Dom 12.10.2003
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TELEVISIóN

Diez veces no debo

En Savater 10 M, el ciclo que emite Canal à este mes, el filósofo español Fernando Savater canjea el libro y la cátedra por el set de TV para preguntarse y preguntar qué diablos pueden significar hoy –en tiempos de clones, amor virtual y simulacros electrónicos– los Diez Mandamientos que el dedo de Dios inscribió en la piedra y el alma moral de Occidente. Acá, algunas de sus respuestas.

Por Cecilia Sosa

¿En qué ha devenido el más antiguo de los decálogos desde que el dedo de Dios inscribió sobre piedra aquellas líneas destinadas a guiar al pueblo israelí en su éxodo? ¿Qué extraña sobrevida puede tener hoy el célebre kit de prohibiciones que marcó para siempre la historia moral de Occidente? Para dar con la respuesta ya no hay que esperar la medianoche, a que los canales de aire cierren su programación con el ya clásico predicador brasileño. A la tarde, al mediodía o incluso al alba, basta sintonizar el canal correcto para encontrar al escritor Fernando Savater –profesor de la Universidad Complutense de Madrid, agnóstico confeso y uno de los filósofos más taquilleros del momento– reflexionando sobre la vigencia los Diez Mandamientos en el siglo XXI.
En un tiempo marcado por la clonación, el amor virtual y la construcción mediática de Bin Laden recargables, ¿cómo pensar la identidad de las tablas de la ley en presente? ¿Qué pueden ser? ¿Un catálogo de buenas costumbres? ¿Un código de ética y moral tan eterno como universal? ¿Los restos de una religión que languidece? ¿Pura hipocresía? ¿Un conjunto de pautas de higiene? Siempre afable y coqueto, Savater, con sus lentes colorados, invita a revisitar el decálogo para descubrir su fertilidad o su ineficacia a la hora de iluminar, pintar o interrogar a la más desvalida de las actualidades. Eso sí: sin supersticiones religiosas de por medio.
“La sorpresa no es que los mandamientos sean aceptables tal como fueron escritos, sino descubrir que cada uno de ellos sigue tocando puntos muy sensibles de la cultura actual”, dice Savater en diálogo telefónico desde Madrid. “Todos los mandamientos resultaron más ricos de lo que parecían en un principio. Esto se debió a que hubo un esfuerzo de producción enorme. La idea era ver cómo esos tópicos ya establecidos podían permitir reflexionar sobre otras cosas. Aun los que parecen más arbitrarios conservan una fertilidad enorme y señalan zonas centrales para la reflexión moral y social de la vida.” Para el autor del best seller Etica para Amador, incluso el dudoso “No codiciarás a la mujer de tu prójimo” sigue siendo útil para “reflexionar acerca del deseo y los conflictos que los deseos contrapuestos generan en la sociedad”. ¿Qué mejor que un predicador sin Dios para volver comprensible lo incomprensible y cotidiano lo misterioso? ¿Podría haber imaginado Él que su palabra tendría un defensor tan mediático y sobre todo tan absolutamente laico?
El ciclo Savater 10 M comenzó a emitirse a principios de mes por Canal à y continuará hasta fin de noviembre, a razón de un capítulo por mandamiento. Con material de archivo, múltiples entrevistas a especialistas e invitados, el recorrido histórico, cultural y literario que propone el ciclo parece descansar en una fórmula de éxito garantizada. A diferencia del párroco que desde el púlpito o el escritorio televisivo amenaza con el castigo, Savater tranquiliza, acompaña, acuna. De su mano, transitar por el catálogo de prohibiciones más pop de la humanidad es un pasatiempo comprensible, didáctico y –por qué no– divertido.
“A diferencia de la idea de Dios, los Diez Mandamientos tienen una realidad inamovible”, dice el ensayista vasco, recientemente amenazado de muerte por la ETA. “La filosofía nace como una reflexión sobre la vida, no como un crucigrama intelectual. Sus preguntas son para qué y cómo vivir, no un juego de ingenio. Me parece imprescindible que todos esos filósofos se dediquen a cuestiones más profundas, pero la única manera de acercar la filosofía a la gente es partiendo de la situación concreta de la vida misma. El objetivo del ciclo fue ayudar a pensar sobre estas cosas.”
