MUSICA Connotado multiinstrumentista y, por qué no, hombre orquesta –director, productor, docente de música–, Santiago Vázquez se aleja de La Bomba de Tiempo y Puente Celeste, sus proyectos colectivos, para abordar un disco propio que, no sin sorpresa y lógica en este giro subjetivo, lleva por título su propio nombre. Pero lejos de un gesto de egolatría, parece la manera de asumirse y descubrirse como lo que es: un exquisito y siempre inquieto compositor de canciones tan complejas como despojadas.
› Por Juan Ignacio Babino
Melodías. Cuenta Santiago Vázquez que cuando camina, cuando está en alguna reunión o en algún ensayo, lo que más se le viene a la mente es eso: no un ritmo, no una secuencia percutida, sino melodías. Pedacitos, retazos de ideas musicales que luego serán parte de una canción en su justa alquimia. Cuenta también que a veces imagina esas melodías como un camino alrededor del cual, como paisajes, se van descubriendo cosas: ritmos, texturas, contrapuntos, ciertas imperfecciones. Y sigue contando que antes, algún tiempo antes, esas anotaciones, esos borradores los hacía en papelitos, en servilletas, pero que ya no: ahora las graba en el teléfono y luego les da forma, las desarrolla. Y todo esto que dice explica un poco su presente: después de los tambores, las canciones.
Santiago Vázquez es –además de multiinstrumentista, productor, director, docente– un animal musical que todo lo investiga, que todo busca conocer y que llega hasta el fondo de lo que decide. Y eso se ilustra al volver rápidamente sobre su recorrido musical: comenzó a estudiar música a los diez años y antes de los veinte ya había acompañado como baterista a Goyeneche, Saluzzi, Salinas y Aznar, entre otros. Entre sus discos solistas –Santiago Vázquez y Puente Celeste (1998), Raamon (2004), Mbira y Pampa(2005)– y los que grabó con las diferentes bandas que fundó e integró –Puente Celeste, Será una Noche, Colectivo Eterofónico, La Grande, La Bomba de Tiempo– suma casi una veintena de producciones. Todas experiencias que compartían cierto motor común: la búsqueda sonora –acústica, eléctrica, electrónica–, la experimentación y la improvisación, y las búsquedas musicales folklóricas, de aquí y del resto del mundo. Esto último, sobre todo, con Puente Celeste y Será una Noche. En esas indagaciones siempre se mandaba en los vericuetos de la percusión, de los parches, del ritmo; ya sea desde la batería, los timbales, un cencerro o con los instrumentos inventados por él mismo, hechos con un canasto, una jaula o, por caso, con las hojas secas de una palmera. Así fue hasta hoy que un alto en el camino lo encuentra dándoles forma y contenido a sus canciones a través de su reciente disco epónimo.
“Esto de las canciones es algo que hago desde siempre, pero que nunca le di un espacio propio, un grupo en el cual tocar y cantar mis canciones. Y era algo que venía madurando después de todas estas etapas, tantos colectivos y tanto tambor. Fue la necesidad interna de cantar y tocar canciones, necesitar armonías y melodías, y conexión con otra parte, con la emocional, que es para mí con la que conecta la canción. Es en ese sentido que es mi presentación; es el mundo de mis canciones ahí, por primera vez”, explica. Santiago Vázquez, el disco, es precisamente eso: un disco de canciones; diez piezas arregladas y compuestas en su totalidad por el propio músico. Todas nacidas desde el embrión compositivo de la guitarra y/o el piano. Así, por ejemplo, el disco abre con “Cuerpo de la luz”, a través de esa guitarra que guía el groove de toda la canción; “A mi lado arranca”, con cierto aire de balada para terminar en un ritmo candombeado; “Si no viste” tiene una esencia beatle; “Rozemblat” y “Ultimo baile infinito” muestran a Vázquez en un plan despojado de voz, guitarra y piano; en su extremo sonoro, “Boca colorada” es pura experimentación y sobrecarga sonora con ese comienzo de berimbaos; y “Obediencia” traza una línea directa con las canciones de Puente Celeste, además de tener algunos pasajes hermosos, como por ejemplo: “Tu cuerpo es montura, tú eres su jinete o nadie lo será; origen, caudal y vertiente de lo que no quieres domar. ¿No es un ángel el pastor al que le prestaste tu voluntad, no es acaso tu propio viento lo que ha mandado apagar?”.
El propio Vázquez se hace cargo de una incontable cantidad de instrumentos, entre ellos, guitarras acústicas y eléctricas, bajo, batería, djembes, marimbas, piano bajo, berimbaos, piano, teclado; y en seis temas grabó la Bratislava Symphony Orchestra de Eslovaquia, marcando una fortísima presencia de cuerdas en todo el disco. Y como toda obra de un gran músico y un gran productor, las canciones van ganando espacio y detalles, y variedades de planos y capas en cada escucha. “Me sobregrabé a mí mismo tantas veces o tan pocas como quise”, dice.
