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Domingo, 12 de octubre de 2003

LIBROS

¡Rompan todo!

Célebre gurú de la literatura fantástica, el inglés James Graham Ballard se ha convertido, sin prisa pero también sin pausa, en el más realista de los novelistas históricos. Sin oportunismos, pero en sincro con todas las turbulencias que alborotan al mundo contemporáneo, Millenium People –su última novela– imagina las calles de Londres en llamas, sacudidas por una clase media ávida de violencia, y revalida el único título que aceptaría sin chistar el buen anarquista de su autor: el exhibidor de atrocidades.

Por Rodrigo Fresán
Millenium People, la nueva novela del inglés James Graham Ballard, empieza –no acepten imitaciones– con una oración que sólo puede encontrarse en la primera página de una novela de James Graham Ballard: “Tenía lugar una revolución tan pequeña y humilde que casi nadie se había dado cuenta de su existencia”. Después, enseguida, unas líneas más abajo, se oye el sonido de estéreos de automóviles y sirenas de ambulancias y dos casas arden al fondo, y David Markham –protagonista del asunto, psicólogo con diploma y, tras la muerte de su ex mujer Laura en un atentado con bomba en Heathrow, infiltrado de la policía en un grupo de revolucionarios de clase media– no demora en “comprender”, uniéndose a la causa apocalíptica y now del pediatra kurtziano Richard Gould, que “otra fiesta en Chelsea se había salido de sus carriles”.
No es la primera vez que Ballard, buen salvaje devenido buen anarquista, escribe sobre estas cosas, y esperemos que no sea la última. En cualquier caso, hoy Ballard goza o padece aquello que les sucede sólo a unos pocos, privilegiados practicantes de la literatura llamada fantástica o futurística o de ciencia-ficción: Ballard se ha convertido, sin prisa pero también sin pausa, en el más realista de los novelistas históricos. Lo advirtió él mismo: “Mis historias no tienen lugar en el futuro sino en una especie de presente visionario”.
Y malas noticias: no es una linda historia la que nos cuenta Ballard.


CRASH
Se puede decir que J.G. Ballard es a William Gibson lo que los Beatles son a Oasis. Y Chuck Palahniuk vendría a ser algo así como... ¿el David Bowie de ese Brian Eno que es Ballard? Puede ser. No importa. Lo que sí está claro es que Ballard llegó primero a la cima y sigue ahí arriba, solo, escribiendo esa rara prosa cromada y funcional, no muy diferente de la que practica el reciente ganador del Nobel, James Maxwell Coetzee, pero cuyas intenciones no pasan por denunciar injusticias sino –simplemente– por exhibir atrocidades. El espanto que supimos bocetar y colgar en las paredes de nuestros tiempos como obra de arte contemplativa y contemplable. De ahí todas esas catástrofes climáticas y esos adoradores de accidentes automovilísticos y esas tribus acomodadas y anárquicas –turistas con ganas de emociones fuertes o ejecutivos cansados de tanto ascenso– que se entregan al más licencioso de los abandonos, siguiendo la estela de gurúes burgueses que predican el fin del aburrimiento y del ocio.
La flamante Millenium People –cuya edición inglesa vuelve a lucir aplicaciones plateadas en la portada– podría entenderse como una tercera parte de la trilogía iniciada con esas ambient-novels que fueron Noches de cocaína y Super-Cannes, de la que ya se perciben ecos y murmullos en novelas zonales-mesiánicas como Crash y Rascacielos y Fuga al paraíso y La compañía ilimitada de los sueños y la formidable Runnig Wild.
Pero Millenium People es, en realidad, algo mucho más interesante: si Super-Cannes era una variación de Noches de cocaína (el resort para jubilados ingleses en la Costa del Sol mutaba a enclave recreacional para hombres de negocios top en la Costa Azul); entonces Millenium People, graciosa, pero sin caer en los excesos de la sátira à la Martin Amis, se muda al barrio de Chelsea Marina, junto al Támesis, y reescribe las dos anteriores narrando el desmadre de una clase media súbitamente revolucionada. Un “nuevo proletariado” que descubre que “la violencia sin motivo es lo único que puede socavar los cimientos de nuestra sociedad” y se lanza a romper todo por las calles de un Londres donde primero estallan las bombas y después las personas y los Volvos arden por el solo placer de mirar cómo arde un Volvo. Y, hey, ahora vamos a atacar el National Film Theatre, la Tate Modern, la BBC y –en un gesto simbólicamente revelador— la eternamente joven y traviesa estatua de Peter Pan en Kensington Gardens. Sí: el mini-terrorismo como equivalente de hobby. “Mata a alguien al azar y el universo entero contendrá el aliento y te prestará toda su atención”, predica Richard Gould en una página de Millenium People. “Esto es hardcore. A partir de ahora, pedir aceitunas ciabatta será entendido como una acción política”, alecciona un lugarteniente. Y recuerden: un editor que hace años leyó el manuscrito inédito de Crash no vaciló en diagnosticar que “el hombre que ha escrito esto está más allá de toda ayuda psicológica”.

