PERSONAJES Rogelio García Lupo es uno de los mitos del periodismo argentino que, sin embargo, siempre le escapó a la solemnidad gracias a un gran sentido del humor y una inclaudicable bohemia de redacciones. Fundador de la agencia Prensa Latina en Cuba junto a Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Masetti, y también, junto a Walsh y Horacio Verbitsky, del periódico de la CGT de los Argentinos, escribió libros e investigaciones sobre los más resonantes temas políticos y sociales. Todas sus facetas se reflejan en A vuelo de Pajarito, el documental que filmó Santiago García Isler, quien además de guionista de televisión infantil, productor y camarógrafo, es el hijo del protagonista.
› Por Angel Berlanga
“Yo, envuelto en una frazada, subiendo a una hora que debían ser las seis de la mañana o algo así, para ver el paso, por arriba, del Graf Zeppelin. Que iba, sin hacer ruido, lentamente. En todas las terrazas había gente en pijama, que decía ‘¡Eh!, ¡Eh!’. Y ahí iba el Graf Zeppelin. Yo tenía tres años, tres años y medio debía tener. Fue la primera noticia periodística que tuve en mi vida.” Rogelio García Lupo cuenta eso mientras se ve en pantalla, en blanco y negro, al dirigible alemán que flota en el cielo de Buenos Aires, su imagen sobre el Congreso de la Nación, la gente maravillada en aquel invierno de 1934 ante esa nave insólita. Es el comienzo de A vuelo de Pajarito, la película documental de Santiago García Isler que se estrena el próximo viernes en el Malba. Pajarito: así le dicen sus amigos y colegas a este maestro del periodismo que empezó en el oficio en 1952, cuando publicó sus primeros artículos en la revista Continente, y se jubiló en 2007, después de más de una década en el diario Clarín. “Hace varios años Gabriel García Márquez dijo que el periodismo es el mejor oficio del mundo y yo puedo garantizar que esa vez también Gabo dijo la verdad”, asevera García Lupo mientras lo homenajean en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano tras medio siglo de trabajo. “Y sigue siéndolo –agrega–. Lo que no quiere decir que no vea por lo menos señales amarillas que indican que el mejor oficio del mundo puede resultar dañado por el ejercicio desaprensivo del poder monopólico sobre los medios de comunicación.”
“Durante toda mi vida he tenido prontuario y ahora, por este acto de magia, he pasado a tener trayectoria”, cierra García Lupo, mientras en el auditorio empiezan a oírse los aplausos.
“El primer impulso fue en Colonia, en el invierno de hace tres años, con un amigo que me arengó mucho, Alejandro Chomski”, cuenta García Isler, refiriéndose al director de Dormir al sol. “Los amigos de Rogelio están grandes, y algunos estaban enfermos, así que al día siguiente fuimos a ver a Emilio Gutiérrez Herrero, un viejo nacionalista argentino, que fue uno de los referentes de Rogelio, un hombre que se exilió en Uruguay durante el primer peronismo y no volvió más. A las tres semanas de eso le conté del proyecto a Rogelio y me dijo ‘Vas bien’. Después de una presentación en un concurso contacté a la productora, Matilde Michaine, que encaró hacia Quinta Vía, en el Incaa. Ella me recomendó que no empezara hasta que saliera el subsidio, pero a mí me preocupaba la salud de sus amigos y también la de Rogelio, así que empecé con Alberto Carpo Cortés y Diego Abrales, que hicieron cámara y sonido, a hacer algunas entrevistas aunque no hubiera recursos. Arranqué con las de Osvaldo Bayer y con Jorge Alvarez.”
