Dom 25.05.2014
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MALA ERES

Este jueves se estrena Maléfica, la nueva versión de La bella durmiente de Disney, cincuenta y cinco años después de aquella joya de la animación y con el protagonismo absoluto de la bruja, encarnada por una Angelina Jolie icónica, con toques digitales en su fabulosa cara y alas negras de demonio. La película continua con la relectura que Hollywood les viene dando, en los últimos años, a los clásicos cuentos de hadas, tanto en películas —Blanca Nieves y el Cazador, Caperucita Roja— como en series de televisión, desde Once Upon a Time hasta Grimm; una relectura que incluye un oscurecimiento de los personajes, a la manera de los nuevos y más ambiguos, cuando no conflictuados, superhéroes. Radar hace un repaso por el mito de la Bella Durmiente, cómo Disney lo recreó y le dio protagonismo a la bruja Maléfica y de qué forma la imagen del demonio alado que lanza una maldición es la representación que mejor se ajusta a tiempos menos inocentes.

› Por Mariano Kairuz

Estrenada en enero de 1959, en su momento La bella durmiente fue considerada un fracaso: la inversión de tiempo y dinero y las expectativas que Walt Disney había puesto en esta adaptación de un cuento folklórico versionado famosamente por Charles Perrault y por los hermanos Grimm en los siglo XVI y XVII eran demasiado altas, y no obtuvo la respuesta esperada ni del público ni de la crítica, que la recibió con tibieza y algunas objeciones. La película, tercera de la serie de largometrajes animados basados en cuentos de hadas famosos que produjo Disney –después de la pionera Blanca Nieves y los siete enanos y La Cenicienta– llevó a la compañía a dejar de producir ese tipo de historias por décadas. Sin embargo, sus múltiples reestrenos en los años ‘70 y ‘80 fueron tan exitosos que terminaron por convertirla en una producción tardía, pero altamente redituable, y en todo un súperclásico admirado por los mejores animadores. Hoy es imposible considerar ninguna de sus (discutibles) falencias narrativas por encima de sus mayores logros: por un lado, una textura visual que buscaba reproducir cierta cualidad de las ilustraciones medievales y de las ilustraciones de los libros de cuentos infantiles, con un diseño imponente dirigido por el pintor Eyvind Earle. Y por otro, el hecho de que consiguió dotar de cuerpo, de su imagen hasta hoy definitoria, a sus antagonistas: la princesita maldita, condenada desde la cuna a entrar en un sueño profundo y eterno llegada su adolescencia; y la villana, la bruja, el ángel caído, esa suerte de demonio bello y temible, estilizadísimo y sin corazón, que lanza por despecho su hechizo sobre la chica.

Según las interpretaciones más trilladas –que siempre quisieron identificar una misoginia rampante en el retrato de la mujer en los films animados de Disney– Aurora/Rosa, como se conoció según las versiones (Perrault/Grimm) a la princesa, no dejaba de ocupar el estereotipado lugar de la doncella encantadora pero pasiva, la damisela en peligro a la espera de ser rescatada. Pero La bella durmiente del ‘59 refuta esa acusación al hacer de otra mujer uno de los personajes más icónicos de todos los films de Disney, dándole su forma y su nombre finales a una figura que, en diferentes versiones de contornos mucho menos definidos, había atravesado siglos de tradición oral y escrita: Maléfica.

Ahora que el cuento de hadas atraviesa un proceso de remake, relectura y reinvención, en versiones relativamente adultas y consistentemente oscuras y en ocasiones sádicas, con films como Blanca Nieves y el Cazador, La chica de la capa roja, la serie televisiva Once Upon a Time, la exitosa historieta del sello Vértigo, Fables, y muchas otras adaptaciones en camino, Disney capitaliza una de sus más importantes creaciones con una película que lleva por nombre esta vez no el de su heroína sino el de su villana. Con dirección del debutante Robert Stromberg –director de arte de la Alicia en el País de las Maravillas que Tim Burton hizo para Disney–, la gran apuesta de Maléfica consiste en tratar de expresar la dualidad implícita en ese personaje oscuro que era el villano, pero que, siempre estuvo claro, era tanto más importante que la heroína en la película de 55 años atrás, su contracara pero su inexorable complemento, a través de esa combinación de belleza y aura sobrenatural que habita en Angelina Jolie, su protagonista. Cada vez más icónica y menos real, Angelina se calza el traje y los cuernos un poco leather de uno de los personajes más poderosos de los cuentos de hadas de Disney, para dar vuelta la historia, contarnos el origen, llevarnos al otro lado del espejo.

