MUSICA Hubo una movida punk en la costa oeste norteamericana y The Blasters fue una de sus piezas fundamentales. El grupo de los hermanos Phil y Dave Alvin volvió a las fuentes del rock, pisó fuerte en la tradición y se separó fraternalmente cuando llegó el momento de hacerlo. Ahora y casi milagrosamente, los hermanos volvieron a entrar juntos a un estudio de grabación para dar a luz una joya sugestivamente llamada Tierra en común.
› Por Martín Pérez
Una de las mejores escenas de ese monumento de película que es Calles de fuego es cuando el héroe entra por primera vez en la guarida de los malos. Su chica ha sido raptada, y él ha decidido ir al barrio más peligroso de la ciudad a rescatarla. Cuando entra a Torchie’s, el bar que les sirve de base de operaciones, una suerte de salón del Oeste aggiornado a tiempos urbanos, hay una banda de rock que está sonando, y una chica andrógina y semidesnuda bailando sobre la barra. Cualquier fanático de la obra maestra de Walter Hill –poco menos que ignorada en su momento y hoy ostentando un merecido cartelito de clásico– sabe que esa bailarina fue la que en realidad se encargó de bailar en Flashdance, en lugar de Jennifer Beals. Y que la mugrienta banda de bar que aparece en esas escenas es nada menos que The Blasters, uno de los grupos fundamentales de la tan poco glamorosa movida punk de la costa oeste norteamericana. Porque, además de Londres y Nueva York, la baja California también tuvo su punk fundacional, construido sobre las cenizas de la escandalosa separación final de los Sex Pistols. De entre aquellos grupos que supieron marcar el camino, The Blasters asoman como unos neotradicionalistas, rescatando el poder del rock original para las nuevas generaciones. Si el punk supo ser esa agua sucia que sale de una canilla que estuvo cerrada durante mucho tiempo, la música del grupo de los hermanos Phil y Dave Alvin se dedicó a abrevar de aquel manantial original, algo que queda más que claro en el flamante álbum que los acaba de reunir, tres décadas después de la última vez que estuvieron juntos en un estudio, todo un acontecimiento para los que aún hoy celebran aquella vieja música. El punk de la baja California, claro. Porque el rock de los ‘50 siempre será joven, pase el tiempo que pase.
La clave para los hermanos Alvin siempre fue, al igual que para los jovencitos británicos una década antes, toda esa música que sirvió de base para que el rock’n’roll incendiase el mundo. “Tenemos el Louisiana boogie y el blues del Delta/ tenemos el swing del country y el rockabilly también/ tenemos jazz, el country del oeste y el blues de Chicago/ es la mejor música que alguna vez conociste”, enumeran en ese himno del grupo que formaron juntos llamado, cuándo no, “American Music”. Cuenta la leyenda que los Alvin, crecidos en Downey, cerca de Los Angeles, aprendieron directamente sobre su música preferida de leyendas como T-Bone Walker, el padre de la guitarra eléctrica blusera; de Marcus Johnson, arreglista en la banda de Jimmy Reed; y de Lee Allen, responsable de los solos de saxo en los discos de Little Richards y Fats Domino, entre otros. De hecho, Allen supo incorporarse a la banda cuando sumaron un saxo alto y otro tenor –además de un piano– para lograr su sonido más característico, el de la mejor banda de un bar como el Torchie’s, lleno de chicos malos vestidos de cuero. En esa eterna escena de la película de Walter Hill, el que roba cámara en primerísimo primer plano es Phil, el cantante, transpirado y cerrando los ojos al cantar. “Mi hermano salió de mi madre cantando como Big Joe Turner”, cuenta Dave, el guitarrista. “Siempre dije que si Dylan tuviese un hermano con la voz de Phil, no existiría Dylan. Porque nunca hubiese habido ninguna duda de quién era el cantante de la familia.” Alternando con otro grupo seminal de la escena punk angelina como X –el grupo de John Doe y Exene Cervenka–, el rock tradicional del grupo siempre fue celebrado por un público de cabezas rapadas o altos peinados mohicanos, y durante la primera mitad de los ‘80 su música fue desde aquí un soplo de aire fresco en una época de demasiados sintetizadores y tan pocas guitarras. Pero parece que los hermanos nunca se llevaron demasiado bien, y después de apenas tres discos propiamente dichos cada uno siguió su propio camino. Dave primero se fue a tocar la guitarra con X, y después –siempre fue el compositor en The Blasters– se hizo solista. Phil también sacó el ocasional disco solo, pero siguió al frente del grupo, cuya actividad se fue espaciando, y finalmente terminó recibiéndose –un detalle exquisitamente freak en su biografía– como matemático y especialista en inteligencia artificial.
“Siempre nos peleamos por todo, pero por lo que nunca peleamos fue por la música de Big Bill Broonzy”, confiesa Dave Alvin ahora que se ha producido el milagro, y que ha vuelto a entrar en un estudio junto a su hermano Phil. Si bien hubo la ocasional gira de retorno, y han tocado varias veces juntos desde entonces, el milagroso Common Ground –un título muy bien elegido, traducible como Tierra en común– es un álbum homenaje a la música de Broonzy, digno responsable de que Dave y Phil Alvin vuelvan a grabar juntos desde su último disco con los Blasters, Hard Line (1985). “Aún recuerdo cuando Dave cayó a casa con el primer disco de Big Bill que escuché en mi vida”, cuenta Phil. “Fue tan excitante e inolvidable como la ocasión en que por primera vez hojeé una Playboy.” Tal vez no tan reconocido instantáneamente por los legos como otros pioneros del blues rural, Broonzy fue el que ocupó el lugar de Robert Johnson cuando salieron a buscarlo en 1939 para un show iniciático en el Carnegie Hall y se enteraron de que había muerto, y también fue inmortalizado al año siguiente en una película junto a Louis Armstrong y Benny Goodman. Para los hermanos Alvin, Broonzy siempre fue una inspiración, aunque otra de las razones de la reunión fue el tuteo con la muerte que tuvo Phil un par de años atrás, durante una gira con los Blasters por España, cuando casi fallece después de un show en Valencia. “Me llamaron por teléfono para decirme que mi hermano estaba muerto, y cuando ya estábamos pensando con mi hermana qué debíamos hacer para traer el cuerpo, nos volvieron a llamar para decirnos que estaba bien”, recuerda Dave, que se da el lujo incluso de permitirse cantar junto a su hermano un par de temas en un disco exquisito y fascinante. “Lo que pasa es que nunca cantamos juntos de chicos, no éramos los Everly Brothers”, bromea Dave, que tres décadas más viejo sigue haciendo con su hermano música –al menos en los temas más eléctricos del nuevo repertorio, como “Southern Flood Blues” o “Just a Dream”– digna de sonar en Torchie’s. Con o sin camperas de cuero.
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