Dudoso Noriega es una novela muy parecida al mar cerca del cual transcurre: fue y vino por muchos años, va y viene como las olas de una historia a otra, de un personaje entrañable a otro. Para Juan Sasturain, fue un proyecto largamente acariciado, sin ansiedades ni angustia, haber podido terminarla y publicarla. Es su novela más ambiciosa, pero nada solemne, sobre Mar del Plata, los años ’50, los viejos amores y, por supuesto, la increíble vida metafísica de los bañeros. En esta entrevista, Sasturain reconstruye los pasos que lo llevaron a escribir Dudoso Noriega, el recuerdo de Alberto Breccia y la reciente publicación de sus conversaciones con el maestro (Breccia el Viejo), los mil oficios terrestres que ejerció, su inmersión en el mundo del periodismo y la historieta y su rutilante paso por la televisión abierta en el programa de libros más exitoso de todos los tiempos. Y, finalmente su intención de hacer, sencillamente, prosa argentina.
› Por Martín Pérez
Un grupo de salsa famoso en todo el mundo, con un cantante puertorriqueño que acapara todas las miradas, instalado durante una temporada en Mar del Plata, tocando casi a pérdida todas las noches en una carpa instalada en Constitución y el mar. Así es como Juan Sasturain elige comenzar Dudoso Noriega: recordando aquel verano del ‘92 en el que uno de los personajes de las tantas historias que contiene su fascinante novela-mar –así elige bautizarla, bromeando, doblando la apuesta ante la caudalosa definición de novela-río– intenta inútilmente cerrar un capítulo de su vida. “No hay nada peor que esperar un fantasma, y que ese fantasma no aparezca”, razona Sasturain con una comprensible sonrisa de narrador satisfecho, orgulloso ante las idas y vueltas de la saga de Falucho Vargas, reconocido heredero de Tito Puente y compadre de Rubén Blades, un falso puertorriqueño nacido por estos pagos, con una cuenta pendiente que saldar con su pasado.
De la misma manera en que Sasturain comienza esta última novela, de la que confiesa haber tenido poco más de cien páginas cuando empezó el “lento sprint” –otra irónica definición de cuño propio– con el que le puso punto final a sus quinientas páginas en los últimos tres años, debía haber empezado también otra que nunca escribió, veinte años atrás. Se llamaba La verdadera historia del combo Catarata, o aún se llama, ya que así la menciona en el prólogo de Dudoso Noriega, y –explica– aún sueña con poderla escribir. “Porque tengo ahí toda la historia, que transcurre en un hotel en la selva tropical, ubicado en el lugar donde se cruzan las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay, y que hacia atrás llega hasta la Alemania nazi, y hacia adelante hasta la dictadura. Y hay unos cruceritos que van y vienen por el río, durante la época del Mundial ‘78.”
Aquélla fue la novela con la que, dos décadas atrás, Sasturain regresó a la Argentina de su exilio catalán a fines de los ’80. Un regreso que cortó en seco al escritor que –después de muchas vueltas– había empezado a florecer en Barcelona, sobreviviendo entre trabajos periodísticos y vinculados con la escritura y el mundo editorial. Porque, aunque cobró un adelanto de la editorial Planeta para escribirla, que terminó devolviendo, nunca pudo ir más allá de las primeras páginas. ¿Por qué? “Porque era un muchacho con problemas –confiesa–. Sobrevivía sin salir de casa, a base de whisky, dulce de leche y mantecol”, enumera Sasturain, que entonces venía de –entre tantas otras cosas– sobrevivir a la dictadura como corrector, incursionar en el periodismo sin considerarse periodista hasta lograr por primera vez un nombre dirigiendo Fierro, y asentar la saga de un detective privado propio, el jubilado Etchenike, antes de irse a probar suerte a Europa. Y que al regresar –otra vez, entre varias cosas más– fracasaría como editor en Martínez Roca, se reencontraría con la escritura gracias a un folletín veraniego en Página/12 y hasta le pondría la cara a un programa de libros en la televisión abierta con diez puntos de rating antes de volver a la historia del combo Catarata y encontrarse con Noriega, el dudoso, el bañero completo, protagonista de la novela más ambiciosa de un escritor ahora sí completo, o al menos satisfecho.
Porque, como Falucho, Sasturain fue armando y desarmando su carpa, esperando el fantasma de una novela que no acudió a la cita, pero le dejó su lugar a otra, esta novela-mar, que se fue escribiendo durante dos décadas, ola tras ola. “Es mi novela más ambiciosa, en el sentido de que me otorgué más permisos. Es una novela más abierta, en la que trabajé sin la red del género, asumiendo más riesgos. Porque cuando hacés género, siempre podés retroceder y refugiarte en él. Pero acá no había a dónde retroceder.”
