TEATRO I Desde su primera obra hasta la actualidad, el cuarteto Piel de Lava profundiza en diferentes procesos creativos con un código de trabajo colectivo, autogestivo e independiente en el que confluyen la actuación, la dramaturgia grupal y la dirección teatral. Ahora, las cuatro integrantes presentan Museo, una obra que transcurre en un espacio de arte contemporáneo y que desde ahí reflexiona no sólo sobre dilemas estéticos sino acerca de los procesos creativos colectivos, de modo que termina volviéndose una pieza autobiográfica.
› Por Mercedes Halfon
Cuatro actrices trabajando juntas hace diez años da por resultado mil aventuras. Ellas son Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes. Cuatro actrices que en el trayecto de aquel entonces hasta hoy se convirtieron en muchas otras cosas: unas caras conocidas de la TV, directoras de sus propias piezas, musas de directores teatrales como Mariana Obersztern, Romina Paula, Mariano Pensotti, o cinematográficos como Matías Piñeyro, Santago Mitre y Mariano Llinás. En todo ese tiempo, en el que cada una creció, se multiplicó y dividió en muchas otras partes, el grupo –Piel de Lava, de eso estamos hablando– siguió existiendo. Desde su primera obra hasta la actualidad, el cuarteto ha profundizado en distintos procesos creativos y propuestas, eligiendo siempre un código de trabajo colectivo, propio, autogestivo e independiente. En este camino las Piel de Lava han ido encontrando un método en el que simultáneamente confluyen la actuación, la dramaturgia grupal y la dirección teatral. Estrenaron Colores verdaderos (2004) con dos oficinistas de veintipocos contando problemas sentimentales; la imaginativa Neblina (2005), donde eran simultáneamente espías y cantantes pop; Tren (2009), en el que se convirtieron en fanáticas religiosas que viajaban a un encuentro multitudianario. Desde la anteúltima obra del grupo, contaron con la codirección de Laura Fernández, quien participa a través de una mirada activa y paralela al grupo. Y ahora llega Museo, una pieza en donde ya desde el título aparece la cuestión de la exposición, de la memoria y del arte, como universo temático donde estas sirenas se zambullen para sacar a relucir los aspectos más problemáticos, confusos y misteriosos de ese edificio singular que es el museo.
La obra se inicia en la oscuridad total: sólo se escuchan las voces de las protagonistas, que hablan todas a la vez, se ríen, de pronto se va despejando la voz de una, otra, de a fragmentos nos llegan los detalles. Que están borrachas, que están felices, que están en una inauguración, que buscan la puerta de entrada y luego la luz de ese espacio donde la mirada del espectador las está esperando aunque no lo sabe. ¿Qué lugar es ése? Uno todavía en obra y en el que ellas tienen todo que ver: un museo de arte contemporáneo. Pero volviendo a la imagen (o no imagen) inicial: ¿no es ese el comienzo de cualquier objeto artístico? La oscuridad, la confusión de las voces propias con las de otros, la búsqueda de un acceso a eso que nos obsesiona y que puede estar “en construcción” aun en el momento en que otros ya lo estén mirando. Si hablamos además, de una creación colectiva, los paralelismos se acrecientan. El museo de esta obra es uno donde este grupo de mujeres ha concebido el proyecto de su vida. Y lo han hecho en colaboración. Una es la directora, otra la hija del acaudalado benefactor, otra una bióloga que tiene a cargo la fase más “experimental” del museo, la otra una artista conceptual que hace obras con polenta. Son amigas. Todas sus ideas sobre arte, sobre los modos de producción, de recepción, de inserción en el campo, sobre lo que es original, sobre lo que es oportunista, aparecen en la primera parte de la obra. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
Una pregunta posible sería por qué hablar sobre arte contemporáneo en el teatro, es decir, producir este cruce de disciplinas que plantea la obra. Elisa Carricajo cuenta: “Fue algo que apareció a partir de la investigación de lo grupal. Es un mundo que nos interesaba y antes que la idea del arte contemporáneo surgió la del museo. Como espacio nos permitía pensar en el vínculo del cuerpo con la obra de arte, pero como un tema a investigar. Era un disparador de situaciones escénicas pensar en un lugar en construcción que iba a ser posteriormente un espacio donde se iban a exhibir obras. Y después desde la actuación, nos permitía algo un poco mas ‘elegante’ que es propio de ese mundo y que nos divertía”. Todas coinciden en ese punto, en que el arte aparece como “una excusa”, o “punto de partida”, a lo que podríamos agregar “un marco”. La caja cuadrada blanca minimalista propia de los museos modernos es reproducida en el espacio escénico, dando por resultado un fondo esclarecedor sobre el que se imprimen las actuaciones de las cuatro. Sin ser un espacio abstracto, o un no lugar, el museo de arte contemporáneo las habilita a hacer una obra donde lo que se ve es a ellas actuar.