Entonces no es difícil imaginarlo aquí, en su estudio –esos ojos celestes, esa sonrisa de niño, el pelo manso y poco encrestado, su andar calmo–, probando todo el tiempo con todo lo que tiene a mano, tan a mano: todos esos instrumentos de percusión –los conocidos y los inventados por él, como esa palangana con chapitas alrededor–, las guitarras y los bajos, los pianos y todas esas perillas, ese berimbao.
¿Cómo te sentís en este viejo y nuevo plan de compositor y cantante?
–Me siento muy bien, me doy cuenta de que me gusta mucho cantar, que es lo que necesito hacer ahora. Y también me siento muy vulnerable y muy expuesto, en un lugar que siempre, desde atrás de tu instrumento, uno está más protegido. La voz es la voz de uno y es el cuerpo, y están las emociones al cantar eso, y a veces uno prefería ocultar esas emociones, esas partes delicadas e íntimas que se ponen ahí, en la boca de uno, en la voz. Eso es también parte del desafío. Tal vez por eso a mí me gusta más escuchar a los compositores o los cantores, llamémosle, no profesionales. Si está todo limadito y sin aristas, no es lo que más me inquieta.
Para dar nacimiento a este disco y a estas canciones hubo que “despedir” a esos dos proyectos más grandes que fueron Puente Celeste y La Bomba.
–Sí, pero no fue adrede. Son necesidades que se dieron simultáneas, que tienen relación, sí, pero no fue pensado de esa manera. Todas esas cosas, esos proyectos que nacen de una cosa muy íntima y que de a poco van tomando forma, cuando se dejan, van dejando espacios para que aparezca lo nuevo, a la vez que lo nuevo viene empujando de atrás, ayuda a lo otro a cortar el lazo.
Puente Celeste y La Bomba de Tiempo fueron los dos proyectos más grandes y duraderos en el andar de Santiago Vázquez. Dos proyectos que nacieron de su persona, de sus inquietudes que golpeaban todo el tiempo por salir, pero que terminaron siendo dos agrupaciones totales. En ambos, el punto de partida fue él mismo y el de llegada, un algo totalizador. Ya no: ahora el punto de partida y el de llegada es el propio Santiago Vázquez. “Este proyecto tiene con los demás esa gran diferencia, que no pretende ser colectivo. Justamente su color, su gracia, es que es el proyecto donde puedo ser yo mismo siempre, donde no tengo que consensuar qué vamos a estar haciendo en este espacio en común sino que éste es mi espacio, es como mi casa, no el club de barrio donde todos jugamos. Son dos cosas diferentes. Algunos proyectos son como crear un club, un espacio de juego. Y este proyecto me permite hacer y mostrar otras cosas, porque algunas no las podría sacar al club, cosas justamente de cierta intimidad que no tienen espacio en el juego colectivo”, dice.
El disco cierra con “Los antiguos marineros” –canción nacida de un sueño del propio músico–, un tema que suena épico, cierto aire de himno con ese coro de niños y niñas, padres y madres, abuelas y abuelos dirigidos por el propio músico. Una canción larga como toda aquella que lleve en sí cierto espíritu de redención, universal. Eso explica un poco la fuerte presencia de ciertas palabras en la canción: peces, ríos, madre, sol, batallas, olas, mar, viento, cielo, pájaros, alma, luna, cosmos, árbol.
La última canción tiene un pasaje (“y un palito acá en la tierra al que nadie nunca riega, hoy se frotó en tres hojitas”) que se puede relacionar con tu presente: después de todos los proyectos, estás volviendo a lo esencial de hacer canciones con tres palitos, con una guitarra finalmente...
–Hay algo en el disco que abre con “Cuerpo de la luz” y que cierra con “Los antiguos marineros” y que de alguna manera es una señal optimista. Esos temas enmarcan todo lo que pasa en el disco desde una mirada más cósmica, en la cual está todo bien. También duelen las cosas, pero no es motivo para dejar de ser. El primero y el último son, respectivamente, la primera y la última canción que hice. A todos nos debe pasar, ¿no?, de sentirnos, en algún momento, un palito desvalido en la tierra seca, que aún así tenés que hacer brotar. De tus penas hacer algo. Nos pasa a todos cuando nos estancamos y a la vez todos también vivimos en un mundo que es maravilloso y mágico, pero también es hostil. Para mí es como un símbolo universal: deben haberse sentido así mis abuelos, y se sentirán así en algún momento mis nietos. Y es eso, brotar en las condiciones que estén.
Santiago Vázquez presenta su nuevo disco el jueves 24 de julio en La Trastienda, Balcarce al 460, a las 21
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