¿Alguna vez pensaste que no la ibas a poder terminar?
–Es un miedo que tuve con todas mis novelas, pero con ésta me pasó más que con otras. Aunque al menos tomé la precaución de no firmar nada hasta que no estuviese casi lista.
Allá por la segunda mitad de los ‘60, a pesar de que en la facultad había catorce minas por cada tipo –según calcula al voleo Sasturain–, Filosofía y Letras tenía su propio equipo de fútbol. Se llamaba Infamia, cuándo no, y a pesar de que por culpa de semejante demografía no había mucho material masculino de donde escoger, cuenta la leyenda que aquel combinado aguerrido terminó ganando heroicamente el campeonato universitario, ante equipos de facultades mucho más vinculadas, en el imaginario de aquel entonces, con lo futbolero y popular.
“Fue en el ‘69, y nos ganamos un viaje a Miami y las Bahamas”, asegura Sasturain, integrante de aquel equipo. “Aunque algunos papanatas no fuimos porque nos quedamos militando”, terminó confesando, en su papel natural de gran digresor, cuando presentó –en diciembre– Dudoso Noriega en Mar del Plata, la ciudad en la que vivió durante su adolescencia, y donde transcurren las hazañas –y también la ausencia– de su bañero absoluto. La historia de Infamia surgió hacia el final de la presentación, realizada junto a su amigo Guillermo Saccomanno, y apenas apareció llegó para quedarse. Es más: todos los presentes terminaron queriendo saber más de aquel equipo y aquel campeonato, con una intensidad (“Eso es un cuento, che”, incluso gritó alguien) que permitió entonces imaginar el particular proceso creativo detrás de la creación de la novela.
“Cuando uno está escribiendo ficción siempre aparecen personajes secundarios –explicó al día siguiente Sasturain, reconstruyendo ese proceso ante un desayuno de hotel–. A veces pasa que esos personajes vienen cargados. Por lo general, si te preguntás de dónde vienen, ahí es cuando cagaste. Por eso uno trata de no hacerlo. Pero, a diferencia de otras veces, me animé a preguntar. Por eso siento que es una novela coral. Porque cuando aparece un personaje nuevo en un relato oral, siempre hay alguien que pregunta quién es, y ahí es cuando va apareciendo otra historia. Y otra. Y otra.”
De esas otras historias está construida Dudoso Noriega, la novela sin red. Y también la vida de Sasturain, pertinaz trabajador de todos los oficios terrestres posibles vinculados con la palabra escrita, que a estas alturas parece llena de toda clase de historias. “Arranqué a trabajar en la industria editorial a los 22 años, cuando aún no había terminado la facultad –recuerda–. Entré en Galerna desde su fundación, y en la primera pila de originales que me dieron para leer encontré Cicatrices, de Saer, que ya estaba vendida a Sudamericana. Pero al fondo de la pila me llamó la atención una carpeta atada con hilo sisal, que había enviado un abogado por correo desde Jujuy. Así fue como descubrí a Hector Tizón. Saer y Tizón en la primera pila, no estuvo mal, ¿no es cierto?”, se enorgullece Sasturain, campeón con Infamia, profesor secundario de curso completo en Munro durante tres años después de recibir su diploma, reseñador de libros en los culturales de La Opinión y Clarín, y desembarcando en la universidad con la primavera camporista, con un cargo docente también en Rosario. “Me tomaba el tren todas las semanas, y recuerdo que fue en el andén, volviendo de uno de esos viajes, cuando me enteré de la muerte de Perón. ‘Se acabó todo’, pensamos”, rememora Sasturain, a pesar de que fue parte de los que se quedaron en la Plaza. “Estábamos en contra del enfrentamiento con Perón. No iba por ahí la cosa. Pero tampoco por el otro. Al final, fuimos todos forros”, resume, contundente. “Hubo una posibilidad de irse a México, a la Universidad de Puebla, pero yo me fui a mi casa.”