García Isler ha trabajado como guionista para varios canales de televisión infantil, también como productor y camarógrafo. Detalle que conviene contar ya: Santiago es hijo de Rogelio. Características de la película que hay que contar ya: es un retrato rotundamente desacartonado, cargado de humor, que cuenta algunos capítulos extraordinarios de la vida del padre y de su personalidad, en el que García Isler hasta se ríe un poco de su tarea como “documentalista”. En la visita de su padre a un programa de radio que conduce Gustavo Noriega puede pescarse un poco el tono:
–Estamos con una institución del periodismo, Rogelio García Lupo. Vino bien acompañado, con su hijo.
–Sí, claro, que es mi guardaespaldas.
–Ah... Pensé que tenía otra misión. Está filmando un documental sobre usted...
–En eso está, sí. No superviso la tarea y dejo que surja espontáneamente de él... sobre los tramos de mi vida que quiere revisar. Pero no le facilito la cosa.
“Yo no conviví nunca con él –cuenta García Isler–. Nací en 1968 y al año siguiente se separó de mi vieja. De chico iba tres veces por semana a su casa, era un vínculo distinto, que después se fue acomodando en algo de mucha cordialidad, cariño y afecto. Pero también hay cosas que yo veía como misteriosas, porque durante mucho tiempo no me interesaba especialmente su costado profesional. Nunca barajé ser periodista.”
Y a partir de este trabajo la relación se estrechó mucho más. ¿Supiste mejor quién era tu viejo, qué había hecho, cómo lo había hecho?
–Sí, claramente. Tenía cosas muy difusas. Sabía, por ejemplo, por alguna reseña, que había trabajado en Eudeba. Pero un día salimos caminando, me señaló un lugar y me dijo “Mi oficina era ésa”. “¿Cómo?” “Sí –me dijo–, yo trabajaba acá, de tal año a tal año, publiqué tales libros...” Y me empezó a contar anécdotas de Cámpora, de Jauretche. Por qué se fue, qué hizo después: eso está en la película. Obviamente no revisé toda su vida, todos sus capítulos posibles, pero de lo que vi, pude entender un poco más.
“Me dejó muy contento armar un proyecto con él, algo que nunca había hecho –dice García Isler–. Porque se modificó la relación, pasamos a una relación mucho más fluida. Al principio él decía ‘No, no me parece que eso pueda ser interesante’, le daba un poco de pudor, y de eso pasó a llamarme y decirme ‘Me acaban de hacer una entrevista para un canal de Bahía Blanca y les pedí a los muchachos una copia, por si te sirve el material’. Fue ganando confianza, sobre todo cuando le mostré que había vuelto de Cuba con las entrevistas a los cubanos de Prensa Latina. En México entrevisté a Juan Gelman y a Luis González O’Donnell, también. Ahí se entusiasmó más. Pero al principio terminábamos y nos decía: ‘Muchachos, ¿creen que esto es interesante?’ Nosotros nos cagábamos de risa y le decíamos ‘Sí, estamos hace una hora y media escuchando un relato con mucho detalle sobre Eudeba o sobre la Mafia China’, y él seguía agregando misterios, contando de las amenazas que recibía. En algún momento se hace el piola: ‘Efectivamente, viví dos semanas con la delegación cubana en la Conferencia de Punta del Este, y conocí secretos políticos, y así como los conocí los voy a conservar’. Cuando dejábamos de grabar le decíamos: ‘Bueno, ya apagamos la cámara, contá por lo menos un secreto’. ‘No, no puedo contar, porque hay gente viva involucrada’. Después, como chiste, en cada entrevista le preguntábamos por eso, y él igual: ¡no contó nada de esos secretos!”