BANG
Otra vez, como siempre, el tono de Ballard a la hora de contar el cuento es similar al de un medicamento envasado al vacío, capaz de reunir en una sola pastilla las propiedades aparentemente irreconciliables de un calmante, una anfetamina y un hipnótico. La sensación tan excitante como depresiva y zombie de estar leyendo un noticiero cercano y, al mismo tiempo, transmitiendo desde otra dimensión. Está claro que los ladridos y mordidas, las bombas de humo y los cocktails molotov en botellas de un buen borgoña arrojados por las jaurías comandadas por Richard Gould –el “Doctor Moreau de Chelsea”– son ecos reconocibles pero ballardizados de las protestas antiglobalización, que el asesinato de una periodista de televisión apunta al caso de Jill Dando. Lo curioso –como ya han señalado varios críticos– es que en Millenium People no hay alusión alguna al 11 de septiembre del 2001. De acuerdo: en un momento Gould manifiesta su interés por aprender a pilotar un avión, y en el último capítulo la responsabilidad por la bomba en Heathrow –que hace que Markham se meta en todo este lío– es “atribuida a extremistas de al-Qaeda”. Pero eso es todo. El porqué de semejante omisión tal vez esté en el título, Millenium People, indicio subliminal de que la novela quizá transcurra en los bordes del triple cero, en 1999. O quién sabe: puede que a Ballard no le interesen sus imitadores.
RATATATAT
A los 72 años, autor de diecisiete novelas, varios libros de relatos recientemente reunidos en el monumental e imprescindible The Complete Short Stories y de los ensayos compilados en Guía del usuario para el nuevo milenio (todos escritos a mano: nada de computadora para este hombre), Ballard es considerado por muchos el mejor escritor vivo de Inglaterra.
Él, por su parte, no vacila en definirse como “un hombre completamente sereno y común”, “un escritor que escribe sobre su mundo y su gente”, muy alejado del activismo by-design de Naomi Klein, el verso con encefalograma plano de Manu Chao y el grito sagrado de las cacerolas argentinas. Cabe preguntarse, claro, quiénes serán esos que Ballard considera “los suyos”, su “gente milenarista”. Y Ballard responde: “La clase media inglesa: esas personas que en el 2003 se enfrentan a un mundo que no les gusta y por lo tanto se rebelan, cansados de sentirse explotados durante años”.
Ballard vive desde hace más de cuatro décadas en el mismo chalet del suburbio de Shepperton, asegura que no ha pasado la aspiradora desde 1960 –recientemente un periodista dio fe de que todo el mobiliario está cubierto por una espesa y venerable capa de polvo– y afirma que si nunca quiso mudarse es porque ese paisaje funciona como escenario perfecto para su imaginación. “Y hay mucho verde y mucho silencio”, agrega, señalando sus marchitas plantas de interiores. Y amplía: “La clase media es el nuevo proletariado, empobrecida espiritual y económicamente por el precio de la propiedad, la compulsión a vivir en una constante competencia contra todo y las mensualidades de los colegios, que, finalmente, nos han equipado con una educación que, a la hora de la verdad, no sirve para gran cosa... Los privilegios tradicionales de la clase media han desaparecido. Medio siglo atrás, un título universitario te garantizaba un buen trabajo y cierto standard de vida. Eso ya no es así. Ahora, los profesionales de la clase media son prácticamente empujados a un retiro temprano y ‘voluntario’; ylas encuestas no hacen más que advertirnos acerca de una creciente atmósfera de descontento. El planeta entero está siendo suburbanizado... Nos acercamos a un punto de máxima presión... Y pensar que la clase media no es capaz de abrazar la violencia como way of life es un mito a punto de ser desmentido. Ya lo está siendo. Alcanza con contemplar lo que ocurre en esas manifestaciones por los derechos de los animales o contra el G8. Mucha gente parece complacida por el hecho de que no vivamos tiempos... heroicos; yo no estoy tan seguro de eso sea bueno... Tengo alguna esperanza de que se avecine la hora de organizar algún tipo de rebelión... En cualquier caso, lo aclaro, yo soy un novelista; lo que equivale a ser una persona poco peligrosa para el statu quo. Al menos, por ahora... Después de todo, ¿qué puede saber un novelista?
Y Ballard sonríe torcido, con cierta inconfundible satisfacción de profeta de mecedora.