ANGELES, MUJERES SABIAS, HADAS

La leyenda de la bella durmiente tuvo más de cien versiones, basadas -–tal como se consigna en un libro clásico de fines de los ‘60, Maravillas de los dibujos animados, escrito por Bob Thomas por encargo del estudio de Walt Disney– “en dos temas corrientes del folklore europeo: 1. Encantamientos de sueño, y 2. Venganza de un ser sobrenatural por una ofensa recibida”. Las dos versiones más conocidas son la de los hermanos Grimm, escrita en el siglo XVII y conocida como “La pequeña Rosaespina”, y la de Charles Perrault, publicada en 1696 bajo el título “La bella durmiente del bosque”. Aunque la primera es un poco más larga, ambas rondan escasas cinco páginas de extensión. En general, son bastante cercanas una a la otra: ambas empiezan con un rey y una reina que, tras muchas dificultades para concebir, dan a luz a una niña. El día del bautismo, llega hasta su castillo para saludar y honrar a la recién nacida un grupo de mujeres bondadosas y poseedoras de poderes mágicos. En la versión de Perrault, son siete ángeles que bajan a bendecir a la nena con virtudes tales como la mayor belleza del reino –una belleza que supuestamente refleja la de su interior–. En la de los Grimm son doce “mujeres sabias” invitadas por los reyes. A los siete ángeles de una versión, se le suma un octavo ser alado, un personaje oscuro que podría interpretarse como una suerte de ángel caído. En la invitación a las doce sabias de la versión de los Grimm, esta decimotercera mujer sabia del reino se queda fuera de la fiesta, de manera deliberada, por la sencilla y un poco burda razón de que sólo contaban con doce platos de oro para la hora de comer. Por supuesto que la decimotercera, la no convidada, se hace presente por las suyas, muy enojada por haber sido despreciada. Una y otra –ángel oscuro y sabia nº 13– echan sus maldiciones sobre la recién nacida: una sin especificar edad, la otra augurando que para cuando la princesa sea ya una quinceañera, habrá de pincharse un dedo con la espina de una rueca –la máquina de hilar– y esto le provocará la muerte. En cada caso, a la hora de pronunciar su bendición, el último ángel/hada decide utilizar su magia no para revertir la maldición –ya que es tan poderosa que resulta imposible– pero sí al menos para atenuarla: en lugar de caer muerta, la princesa descenderá a un sueño profundo que durará un siglo entero, tras el cual podrá ser despertada por el hijo de un rey.

El rey ordena entonces quemar y destruir todas las ruecas del reino, bajo pena de muerte para quien poseyera una y no cumpliese con la orden. Pero esto no alcanza. Con los años, el reino parece olvidar el hechizo, y finalmente la profecía del mal se cumple, cuando la chica, que es aún una virginal doncella, sale a pasear por el bosque y se encuentra con una amable anciana que parece no estar al tanto de la orden real. Para proteger su cuerpo comatoso, los ángeles/las sabias rodean el castillo con las ramas de un bosque cerrado y repletas de espinas letales, y sumen a sus habitantes en un sueño tan largo como el de la muchacha. Quienes, habiendo conocido su historia, intentan acercarse –incluso príncipes algo prematuros– mueren en el intento. Recién una vez que pasaron los cien años, la profecía correctiva se cumple también. El hijo de un rey encuentra a la bella durmiente, ésta despierta, ocurre la boda y como no podía ser de otra manera viven todos felices por siempre, sin noticias de la despechada maldecidora.