“Son muchas décadas de laburo”, dice Rogelio García Lupo mientras hojea papeles y papeles de una de las cajas de su archivo legendario. La cámara acaba de mostrar algunas carpetas etiquetadas: “Cuba 1959”, “Borges”, “Pharaon BCCI”, “Armas SA - Pakistán”, “CGTA”, “Caso Graiver”, “Narcotráfico Salta”, “Bunge y Born”. Uno de los hilos conductores de la película sigue el proceso de donación de esos materiales a la Biblioteca Nacional. “Una vez Rogelio le preguntó a mi hermano Pablo: ‘¿Qué va a pasar con mi archivo si me muero mañana?’ –cuenta García Isler en el off del documental–. Pablo le dijo que no se preocupara: ‘Pasado mañana sacamos todo a la calle para los cartoneros’. Ese día Rogelio decidió que su archivo debía continuar de alguna manera. Y que su biblioteca sería desactivada con un método. Su método.” Enseguida se ve a García Lupo preguntando por las mecánicas y formas de conservación de los archivos personales, en las entrañas de la Biblioteca Nacional: el suyo se ubicará junto a los de César Tiempo, Arturo Frondizi, Dardo Cúneo. La progresión del traspaso abarca la escena de la firma junto a Horacio González, la preparación de los papeles en su casa, la llegada del personal de la Biblioteca para retirarlos. “Uno de los momentos que me resultan más gráficos o representativos de la personalidad de Rogelio –cuenta su hijo– es cuando están cargando las cajas y él le dice a uno de los tipos: ‘No apilen tantas cajas, que las van a aplastar’. ‘No, tranquilo, Rogelio’, le dice el pibe, y él pone cara de ‘Bah, la puta madre...’ Pero por otro lado resignado, porque se las están llevando. Ya hizo tres envíos de cajas, y siguen estando las bibliotecas hasta el techo. Algunas se las quiere quedar.”
En septiembre se reeditará su primer libro, La rebelión de los generales (1962), por Ediciones B, donde trabaja como asesor. Ahí pegó un pleno cuando recomendó publicar una biografía del obispo Jorge Bergoglio, que al convertirse en Francisco no multiplicó los panes y los peces pero sí las ventas del libro. Lo de pegó es relativo: García Lupo sospechaba que podía llegar la hora del Papa argentino.
Unos pocos hitos en su trayectoria: formó junto con Rodolfo Walsh la comisión investigadora del Caso Marcos Satanowsky, quien entre otras cosas fue abogado del diario La Razón. Con Walsh y Jorge Ricardo Masetti fundaron en 1959, y a instancias del Che Guevara, la agencia Prensa Latina en Cuba, donde trabajó también con Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti. Diez años después, junto a Walsh y a Horacio Verbitsky, participó del armado del periódico de la CGT de los Argentinos. En 1973, con la llegada de Cámpora a la presidencia, dirigió Eudeba. Cuando arreciaron las amenazas y llegó la dictadura dejó el periodismo y se puso a trabajar en una constructora: cuestiones familiares le dificultaban la ida del país. En el verano de 1982 tuvo la primicia de que los militares invadirían Malvinas y volvió a escribir como corresponsal para medios extranjeros. A lo largo de los años escribió en Noticias Gráficas, Primera Plana, Crisis, El periodista de Buenos Aires. Publicó una decena de libros; entre los más recientes están Ultimas noticias de Perón y su tiempo (2006) y Ultimas noticias de Fidel Castro y el Che (2010).
“Nació en Buenos Aires en 1931, hijo único de familia italiana por parte de madre y española por parte de padre –sitúa García Isler en la película–. Vivían en Belgrano R, un barrio de inmigrantes europeos. En su casa imperaba un fuerte sentimiento antibritánico y antinorteamericano y se seguía con especial atención lo que pasaba en Italia. Ahí surgió el interés de Rogelio por el nacionalismo, que fue lo que le atrajo del peronismo, del nasserismo y de la revolución cubana. A los 16 eligió un vestuario y un corte de pelo que mantiene hasta la actualidad. Atravesó el siglo XX y lo que va del XXI con reloj pulsera, portafolios y zapatos de vestir. Nunca manejó un auto, un celular, ni una computadora. Su único cambio visible fue usar o no usar bigote.” “Yo estaba en la Alianza Libertadora Nacionalista el 17 de octubre de 1945 y tenía un grado de politización, digamos, razonable –señala García Lupo–. En las lecturas, en el descubrimiento de la historia argentina, tenía preocupaciones sociales. Y el final de la guerra en Europa incidió en quienes teníamos curiosidad política. Hoy resulta difícil de entender, pero en muchísimas casas había un mapa de Europa y el dueño de casa marcaba con una banderita el progreso de los países según en qué bando estaba. Había decenas de personas discutiendo los datos últimos de la crisis de la guerra. Creo que ese clima general nos metió de muy jóvenes en la política y ya no salimos nunca más. Yo, por lo menos, no pude desembarcarme nunca más de la curiosidad por los problemas políticos y sociales.”