Por eso lo central en este Museo es el modo en que todas las ideas que aparecen sobre arte son discutidas acaloradamente, emocionalmente, por las integrantes del cuarteto. Estos debates, que cada vez se van poniendo más personales y profundos, son un modo de abordar algo mucho más crucial o dramático –en todos los sentidos del término–: la existencia de Piel de Lava como grupo, con diez años de duración y el trabajo que les ha implicado mantenerse fieles a sus premisas. Dice Pilar Gamboa: “A mí me fascinan los grupos de personas, el acuerdo y el desacuerdo constante para crear algo, pero no sólo con el arte, en todos los aspectos, me fascina ver y entender cómo algo se puede llevar a cabo con la suma de las partes, es un poco gestáltico lo que digo. Será que siempre me gustaron los mosqueteros, el todos para uno y uno para todos, y ese sexto integrante que es la creación en sí misma que habla por sí sola. La sumatoria de cada una de las partes armando algo, el consenso, ceder la propia intuición en función de la intuición de la mayoría, o imponer la propia y convencer al resto, todo eso es un arte en sí mismo”. Pensando en esta dirección, en la glosa que hace la obra sobre los procesos de creación colectiva y siendo ellas protagonistas de un proceso de creación colectiva, Museo se torna ciertamente autobiográfica. Valeria Correa reflexiona: “Cada obra habló, un poco o mucho, de las cosas que venimos pensando en esos años de ensayo. Más o menos conscientemente, arrastran los pensamientos, las conversaciones y las experiencias que vamos teniendo juntas y separadas. Volcamos mucho de nuestras vidas en los procesos, estamos durante años ensayando. En este caso, evidentemente, veníamos con la fantasía de disolución del grupo, preguntándonos hasta cuándo, cómo, por qué. Entonces no pudimos hablar de otra cosa, ya tuvimos que ir directo y el metalenguaje se dio naturalmente”.
Por eso en la segunda mitad de la obra, cuando se acerca “el final”, comienza a suceder algo inquietante justamente en relación con la muerte o la disminución física del grupo. Luego de algunas peleas, las integrantes del museo van saliendo de a una y las restantes intentan ocupar de algún modo el vacío que deja esta ausencia. La hipótesis de qué hacer cuando una falte se hace carne y la historia toma un rumbo menos realista. Las emociones ante la idea de “la muerte” se vuelven frenéticas, pierden su vinculación con la realidad. Laura Paredes dice, para concluir: “Lo que más nos conmovía tenía que ver precisamente con esa zona oscura de la obra, lo que sucede cuando se intenta recuperar entre tres lo que ocuparon cuatro. O entre dos lo que vivieron todas en un momento que ya se convirtió en pasado. Cuando los roles se cambian, cuando los textos se repiten incesantemente y el espacio se llena de fantasmas”. En Museo, al igual que las líneas que se dibujan sobre un plano de una obra en construcción, quedan, como señales, las marcas de los cuerpos de quienes forman ese equipo. Con una fotografía que aparece al final, una especie de deus ex machina inexplicable, queda clara la sentencia del grupo: la conmovedora intuición de que el todo siempre será más que la suma de las partes.
Museo se puede ver en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, los viernes a las 21.30. Entrada: $ 100.
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