leto, que no actuaba desde hacía seis años, era un marginal en Hollywood y parecía sólo dedicado a Thirty Seconds To Mars, su banda de rock, que vendió más de diez millones de copias y batió el record Guinness con la gira más larga del mundo –311 conciertos en 2010-2011, shows desde Líbano hasta Indonesia, pasando por Rumania y Qatar–. Una banda de rock con una base de fans de altísima devoción –el núcleo duro se llama The Echelon–, que no les gusta a los críticos (no es gran cosa la banda) y usa sus propias plataformas de promoción, desde videochats exclusivos hasta conciertos transmitidos por suscripción, documentales sobre sus peleas con la discográfica EMI, y la participación de los fans, que suelen hacer coros en los discos y ser parte de los videos –una táctica que muchos consideran inescrupulosa–. Con discos producidos por Flood y Steve Lillywhite y tapas diseñadas por Damien Hirst, es un círculo perfecto diseñado por Leto que además dirige los videos –son como de Duran Duran para la era YouTube–, llenos de símbolos ocultistas, imágenes oníricas, referencias a animé y arte pop y muchas, muchas tomas de los ojos de Jared, el cuerpo tallado de Jared, en fin, su insoportable belleza.
Una belleza tan importante que obliga a remontarse al inicio de la devoción de dos generaciones de mujeres. En 1994 debutó en la serie para adolescentes My So-Called Life, un fenómeno cultural que ayudó a definir la estética indie-grunge de los ’90, le presentó al mundo a Claire Danes (la protagonista de Homeland) y dejó grabado en el cerebro de las chicas a Jordan Catalano, el personaje de Leto, un chico callado con problemas de aprendizaje, rocker, tan lindo que daba ganas de romperle la cara, un chico que era un problema –y Angela (Danes) trataba de arreglarlo, esa tonta tarea que toda chica inteligente debería evitar pero sin embargo acomete–. La serie duró apenas 19 episodios. Pero Jared Leto fue el primer amor de demasiadas. Y lo pagó. Si hay algo que irrite más que una adolescente gritando de histeria fanática, es el objeto de esa histeria: ¿o no acabamos de escuchar el enorme desprecio que causó en los hombres y mujeres estables y aburridos la locura por Justin Bieber?
Jared Leto salió de eso con una extraña carrera en cine. Hizo películas donde siempre actuó bien, pero sobre todo se dedicó a destrozar su cuerpo ideal, su cara de ángel, su incapacidad de envejecer. En Requiem para un sueño (2000), de Darren Aronofsky, fue un drogadicto anoréxico que termina amputado; en El club de la pelea (1999) de David Fincher se dejaba destrozar la cara por Edward Norton que, después de desfigurarlo, decía “tenía ganas de destrozar algo hermoso”. En Psicópata americano (2000), de Mary Harron, acaba desmembrado por los hachazos de Patrick Bateman; en Chapter 27 –muy mala– hizo del asesino de John Lennon, engordó 30 kilos y la crítica lo llamó un De Niro de cuarta. Alguna vez explotó su belleza: en Alexander (2004), de Oliver Stone, es Hefaestión, el amante del conquistador: la película es un bochorno, pero Jared es el mejor actor y el más hermoso de un elenco que incluye a Colin Farrell, Rosario Dawson y Angelina Jolie. También demostró que era lindo y talentoso en Sr. Nadie, de Jaco Van Dormael (2009), una de ciencia ficción notable que fracasó comercialmente y fue el comienzo de su retiro –para qué actuar en películas que no funcionaban y en una industria que lo trataba de mediocre y de chiste si podía ser adorado en los escenarios del mundo entero como estrella de rock, haciendo saltar a multitudes obsesionadas, desfilando un torso soñado por Benvenutto Cellini–.
Y de pronto este papel. Y uno de esos reconocimientos unánimes que hacen bajar la cabeza a los burlones y atraen una malsana cantidad de nuevos admiradores que hasta ayer hacían número en el coro de los cínicos.
La venganza debe ser muy dulce. Pero Jared Leto se porta bien. Es discreto. Se sabe poco de su vida privada: tiene 42 años (!), nació en Louisiana, se crió con su madre hippie y su hermano Shannon (baterista de su grupo) en la pobreza, en comunas hippies y en Haití, de su padre no habla salvo para decir que está muerto –ni siquiera usa su apellido– vendió marihuana, usó drogas –todas las que le ofrecieran le dijo hace poco a una revista; hay que decir en su favor que nunca hizo el numerito de ir a rehabilitación, ni derrapó ni fue preso–. Es asmático y vegetariano. Estuvo comprometido con Cameron Díaz: nunca habló de esa relación. Fue novio de Scarlett Johansson: tampoco habló de ella. Dice que su vida no es un reality. Y el mutismo genera rumores: que es habitué de clubes sadomasoquistas, que tuvo un romance con Colin Farrell, que su amistad con el discutido fotógrafo Terry Richardson –conocido por su estética inspirada en la pornografía– tiene ribetes malsanos. La respuesta es un silencio de esfinge y, en cada premio que recibe, agradecimiento y alegría y ni un gesto de revancha, apenas un poco de altanería y un brillo cómplice en los ojos azules más extraordinarios del planeta mientras revolea una melena californiana –medio mundo ruega para que se corte el pelo y acepte la ropa que los diseñadores le dejan a los pies pero a él, y se nota, no le importa nada, y mucho menos le importa su aspecto, porque no hay manera de arruinarlo–. Busquen fotos, miren estos veinte años de Jared: nunca sale mal, nunca sale feo, es sobrenatural.
Ahora mismo, Jared Leto está de gira por México con Thirty Seconds to Mars. Tiene fechas hasta mediados de año, inclusive una en mayo en el Luna Park de Buenos Aires. La gira se detiene solamente la primera semana de marzo, para que pueda ir a buscar su Oscar. Mejor que se lo den. Hay un viejo blues de Willie Dixon, “Back Door Man”, que dice “porque los hombres no saben lo que las chicas entienden”. Es una línea misteriosa y le calza a Jared Leto como a nadie. Los hombres lo miran y no entienden a esas chicas reducidas a lágrimas en los shows, a las que son mayoría entre sus dos millones de seguidores en Twitter. Mejor que le den ese Oscar. Porque este marzo, en todo el mundo, va a haber jóvenes ménades y viejas brujas (¡y brujillos!) mirando la ceremonia de los Oscar, que se va a volver pagana cuando todos den un grito unísono al escuchar el nombre de su dios personal, coronado después de veinte años en el exilio.
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