Ahí, en su casa, antes y después de entrar todas las noches a las 9 en su trabajo de corrector en Clarín –“el laburo que me salvó durante toda la dictadura”, asegura–, Sasturain escribía. “Terminé el primer borrador de Manual de Perdedores en el ‘75, cuando cumplí 30 años. Pero por suerte no la publiqué entonces.” Saldría primero parcialmente como folletín, en la contratapa del efímero diario La Voz, que lo contrató para armar su página de historietas a comienzos de los ‘80, cuando la dictadura empezaba a estar en retirada. Luego en Galerna, en dos tomos, a diez años de aquel primer borrador. Y, ya a fines de los ‘80, un llamado de un desconocido desde España le anunció a un Sasturain en retirada que querían publicar allá aquella primera aventura de Etchenike. Cuenta la historia que hacia allá fue, con la segunda, Arena en los zapatos, fresquita bajo el brazo. “Pero, aun así, nunca me fue fácil sentirme un escritor –confiesa–. Me costó mucho animarme a entrar en la literatura y asumirlo. En realidad, he hecho todo lo posible para no escribir.”
¿Por qué?
–No sé por qué. Tal vez porque es algo que me importa demasiado.
Ahí está Snoopy para atestiguarlo, abriendo cada uno de los capítulos de la edición definitiva de Manual de Perdedores. Las alusiones permanentes al ejercicio de estilo, o si no directamente la parodia, escondida en la cita del personaje de Schulz, sentado sobre su cucha, escribiendo una novela. O si no la abundancia de disculpas y prólogos explicativos, que dicen presente incluso en este consagratorio Dudoso Noriega. Sasturain asegura que durante toda su vida, a la hora de escribir literatura, se la ha pasado abriendo paraguas. A pesar de que siempre fue, confiesa, lo que más le interesaba. “Con la poesía es más alevoso –se entusiasma en el mea culpa–. Jamás publiqué un libro de poesías, e incluso mi primer poema publicado fue mi Carta al Sargento Kirk, escondida en una revista de política”, recuerda el escritor, ocasionalmente poeta en alguna contratapa de Página/12 para despuntar el vicio, que alguna vez confesó haber entendido lo que era la poesía cuando un profesor de secundario –se llamaba Ricardo Mariángeli, y a él está dedicado Dudoso Noriega– le hizo leer A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell, de Jorge Luis Borges. Y haber borrado todo y empezar de nuevo después de Gotán, de Juan Gelman.
Si aquella novela iniciática se escribió en el tiempo que dejaba libre su trabajo nocturno, la literatura fue lo que Sasturain hizo mientras se ganó la vida trabajando con la palabra escrita. Su primer gran momento en esa otra vida periodística fue al final de la dictadura y comienzo de la democracia, donde se recuerda trabajando en cualquier lugar donde le abriesen la puerta. “Con Angel Faretta decíamos que publicábamos en los medios, pero no éramos periodistas”, aclara. Aquella época es la que arranca con tímidas notas sobre Calé y Oski, rescatando las lecturas populares desde la vereda de enfrente de las vanguardias, y desemboca en la Editorial La Urraca, donde después de varios trabajos, Sasturain asegura haber obtenido su primer reconocimiento personal con la creación de la revista Fierro. “No era sólo de historietas, sino que era una revista cultural, bastante programática”, se enorgullece.
Una primera época que termina con un desprolijo despido de la Humor, y la huida hacia Barcelona, donde lo recibe Carlos Sampayo con los brazos abiertos. A pesar de que la propuesta laboral que originalmente lo llevó hasta allí no aparece, Sasturain asegura que floreció saltando de trabajo en trabajo, como en una segunda juventud, casi en un regreso a esos ochenta porteños pletóricos en revistas nuevas y colaboraciones. El regreso será traumático, novela sin terminar incluida, pero el reencuentro con la escritura llegará nuevamente a través de la prensa escrita. “Lo mejor que hacía entonces era siempre para Página –precisa–. Me acuerdo de una contratapa titulada Cardenal, Marilyn y la pena máxima, donde creo haber empezado a encontrar el tono: una mezcla de periodismo cultural en primera persona, con lenguaje coloquial.” Será en Página donde, asegura, terminará de acomodar su vida, cuando ingresó a la redacción en la sección Deportes. “Fui un pasante de 50 años”, se entusiasma.
Pero donde Sasturain nunca abrió ningún paraguas fue en su trabajo como divulgador de la historieta local. Sus artículos, reunidos en el admirable El domicilio de la aventura, tuvieron en su momento el poder de permitir nuevas lecturas sobre artistas tan transitados como Oesterheld o Quino. Esa familiaridad con el ambiente fue lo que le permitió acercarse a una figura como la de Alberto Breccia, un camino allanado también por el hecho de haber estado casado con su hija Patricia. Mientras despuntaba esa costumbre de escritor no asumido escribiendo guiones para don Alberto, Sasturain tuvo la idea de grabar unas charlas entre ambos, imaginando una futura biografía. De haberse concretado alguna vez, hubiese sido indudablemente la obra cumbre de su labor como divulgador de la historieta.