El ciclo no sólo no pretende refutar los mandamientos sino también buscar sus funciones, traducciones y fracturas posibles en una línea de homologías seriadas que permite avanzar hasta las lecturas más audaces. Al comienzo de cada capítulo (que dura 52 minutos), Savater hasta se atreve a hablarle a Dios como quien increpa a un amigo olvidadizo, reclamándole precisiones, omisiones y descuidos. Para presentar el primer mandamiento, “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”, por ejemplo, Savater elige mostrarse perplejo ante el hecho de que el ser más impersonal, abstracto y atemporal le exija amor a un ser tan vulnerable y frágil como el hombre. “¿No es un poco exagerado reclamar que te amen de esa manera exclusivista? ¿No estarás siendo un poco celoso y competitivo? ¿No es mejor que te amen a voluntad? ¿Estás seguro de que lo merecés? Si por lo menos te presentaras en persona... Pero ¡no! Tenemos que lidiar con tus representantes, todos decepcionantes, por decirlo de manera suave”, increpa Savater al Ausente. A veces la producción acompaña y el filósofo aparece recortado contra un cielo transparente por el que se cuela, rápida, una nube. Y por momentos la parodia hasta pierde importancia.
Estas “pequeñas licencias poéticas”, como las llama el filósofo, sirven para introducir una flexión interpretativa que, a través de desplazamientos y traducciones, se aleja de las concepciones más antiguas de los mandamientos para llegar a sus variantes más mundanas. En ese tránsito, el halo místico de la palabra original pierde misterio y muestra su costado profano: es el precio que se paga por pasar de lo simbólico a lo jurídico.
Bajo el ímpetu del “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”, Savater invita a deponer la voluntad de sepultar al politeísmo y su séquito de divinidades demasiado corpóreas, demasiado parecidas al hombre, para recorrer la historia de una relación exclusiva que ahora debe lidiar con telepredicadores, sectas y una fila de ídolos televisivos capaces de contagiar los fervores más posesivos. “Dios habrá muerto”, apunta el filósofo, “pero sus reemplazantes siguen vivitos y coleando”.
La fórmula se repite capítulo a capítulo. Del “No robarás” –originado en el temor al robo de almas y el bandolerismo– se avanza en una suerte de crescendo histórico al saqueo de naciones enteras, la evasión impositiva, el robo de la identidad y el plagio intelectual. “¿Qué significa robar?”, vuelve a interpelar el filósofo al Señor: “Roba el padre el mendrugo de pan para su hijo que agoniza y roba también el que saquea una provincia entera para su enriquecimiento personal. Pero a éste se le llama gran financiero y se le festejan sus dotes de empresario. Tú podrías haber entrado un poco más en estos detalles, ¿no?”. Tratando de excusar tamaño descuido, el escritor español Luis de Sebastián, autor de Los 10 mandamientos del siglo XXI, apunta como invitado de la tarde: “Los mandamientos no fueron hechos para la eternidad sino para el pueblo israelí que migra a Egipto. Son presupuestos que pertenecen a un período histórico en particular, y que luego fueron venerados como principios universales”, explica.
Ya en el primer capítulo del ciclo, Savater se confiesa agnóstico y declara sólo poder amar a seres mortales. Reformulando la pregunta de Umberto Eco –“en qué creen los que no creen”–, se interroga acerca de “qué creen los que creen”. “Los he escuchado –dice– y nunca entendí a qué se refieren.” El contestador telefónico de su casa advierte que “aun cuando estemos, el contestador seguirá prendido”. ¿Cuál será la fórmula secreta que habrá que pronunciar para obtener una respuesta? Pero cuando el temor empieza a crecer, Savater atiende en persona y tranquiliza. “Mi mundo es el mundo de los seres humanos: son ellos los que creo que pueden dar contención, apoyo y sentido a las cosas. El gran misterio de la vida humana suele resolverse encomendando lo personal a lo impersonal, pero ésa es la solución fácil. Siempre he sido un hombre ‘de tejas para abajo’”, se confiesa en el teléfono. ¿Tolerará el rayo divino tamaña afrenta? Pero el catedrático sigue en línea y, aun a la (larga) distancia, su voz suena parecida a la que aparece en el programa: la voz entre campechana y rigurosa de quien cambió el púlpito por el estrado universitario o televisivo.