Cuando, a principios de los años ‘50, Walt Disney puso en marcha la adaptación, su equipo de guionistas debió pensar no solo cómo extender un poco una historia tan breve, que atravesaba en cinco páginas un siglo entero, sino también ablandar y embellecer algunos de sus detalles argumentales, para un público masivo. Según cuenta en su libro Thomas, “ante todo era preciso reforzar la trama para conseguir efectos dramáticos. El príncipe constituía siempre un problema. Si llegaba un siglo después, esto quería decir que tenía ochenta años menos que la princesa, una situación poco romántica por cierto. Así, pues, se decidió que se encontrasen pronto el príncipe y la princesa, y abreviarle el sueño”. A todo esto, si, según la leyenda original, la princesa era educada en el castillo, en la pelicula, y en lo que constituye una política de crianza infantil por lo menos polémica para el siglo XX –pero que quizá a mediados de siglo tuviera alguna relación con el concepto de “internado para señoritas”–, la pareja real pone a su hija al cuidado de las hadas, bajo el pretexto de que sólo ellas podrán protegerla de nuevos ataques de la hechicera. La idea, que podría presumirse que no sería enteramente simpática para un espectador de hoy, era que las hadas restituyeran a la chica a sus padres después de dieciséis años de no verlos. Del trauma de la chica que deberá reencontrarse con unos padres que le son casi enteramente extraños, ni una palabra. Donde se cargan todos los traumas, donde la película hace su gran aporte al mito, es en la figura del ángel despechado, de la mujer sabia, a quien ahora se convierte en una bruja de cuernos y aspecto luciferino. El despecho de Maléfica es explícito: llega iracunda al bautismo, porque no ha sido invitada. Pero alcanza con verla, con sus cuernos diabólicos y sus alas como de murciélago, para entender por qué no fue invitada. La versión de Disney, como las de Perrault y los Grimm, no explora las motivaciones de Maléfica –que siempre fueron consideradas un poco débiles– pero al ponerle tan sugestivas imágenes la película deja en evidencia su origen diabólico, su procedencia del Mal puro: la maldad, su capacidad de provocar daño a los otros, es su razón de ser. Y, mientras que en el cuento no vuelve a aparecer, en la película, una vez que la maldición ya ha sido revertida, se le reserva a Maléfica un papel fundamental: nunca deja de estar pendiente del paso del tiempo, de cómo se acercan los condenados 16 años de la muchacha, manda a buscarla cuando no la encuentra por ningún lado, envía a su fiel cuervo y a sus esbirros –unos orcos caricaturescos– a buscarla. En la nueva película con Angelina Jolie, Maléfica se mantiene cerca de la víctima de su maldición, en un gesto que sugiere ambigüedad, que parece oscilar entre la acechanza, el acoso, y la protección materna.

Varias generaciones de ex niños recuerdan la transformación de Maléfica en dragón en el abrupto e intenso clímax: allí es donde todo lo que hasta entonces estaba sugerido, se desplegaba finalmente, quedaba expuesta la raíz infernal de la bruja. En buena medida por esto, La bella durmiente de Disney es una obra maestra. El guión tenía algunos detalles argumentales tirados de los pelos: a pesar de haberla mantenido escondida durante casi toda su vida, las tías/hadas dejan salir a la princesita de la casa para que pasee por el bosque ¡justo el día de la maldición, el de su cumpleaños número 16! El pretexto es que estas mujeres –que son pésimas amas de casa y parecen no poder resolver absolutamente nada sin recurrir a sus poderes mágicos, que le han ocultado a la muchacha desde siempre– quieren que los preparativos del cumpleaños sean una sorpresa, pero el descuido propicia el cumplimiento de la maldición. Por otro lado, un par de improbables coincidencias provocan que ella conozca a su príncipe (el de la canción clásica, compuesta para esta película: Eres tú, el príncipe azul que yo soñé, basado en el ballet de Tchaikovsky estrenado en 1890) justo antes de caer dormida y que no haya entonces verdaderos osbtáculos para el romance, ya que el muchacho resulta ser justamente el niño desagradable al que ella había sido comprometida de forma inconsulta en su bautismo, y que además ha evolucionado en un gallardo y apuesto caballero.

Pero estas pequeñas vueltas argumentales importan mucho menos que la estructurada puesta en escena que la película hace del bien contra el mal, y su estilizada transformación en imágenes vivas. La pintura de cada fondo llevó por lo menos siete veces más que un fondo en los otros films animados de la compañía, pero el resultado de este esfuerzo está todo el tiempo a la vista: en el desfile de los invitados del bautismo de la niña real o en los momentos en que la película se sumerge en el castillo de Maléfica. Varios de los animadores más legendarios de la escudería (integrantes de lo que se conoce como The Nine Old Men: los mayores artistas del Disney clásico) tuvieron a su cargo los distintos personajes principales, lo que explica las personalidades bien definidas que adquirió cada uno: Milt Kahl compuso al príncipe, Frank Thomas y Ollie Johnston a las tres hadas (sí, eran solo tres), y el extraordinario Marc Davis a las dos antagonistas: la princesa Aurora y Maléfica, mientras que la versión de Maléfica convertida en dragón fue obra de Wolfgang Reitherman.

