PERSONAJES Autor de Cómo vino la mano, pionero del ecologismo en Argentina y fundador de la mítica Eco Contemporáneo junto con Antonio Dal Masetto y Juan Carlos De Brasi, que publicó primero que nadie a los poetas beats en castellano en un esfuerzo a pulmón inédito, Miguel Grinberg acaba de publicar Memoria de los ritos paralelos, un libro que rescata sus diarios escritos durante dos meses que pasó en Nueva York en el crucial 1964. En esta entrevista, le cuenta a Radar cómo fue escuchar por primera vez a Los Beatles en Texas, habla de su iniciación cultural en Buenos Aires, que pronto se volvería global, y anticipa futuros libros que incluirán su correspondencia con Allen Ginsberg y Julio Cortázar.
› Por Martín Pérez
Aquel guardia fronterizo estaba desconcertado. Mientras revolvía una mochila del ejército norteamericano con el nombre de un tal John Randall a la vista, llena de libros y revistas, revisaba un pasaporte que no era norteamericano ni tenía el apellido Randall por ningún lado. “Tal vez el tipo imaginaba un robo en un burdel mexicano”, recuerda cincuenta años después el portador de aquella mochila.
Pero el guardia que recibía entonces a quienes cruzasen el puente internacional sobre el río Bravo, que separa Ciudad Juárez, en México, de la ciudad texana de El Paso, no hizo referencia a la mochila, un regalo de Margaret Randall –la hermana de ese tal John– al viajero cuando lo despidió en la capital mexicana, unas agotadoras cincuenta horas de tren antes de llegar a la frontera. “¿Viene caminando desde la Argentina?”, fue su primera pregunta, intrigado por el pasaporte. Luego de escuchar la aclaración de que los pasos de quien estaba ante su puesto fronterizo sólo lo habían traído desde la terminal de tren, quiso saber entonces por qué no viajaba en avión. “Soy poeta y junto anécdotas para un libro”, fue la respuesta de un joven Miguel Grinberg, que disfruta reconstruyendo el diálogo como si fuera el de una película en el prólogo del flamante volumen Memoria de los ritos paralelos (Caja Negra), que rescata los diarios que escribió durante los dos meses de su paso por Nueva York, como parte de lo que considera su experiencia iniciática en los Estados Unidos, que duraría la mayor parte de aquel 1964.
“Muchos caminos se me abrieron en Nueva York”, recuerda el ahora venerable Grinberg, sentado ante un café humeante en una tarde lluviosa del otoño porteño. Cronista histórico de aquella revolución generacional, nuestro hombre entre los beatniks, amigo de Allen Ginsberg, Henry Miller, LeRoi Jones y tantos otros, Grinberg es también el autor de Cómo vino la mano, una historia fundacional del rock nacional, el primer libro en profundizar las razones estéticas e ideológicas de lo que por entonces era antes que nada un movimiento. Una marea que en realidad apenas si comienza a asomar en este libro, en el que Grinberg recuerda que escuchó por primera vez a Los Beatles en la cafetería de la terminal de Greyhound de El Paso, ni bien cruzó la frontera. “El contacto sonoro me produjo una intensa taquicardia –escribe–. Lo viví como una señal de bienvenida a un nuevo mundo.”
Además de escuchar luego en todos los jukebox del Village a Bob Dylan y Joan Baez y ver a los primeros hippies en la Plaza Tompkins del bajo East Side, Grinberg subraya también que en Nueva York sintió cómo iba siendo germinado, paso a paso. Recuerda que descubrió libros como Primavera silenciosa, de Raquel Carson, denunciando los pesticidas clorados y los peligros de las fumigaciones, y conoció ya entonces el peligro de los residuos atómicos de las centrales nucleares. “Mi ecologismo también nació en esos episodios de vida noctámbula en la bohemia de Nueva York”, asegura el creador de la mítica revista Mutantia, que recuerda que en aquella época beatnik y pre-rocker, era la poesía la que dirigía el tránsito. Por entonces había empezado a publicar a los paladines de una nueva generación en Eco Contemporáneo, la revista que comenzó a editar junto a Antonio Dal Masetto, en un arco de iniciación cultural porteña, pero al mismo tiempo increíblemente global, que lo terminaría llevando a aquella Nueva York donde su historia y sus convicciones no harían más que comenzar.
