TEATRO II Una orquesta de cámara de un teatro municipal prepara los ensayos de una pieza de Dmitri Shostakovich: entre conflictos gremiales, expectativas de giras, asados, dilemas del arte culto, los once músicos esperan la fecha del concierto. Así arranca ¡Llegó la música!, de Alberto Ajaka, una tragicomedia que lleva tres años en cartel y cuyo tema principal es una autorreflexión sobre el teatro y el arte en Buenos Aires.
› Por Mercedes Halfon
Es al menos curioso que una obra que versa sobre las dificultades que implica “hacer arte” en Buenos Aires vaya por su tercera temporada ininterrumpida en cartel. Es curioso porque si bien eso habla sobre la vitalidad que el teatro independiente posee, en el que muchas obras se mantienen en el tiempo, alimentadas de un campo teatral fuerte y comprometido, por otra parte, lejos de refutar la hipótesis de la obra –a grandes rasgos, el arduo camino que transitan los artistas en Argentina– reafirma que lo que plantea tiene mucho de auténtico, de real. Una lucidez que merece ser compartida. ¡Llegó la música! comienza así: una orquesta de cámara de un teatro municipal prepara los ensayos de una pieza de Dmitri Shostakovich. A ellos se les suman un viejo director olvidado con un contrato temporario y un pretencioso solista argentino-alemán llegado especialmente para la ocasión. Entre conflictos gremiales, expectativas de giras, asados fundacionales, dilemas del arte culto de allá y acá, intentarán llegar a la ansiada fecha del concierto. Once músicos y un agente de seguridad del teatro –once actores en escena, una cifra considerable– serán los protagonistas de esta tragicomedia cuyo tema es el arte en nuestra ciudad. ¿El villano? El villano es el teatro.
Alberto Ajaka es el director de esta pieza que fue concebida como un trabajo del Colectivo Escalada, grupo de actores y artistas que se habían nucleado en torno de ese espacio teatral ya extinto. Hoy la pieza puede verse en La Carpintería con un elenco bastante modificado, casi una nueva versión respecto de la original en aquel primer teatro. Ajaka, como actor de cine, teatro y televisión (ha protagonizado obras de Ricardo Bartís, Javier Daulte y Mauricio Kartun), es un eximio conocedor de los pormenores de esta disciplina y como tal, reflexiona sobre la actividad teatral en nuestra ciudad con ojo agudo. Luego de ¡Llegó la música! estrenó una pieza breve en el Centro Cultural Rojas, en el marco del Proyecto Manuales llamada El director, la obra, los actores y el amor, donde a partir de un manual de actuación de Leónidas Barletta se ponía en escena la tensión intrínseca de la relación actores-director. Por último prepara una obra llamada El hambre de los artistas, que se estrenará en el teatro Sarmiento en unos meses. No hay dudas de que el tema lo obsesiona. “Es lo que me pasa ahora, estos años. Supongo que en algún momento dejará de ser el asunto principal. Hay algo de terapéutica tal vez”, se ríe.
Como dijimos, en ¡Llegó la música! tenemos a una orquesta de cámara municipal, lo que por un lado los conduce a enfrentar una serie de inconvenientes ligados al funcionamiento de lo estatal y por otro, al tratarse de música culta lo que hacen, a cuestionarse sus posibilidades de trascendencia con un arte seguido por una minoría. Surge inevitablemente la pregunta: ¿La música de cámara es a la popular lo que el teatro independiente al comercial? ¿Acaso las lamentables vivencias de Shostakovich y su conflicto con el realismo propagandista propugnado por el stalinismo no es completamente comparable al vivido por Vsevold Meyerhold, padre del teatro experimental en la Rusia socialista? La respuesta es afirmativa.
Ajaka describe el inicio de la obra: “Pensaba hacer una especie de monólogo sobre un director musical, sobre los gestos con los que un director dirige a una orquesta. Esa batería de movimientos que se apoya sobre ciertas convenciones, pero que es única en cada quien. Los gestos del director, como cualquier otro trazo en el espacio de cualquier artista. Luego hubo necesidad de armar un laburo que contuviera a la totalidad del Colectivo Escalada y viró hacia una obra de once personajes. Y ahí comenzamos a pensar en nosotros, en el teatro, tomando cierta distancia. Un músico de alta especulación es un intérprete que poco tiene que ver con un actor: su formación, los lugares por donde circula, etc. Pero de ambiciones y padeceres sabemos todos más o menos lo mismo. Con respecto a la música en sí, está todo eso que se dice sobre su condición de universal, de ser el arte total. Verdad o no, nos vino al pelo”. El modo en que se muestra la ejecución de la orquesta –los actores no son músicos en el “mundo real”– es de los mayores hallazgos de la obra. En un momento en el que una gran mayoría de los espectáculos teatrales incluyen música en vivo para realzar, animar, o matizar con tonos rockeros o pop sus escenas, ¡Llegó la música!, teniendo la música como tema, se anima con una propuesta superadora. Una música de la que nos llega sólo su intensidad.
Y una orquesta es mucha gente y mucho lío: todos hablan a la vez, se ríen, gritan, cuentan lo que les pasó en el fin de semana, pero ante un gesto del director se coordinan, acompasan, acompañan. Hay conflictos individuales, pero de algún modo cobran sentido a partir de la respuesta de la mayoría. La madre soltera con problemas económicos propone la utilización de billetes falsos y la respuesta no es desaprobatoria justamente por “tomarla de quien viene”. Es en el tira y afloja de los hilos de esa red que cada posición encuentra su lugar. La identidad de esta orquesta es colectiva. Sus conflictos, como consecuencia, son de orden político. Más allá de que luego entre en escena el gremio, las autoridades del teatro y finalmente la policía, la condición de grupo, de pensarse de forma colectiva y tratar de generar un consenso, pone sus problemas de ese lado de la discusión.
Ahora ¿ese consenso es posible? ¿En una orquesta de cámara, en un colectivo de actores y directores teatrales que hacen una obra durante tres años? Ajaka concluye: “Para mí, la tensión en la obra está dada entre lo individual y lo colectivo. Lo colectivo, de hecho, aparece como última opción, que se postula salvadora pero que no es más, ni menos, que un grito. Nadie cree mucho en el otro, es lo que hay. Cualquier director de teatro, mucho más los que estamos involucrados en un trabajo grupal que perdura, perenne, en el tiempo, sabe que el grupo no existe, no hay camiseta ni bandera que valga. Nuestro futuro juntos pende de un hilo, pero mientras lo estemos estamos, sin dogma, en el mejor de los casos somos un grito”. Y ese grito es lo que queda resonando cuando la obra termina. Adueñarse de esa condición de fragilidad, inestabilidad, hacer música con lo único que hay: el gesto, que es eterno mientras dura.
¡Llegó la música!, se puede ver los sábados a las 22 y los domingos a las 20 en La Carpintería, Jean Jaurès 858. Entrada: $ 100. Con Leonel Elizondo, Sol Fernández López, Karina Frau, Rodrigo González Garillo, Georgina Hirsch, Luciano Kaczer, Gabriel Kogan, Gabriel Lima, Julia Martinez Rubio, Andrés Rossi, Gabi Saidón y María Villar.
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