La apenas utilizada alusión a la teoría del iceberg habla de siete partes sumergidas en relación a lo visible para que un relato sea potente, atractivo, sugerente: aquí debe haber, sumergidas, unas setenta partes. Amigos y colegas como Isidoro Gilbert, Eduardo Galeano, Daniel Divinsky, Gelman, Bayer, Verbitsky o Sábat aparecen un par de minutos y aportan una historia, una opinión, un chiste o una ironía que contextualizan algunos de los episodios salientes de la historia de García Lupo. Pajarito: al comienzo de cada tramo aparece alguno que picotea, inquieto, silvestre en la ciudad. Al final de la película los entrevistados arriesgan o explican por qué lo llaman así. Afuera ha quedado, por ejemplo, el año en que, tras volver de Cuba, García Lupo vivió en el Claridge, contratado como ghost writer para escribirle un libro de sesgo autobiográfico a Ottocar Rosarios, el dueño del hotel. O la referencia al dato falso que circula en Internet y que afirma que fue candidato de la Unión Popular en 1946: “Algo imposible, porque ahí tenía 15 años –apunta García Isler–. Y es algo que a él lo obsesiona: ‘Ahora no hay manera de arreglarlo, porque se ha propagado al infinito’, dice. Una de las cosas que me gustó fue contar de eso, que él tiene un oficio que cambió mucho en los últimos veinte años. Su manera de hacer periodismo es la de una generación que se va. Por eso me resultaba atractivo contar cómo usaba los avisos fúnebres, o el boletín oficial, ir a los lugares a contactar alguien. Tiene una rigurosidad casi robótica. Yo creo que no debe haber publicado absolutamente nada de lo que no tenga certeza, garantía. Si uno fuera a discutirle, el tipo sacaría una caja, una carpeta y diría acá está el respaldo de lo que acabo de afirmar en esa nota. Rigurosidad y apego a la verdad en lo que cuenta”.
Dice García Isler que demoró en mostrarle el resultado final. “Yo cuento que a él no le gusta la idea de hacer el ridículo –apunta–, y con algunas cosas que le mostré, los dibujos de animación que hizo mi hermano Pablo, por ejemplo, se cagaba de risa y me decía: ‘Me van a tomar para la joda, petiso’. Yo le decía que no, que se quedara tranquilo. Pero con la película terminada fui postergando el momento, hasta que un día fui. La vieron él y la esposa, Gabriela Courreges. Yo los miraba prácticamente a ellos, para ver cómo reaccionaban. En las partes graciosas se reían los dos, bastante. Y en las partes emotivas ella se conmovía más y él mantuvo esa cara de Terminator, de gallego de piedra. Bueno, Gelman había muerto hace muy poco, por ejemplo. Al final me dijo que le había gustado mucho, que lo que más le gustaba era que no era una película solemne, que no había hecho como un mármol del prócer. ‘Y aparte me dio la sensación de que es entretenida’, me dijo. Pero enseguida me subrayó que mucho no podía opinar, porque era sobre él.”
A vuelo de Pajarito se estrena el próximo viernes a las 19 en el Malba, Figueroa Alcorta 3415. Se proyecta también los dos viernes siguientes, en el mismo horario.
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