A veinte años de su muerte, la flamante edición de Breccia el viejo es otra deuda que Sasturain finalmente considera pagada. Profusamente ilustrado, una encomiable labor que corrió por cuenta de Mariano Buscaglia y Gustavo Ferrari, es un libro casi mágico, que transcribe aquellas conversaciones con Breccia durante el otoño de 1987. “Creo que en esa época le fui útil a Alberto, a pesar de que nunca fui muy buen guionista. Era muy respetuoso, pero todo el tiempo me pedía ‘que no hablen tanto, que pase algo’. Cuando me pidió un guión para vender a Europa supongo que se imaginaba algo más liviano, como la Escuadra Zenith, y yo le caí con el clima opresivo de Perramus. Pero lo inspiró a crear una batería de elementos gráficos para poder expresarlo”, recuerda Sasturain, que habla poco y nada de Perramus con Breccia en el libro, y mucho más de sus épocas de oro y no tanto, alcanzando momentos mágicos, como la evocación de su infancia en Mataderos. “Hay épocas de las que a Alberto le gustaba mucho hablar, como de los años ’40 y ’50, cuando hacía Vito Nervio y daba cursos de dibujo por correspondencia. Laburaba como un perro, pero son años en los que evidentemente tuvo una vida feliz, y eso se nota.”
Ahora que se ha sacado el peso de ciertos viejos proyectos de la espalda, Sasturain confiesa estar considerando atreverse con un viejo capricho. “Es un proyecto que tengo desde hace mucho tiempo, y que en cierta medida limita con la ilegalidad”, asegura juguetón, y explica que entre los escritos que Dashiell Hammett dejó inéditos, el más importante son las 70 páginas de una novela inconclusa autobiográfica, llamada Tulip. “Hay que terminarla”, se entusiasma Sasturain, que para animarse a empezar ha traducido esas páginas y las ha pasado de primera persona a tercera. “Me encantaría ser capaz de escribir eso”, confía el autor que supo ser la cara de la literatura en la televisión abierta, y no por eso dejó de seguir escribiendo. “Lo que pasa es que puedo estar engrupido más profundamente, pero no a niveles superficiales”, se ríe Sasturain, que acepta ser un buen personaje que no necesita ser escrito por nadie. “Debo ser bastante adaptable”, barrunta el hombre que lo ha hecho todo, siempre que se trate de hacerlo por escrito. “Además, una cosa es ser conocido, y otra cosa ser reconocido. Y por lo general son universos excluyentes. Pero me he podido bancar todos los malos entendidos y los equívocos que vienen junto a cierto nivel de exposición. Lo demás ya no depende de uno. El Tano Pernía puede correr todas las carreras que quiera, pero siempre va a ser el 4 de Boca, no importa cómo quiera ser considerado.”
¿Vos cómo querés ser considerado?
–Yo quiero ser escritor, siempre quise serlo. Pero es otra cuestión cómo construye uno su oficio. Yo siempre he tenido una resistencia, con cierto fundamento ideológico, a la construcción de la figura del escritor asociada a cierto tipo de secreto, a una vocación oscura y misteriosa. Siempre fui en contra de eso, y abono en cambio la idea de que un escritor es un tipo más, que sólo es escritor cuando escribe. Así que me parece que todo está en los textos. En lo que uno escribe, y no en lo que uno quiere ser.
Ahora que la novela negra ya no es marginal, ¿por qué te alejaste del género en Dudoso Noriega?
–Me salió así, pero no fue algo buscado. Aparece un detective, sí, pero que investiga a la novela. Y a diferencia de nuestra tradición de los policiales, en la que el lector sabe lo mismo que el detective, el lector de Dudoso Noriega sabe más del caso que Etchenike, como a veces sucede en las series de televisión.
¿Creés que esta popularidad del género lo llevará al agotamiento?
–Depende de los escritores, porque los temas se agotan, pero los escritores se sostienen. Fijate que la novela negra norteamericana que más nos gusta, la de entre los años ’20 y ’50, tiene muchos escritores que son muy buenos, y muchos mediocres, pero también media docena de grandes escritores, que lo son a pesar de o al costado del género. Me acuerdo de la famosa frase de Chandler, cuando le preguntaron si escribía novelas policiales, y él respondió que escribía prosa inglesa. ¡Y no lo decía en broma!
¿Y vos qué escribís?
–Ah, me gustaría poder contestarte como Chandler. Que yo escribo prosa argentina, sí señor.
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