“Todos los movimientos pacifistas, feministas y ecologistas actuales son desprendimientos de aquella siembra generacional –asegura Grinberg con su característico hablar pausado y la segura sonrisa del que ha repetido una y mil veces la misma historia, pero lo va a seguir haciendo cuantas veces sea necesario–. Todos se nutrieron de aquella savia poética y su sabia poesía.”
Ante aquel puesto de frontera donde le preguntaron si había venido caminando desde Argentina y él se presentó como poeta, el joven Miguel Grinberg llegó como resultado de nunca haber dejado de armar su “carpeta de protagonistas”, como lo llama ahora. “Si lo miro retrospectivamente, fue una epopeya fundadora”, asegura de aquellos años iniciáticos de lecturas contraculturales, tanto de los más accesibles Roberto Arlt y Albert Camus, como de novedades absolutas como Aullido de Allen Ginsberg o En el camino de Jack Kerouac. Un recorrido que incluye el abandono de los estudios luego del fracaso tras haber levantado empedrados por la laica o libre, y ese –como asegura– primer paso del resto de su vida que fue la lectura de los clásicos teatrales con el Teatro Sindical de Cámara. Un amplio relato de iniciación cultural que, con la misma mirada retrospectiva, Grinberg subraya que “no se trató de un pasatiempo hasta encontrar la verdad, sino que eso era la verdad”.
Aquella cada vez más amplia carpeta de protagonistas eran los nombres y las obras que el nuevo poeta presentaba ante los medios de la época, pero era rigurosamente ignorado. “Desde Sur hasta El escarabajo de oro, todos nos miraban con un profundo desprecio –recuerda–. Porque tanto Ferlinghetti como Ginsberg, que aún no habían sido traducidos y eran desconocidos en Europa, para ellos eran simplemente ejemplos de poesía pronorteamericana.” Pero lejos de desanimarse, el joven poeta y agitador cultural tendía redes. Mandaba botellas al mar en forma de cartas, que comenzaron diálogos epistolares continentales. “Todos los beats a los que les escribí, todos me contestaron”, cuenta Grinberg, que logró filtrar la obra de sus amigos por correspondencia en el correo de lectores de la revista uruguaya Marcha hasta que decidió que, en vez de seguir golpeando puertas que nunca se abrían, había llegado la hora de montar su propio kiosco.
Junto a Antonio Dal Masetto –al que conoció esperando chicas en la puerta de salida de las artistas en el teatro Caminito de La Boca– y Juan Carlos De Brasi, Grinberg fundó Eco contemporáneo, cuyo primer número incluyó desde el poema “América” de Ginsberg hasta una crónica de los festejos del primer año de la Revolución Cubana escrita por LeRoi Jones. Apareció casi al mismo tiempo –entre tantas otras– que la mexicana El corno emplumado y la salvadoreña El pez y la serpiente, donde comenzó a publicar un jovencísmo Ernesto Cardenal. “La generación de poetas que nos precedió en los ’50 todavía era francófona, y no habían ido más allá del surrealismo y René Char. Mientras que nosotros buscábamos una cosa más telúrica y continental, y así fuimos al encuentro de los beats, y ellos también vinieron hacia nosotros.”