Que un mismo artista haya estado a cargo de crear a la doncella pura inocencia y belleza y a la temible bruja es una expresión de uno de los motivos conceptuales más fuertes de los cuentos de hadas en las versiones de Disney: la encantadora, ligera, enamoradiza y pasiva Aurora se ve no sólo amenazada sino también sostenida en Maléfica, quien se impone con su perfecto opuesto de maldad pura, como un personaje infinitamente más activo que el del cuento original: no se detiene hasta ver su maldición cumplida, e incluso después, llevando su lucha hasta su propia muerte. Una y otra, creadas simultáneamente por el mismo artista, integran la feroz convivencia de dos mitades que hacen a un personajes completo: el tironeo interior entre la luz y la oscuridad.

LA INTERPRETACION DEL SUEÑO

Existen otras versiones de La bella durmiente que incorporan elementos más complejos a su trama principal, pero que están necesariamente ausentes de la versión de Disney. En la del poeta y compilador napolitano del siglo XVI Giambattista Basile, así como en una segunda parte escrita por Perrault, la princesa comatosa queda preñada durante su sueño centenario por un hombre de sangre noble (un rey en Basile, un príncipe en Perrault) que llega hasta ella y, obnubilado por su belleza, duerme a su lado. Luego ella da a luz a mellizas, una de las cuales, en busca del pezón para alimentarse, succiona el dedo en el que tiene clavado la espina letal, extrayéndolo y devolviéndole de este modo la conciencia a su madre. Pero después aparece la reina, una suerte de ogresa que, según la versión, quiere castigar al rey y al príncipe comiéndose a los niños de la bella durmiente (porque su esposo la prefirió a ella) o dárselos de comer a su marido. En su insoslayable libro de estudio de 1976, Los usos del encantamiento: significado e importancia de los cuentos de hadas, el psicoanalista infantil y escritor austríaco Bruno Bettelheim hace una intensiva lectura freudiana de los relatos clásicos –que, dice, “traducen estados internos por medio de imágenes y acciones”–, ofreciendo de manera más o menos indirecta una lectura reveladora del verdadero lugar que ocupa la bruja con su maldición en el cuento. “No importa cuánto varíen en sus detalles las diferentes versiones –escribe Bettelheim–, el tema central de ‘La bella durmiente’ es que, no obstante todos los intentos de los padres por prevenir el despertar sexual de sus hijos, éste ocurrirá de un modo u otro. Más aún: los mal encaminados esfuerzos de los padres acaso consigan posponer la llegada de la madurez en el momento apropiado, tal como queda simbolizado en los cien años de sueño, los cuales separan su despertar sexual de su unión con su amante. Muy estrechamente relacionado con éste hay otro motivo, en principio, que el hecho de tener que esperar incluso un largo tiempo para la realización sexual, no le resta en absoluto belleza.”

Cuento de adolescencia e iniciación, para Bettelheim, la espina que hace sangrar a la bella durmiente representa la menstruación así como la primera relación sexual. “La historia le deja a cada chico la impresión de que un evento tan traumático como el sangrado femenino de la pubertad tiene las consecuencias más felices. El cuento implanta la idea de que estos eventos deben ser tomados muy seriamente, pero que uno no debe tenerles miedo. La maldición es una bendición camuflada.” Aunque las versiones de Disney omiten los detalles más directamente escabrosos de las de Perrault y Basile, al dotar, en la versión de 1959, a Maléfica de una personalidad mucho más poderosa que la del galante príncipe que rescata a la doncella dormida, reconoce al menos un aspecto esencial que estaba implícito en la leyenda folklórica. Siguiendo la lectura de Bettelheim, la presunta malvada es quien completa realmente el ciclo de la mujer protagonista, porque su maldición provoca una serie de acciones que en última instancia la llevan a conocer a su amante y amor verdadero. Al darle, ahora, el protagónico a la bruja –y cambiar su gesto agrio y su aspecto adusto por la belleza madura y la imagen híper sexualizada de Jolie–, Disney termina de darle forma a una operación de lectura que, de un modo poco más o menos explícita, comenzó 55 años atrás con aquel clásico.