BOOM
Y, claro, ahí reside parte de la gracia y del genio de Ballard: la paradoja de que los argumentos de sus novelas, a la hora de la síntesis, resulten mucho más extraños que las novelas en sí. Al final –y desde el principio– Millenium People trata sobre esa propensión tan humana a vivir peligrosamente, algo que, según Ballard, viene grabado en el hard disk de nuestro genoma como uno de esos files que, de pronto y sin aviso, se activan y contagian al resto del programa.
Así, David Markham se infiltra en Chelsea Marina como doble agente, se relaciona sentimentalmente con la activista por los derechos de los animales Kay Churchill, se inicia en la elaboración de artefactos incendiarios bajo la tutela de la “oficial científica” Vera Blackburn, participa de la destrucción de varios videoclubes bajo la influencia del pediatra destructor y “terrorista sentimental” Richard Gould, que sueña con un mundo de antiburgueses hecho con los infantes con problemas neurológicos que atiende en su consultorio mientras predica: “Estas protestas de la clase media son apenas un síntoma, parte de un movimiento mucho más importante, una corriente que, por más que mucha gente no sea consciente de su existencia, ya está surcando nuestras vidas. Existe una profunda necesidad de realizar acciones sin sentido; cuanto más violentas, mejor. La gente está comenzando a comprender que sus vidas no tienen ninguna razón de ser, y que no pueden hacer nada por cambiarlo. O casi nada”.
Todo eso narrado con esa voz ballardiana inconfundible y precisa y desapasionada, tan estilo BBC, que anuncia, al cierre de los boletines, que This is the end of the world news. El fin de las noticias del mundo, las buenas y malas nuevas de un mundo extraño. “¿Extraño?”, sigue sonriendo Ballard: “extraños son Tony Blair y Cherie Blair. ¿Han visto gente más extraña que ellos? Mis personajes, en cambio, son de lo más normal, son personas como yo. Personas que quieren ver cómo se realizan movimientos más fuertes que nos lleven a una genuina sociedad sin clases; personas que por encima de todas las cosas desean la abolición de la monarquía. No es mucho pedir, pero juro que lo deseo de corazón”.
Al final de Millenium People –era inevitable–, la rebelión del nuevo proletariado de clase media fracasa y llega a su fin y se ahoga, como corresponde, en la estática oceánica por los noticieros. Y, como en toda novela de Ballard, comprendemos deslumbrados –como si nos despertásemos de un sueño profundo y verosímil pero...– que lo que pensábamos que era una simple denuncia social ha sido una vez más un perturbador viaje al inconsciente del ser humano. Que estas páginas no presentan condenas ni advertencias, sino –nada más y nada menos– otra novela de Ballard: la generosa y agradecible posibilidad de asomarnos al horror y al absurdo en el que vivimos. Como bien dice con amargura, y mientras todo arde, uno de los testigos del mediocre alzamiento de la clase media en una de las páginas de una magistral novela titulada Millenium People: “Protestan contra sí mismos”.

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