Pero más allá de semejante sincronicidad continental, que anticipaba un cambio de guardia poético, de entrecasa Grinberg aún recuerda el ninguneo del medio. “Algunos nos daban bolilla, como Héctor Yánover o Aldo Pellegrini –precisa–. También nos leyeron poetas y dibujantes de mi generación, como Quino o Brascó, y también Miguel Angel Bustos y Alejandra Pizarnik. Pero para los rockeros fue el pan de cada día. Nuestros lectores eran Pipo Lernoud, Javier Martínez y Moris”, recuerda Miguel, que junto a Dal Masetto y De Brasi distribuía la revista por las librerías de Corrientes. “Me acuerdo de que cuando fui a dejarla en Fausto, un señor mayor me paró en la puerta. Era el dueño de la cadena de librerías, que me dijo: ‘Pibe, a vos con esta revista te van a comer los piojos’. Hoy Fausto no existe más, y yo sigo publicando libros...”
Cuando se le pregunta por las razones para desempolvar aquel diario neoyorquino medio siglo más tarde, Miguel Grinberg no exhibe ninguna en especial. Asegura que en esos cincuenta años ha publicado, entre libros propios y ajenos, traducciones y antologías, más de cincuenta libros. “Estuve priorizando libros de otros, no tanto los míos, priorizando libros con temas más urgentes, principalmente ecológicos”, arguye casi al pasar, mientras aclara que lo que se publica como Memoria de los ritos paralelos no es un diario manuscrito –hay uno que también llevó en Nueva York que sigue inédito– sino que son páginas mecanografiadas allí mismo, con la máquina de escribir de Ted Willenz, dueño de una famosa librería en la Calle Ocho. Páginas que terminaron en su hogar en Campinas, cerca de San Pablo, donde esperaron pacientemente el momento de su publicación. “Estuvieron guardadas en un altillo, donde se fueron convirtiendo en papiro, poniéndose tan amarillas que tuve que volver a tipearlas, porque era imposible fotocopiarlas”, cuenta Grinberg, que asegura no haber cambiado ni una coma del texto original. “Es alta poesía –explica–. Pero no es una sesión de terapia sino un testimonio lírico, sobre el estado de soledad en medio de una metrópoli.”
Una segunda parte de este libro, asegura, serán las cartas que intercambió por entonces con gente como Ginsberg, Thomas Merton o Julio Cortázar. “Nunca lo traté personalmente a Cortázar, pero le escribí a París, pidiéndole un cuento para Eco Contemporáneo. Me mandó ‘Descripción de un combate’, y luego siguieron cartas muy solidarias.” Tanto el flamante Memorias como este planeado volumen 2 son cuadrados de un gran mosaico, construido con los libros que Grinberg ha ido publicado con la historia de La generación de la paz, como tituló a su crónica del movimiento contracultural norteamericano publicada por Galerna en 1984. También hizo lo propio con la contracultura local, en su libro Generación V (2004). “Pero v por visionaria, no por vencedora ni tampoco por vencida”, aclara con una sonrisa irónica, mientras se preocupa por separar esos libros de Cómo vino la mano, que ya agotó su cuarta edición y anuncia una quinta. “Lo que he escrito sobre rock no forma parte del mismo mosaico, sino que responde a mi espíritu documentalista”, aclara Grinberg, que sin embargo encuentra paralelismos entre el espíritu poético de su época y el espíritu rockero de la generación posterior. “Nunca existió ni en ellos ni en nosotros la intención de construir una academia de eso, un panteón o un mausoleo. Eso ya lo hicieron los tangueros por nosotros. Date cuenta de una cosa singular: los conjuntos de rock argentinos, desde Almendra y Pescado hasta Sui Generis y Seru Giran, se disolvieron siempre en la cúspide, nunca vivieron la decadencia, la rutina, el agotamiento. A diferencia de algunos conjuntos de rock norteamericanos, que siguen dando vueltas por ahí sin sus integrantes originales. Somos parte de una historia única. Hablo de los poetas, los músicos, los artistas. Nunca fuimos parte de la simulación de una cultura. Eso se lo dejamos a la industria del entretenimiento.”
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