QUE LAS HAY

Con dirección, como se dijo antes, de Robert Stromberg y guión de Linda Woolverton (responsable también de los guiones de El rey león y Alicia), un cover de “Once Upon a Dream” –el tema clásico de La bella durmiente del ‘59– grabado por Lana Del Rey para los créditos finales con un sonido que parece surgir de ultratumba, y Angelina y Elle Fanning como Aurora a la cabeza de un reparto bastante impresionante, Maléfica participa de una tendencia contemporánea del film fantástico. Hay, por un lado, cierta afinidad con las versiones “oscuras” de los films de superhéroes de la última década y pico –que buscan inquietar poniendo a la par a sus protagonistas y sus némesis, en lo que respecta a sus traumáticos relatos de origen y sus perfiles más bien freaks, repletos de contradicciones–. Y sigue, por otro, el camino iniciado por otras reversiones de cuentos de hadas clásicos recientes, como La chica de la capa roja (con Amanda Seyfreid como Caperucita, representando las trilladas interpretaciones sexuales del cuento); y en especial Blanca Nieves y el cazador, que ya anticipaba un poco la idea de Maléfica al asignarle el lugar de la bruja malvada a una actriz mucho más encandilante (Charlize Theron, dándose baños de leche) que la que interpreta a la doncella titular (la siempre anémica Kirsten Stewart). Mientras que el proceso de “inversión” de las antagonistas y del punto de vista está estrechamente vinculado con el proyecto vanguardista del Disney de los ‘50: si el nivel de perfección que habían alcanzado los dibujos y la animación para el estreno de La bella durmiente al final de aquella época abonaba la idea de que el cartoon estaba preparándose para reemplazar a los actores de carne y hueso, ofreciendo la combinación más justa de realismo y estilización, hoy, que casi todo el cine fantástico cuenta con varias capas de efectos digitales, al punto de que cada superproducción es en un alto porcentaje un film animado, incluso si no se lo promociona como tal, Maléfica podría ser la película que Disney hubiera querido filmar cinco décadas atrás de haber contado con la tecnología para hacerlo.

Pero lo cierto es que Maléfica no existiría sin la obra maestra que Marc Davis delineó para el film original. Stromberg lo reconoce: “Lo que estamos tratando de hacer –le dijo a la revista Entertainment Weekly– no es reinventar aquel personaje, sino crearle distintos niveles que uno no sabía que existían en ella. Hay dos lados en cada historia. Esta busca explorar el otro lado, y cuánto más difícil es, una vez que te convertiste en un ser oscuro, volver a ver la luz”.

“El ejercicio no consistía en ver cómo divertirnos con un villano, sino entender qué es lo que puede volver malvada a la gente, vil, agresiva y cruel”, aportó Angelina en la misma entrevista, promocionando la que será su primera aparición en el cine en bastante tiempo, la primera desde la mastectomía a la que decidió someterse y que le contó al mundo en una carta abierta a The New York Times. Esta es la película que la devuelve a ese espacio un poco bizarro, un poco sobrenatural que ocupa desde hace un tiempo, que lleva a pensar en ella por momentos menos como una persona real que como un icono inventado por los estudios.

Volviendo al principio, la idea de convertir a Jolie en Maléfica es una de las ideas de producción más interesantes del cine multimillonario de los últimos tiempos, porque, ya sea deliberada o inadvertidamente, la película seguramente tendrá significados e implicancias más allá de las que se propusieron transmitir sus responsables. Enfundada en su elegante traje de bruja, ella lo tiene todo para encarnar la dualidad que el cuento tuvo siempre, a través de siglos, versiones, soportes –cuento oral, escrito, dibujado y animado, filmado–, la que leyeron Bettelheim y los responsables del film del ‘59 incluso cuando no la hicieron explícita: la belleza y el misterio, la capacidad de sugerir que detrás del Mal hay un alma dañada (una adolescencia rasgada), de que una cosa y otra, lo hermoso y lo horrible, la bondad de espíritu y los peores sentimientos, van juntos. De insinuar todo eso que late y vibra en tantos cuentos de hadas: que cada princesa contiene su propia bruja y viceversa, que ninguna está completa sin la otra. Que son lo mismo.

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