Es que, a pesar de que Nietzsche lo declaró muerto y pasó todo un siglo sin dar señales de vida, el nombre de Dios no ha dejado de cosechar adhesiones. “La creencia en algo abstracto siempre genera adhesiones, y cuanto más inconcreta sea esa entidad, mayores posibilidades tiene de conseguirla. Para Papá Noel, que viene del polo volando en su trineo tirado por renos, es un poco más difícil”, dice Savater.
El ciclo no elige hablar de casos concretos; más bien busca tomarlos como “ilustración” de situaciones más globales. Para el tratamiento del mandamiento menos cuestionable, el “No matarás”, Savater se zambulle en las certezas de la ley. El invitado especial es el archimediático juez Baltasar Garzón, que aplica la doctrina humana para amansar los impulsos menos edificantes. “Fue una gran alegría tenerlo a Garzón. No lo conocía personalmente y descubrí a una persona que se mete en el agua, que no da indicaciones ni consejo desde la orilla, como la mayoría, sino que se larga a nadar. Fue una experiencia muy gratificante, y desde entonces hubo una mayor relación entre nosotros”, dice Savater. La época vive de espaldas a Dios, pero los héroes siguen reuniéndose para iluminarla.
Los Diez Mandamientos han sido difundidos, revisados, cuestionados, emulados. Han tenido versiones fílmicas y electrónicas, para niños y para ancianos. ¿Qué pareja, cooperativa de trabajo, grupo de fans o célula terrorista no debatió alguna vez ese pequeño vademécum de máximas inviolables? En Argentina hasta una marca de preservativos los revisó en clave invertida. Y en 1956, en Estados Unidos, los Diez Mandamientos ganaron un Oscar. Fue por el film de Cecil B. De Mille, que ya los había recreado en el ‘23 en una versión muda. Un rápido sondeo por Internet muestra que las variantes del decálogo persiguen los fines más disímiles: los hay de la felicidad, de la pista de baile, del orgasmo femenino, del torero, del comunista, del vago, del swinger. Los Diez Mandamientos se enarbolan para combatir virus informáticos, para adelgazar, para pedalear con seguridad y hasta para comprar un perro. La fórmula –si no la bendición– tiene el encanto de lo divino y una secreta ilusión: no dejar nada afuera.
Sin página web a la vista, Savater 10 M carga con el mérito de haber logrado convertir a los mandamientos en un tópico para todos, incluso –o especialmente– para los ateos. El ciclo, ante todo didáctico pero también ágil y, por momentos, sorprendente, no escatima citas bíblicas, ni materiales de archivo, ni fragmentos de films, ni definiciones de diccionario ni propuestas sui generis pergeñadas por los invitados. Por el programa desfilan desde Martha Pelloni, Estela Carlotto y Horacio González, hasta Nelson Castro, Marcelo Birmajer y Marta Maffei, por citar sólo algunos de los referentes argentinos. El escritor chileno Luis Sepúlveda, que reconoce no haber sido un observador “a ultranza” de las prohibiciones, confiesa que en algunos casos hasta se le escapan las prescripciones que esconden. “‘No amarás a la mujer de tu prójimo’... ¿Y a quién, si no?”, se indigna.
Un acierto de la serie es que no teme compaginar testimonios aparentemente contrapuestos. Para interrogar la vigencia del “No robarás”, el sacerdote Hugo Mujica asegura que quien roba para poder comer “ya ha sido privado de su libertad, le han robado su dignidad”, mientras que elescritor Martín Caparrós postula el saqueo como “el gran momento de la libertad donde el hombre quiebra el orden y corrige la injusticia. Si se pudiera hacer todos los día sería fantástico”.
Savater, que por alguna razón no mira a cámara jamás, tampoco pierde el humor. Para presentar el tercer capítulo, dedicado al “Santificarás el día del Señor” –el mandamiento “más hedonista”–, decide festejar: “Bueno, ¡gracias! Al fin, entre tantas prohibiciones, te acordaste de incluir un mandamiento que ordena algo agradable”. Pero luego se impone el análisis histórico-científico, casi clínico, y el mandamiento se declina hasta contrastarse con sus traducciones más mundanas: del trabajo como maldición de los pobres a la consagración burguesa del comercio como valor social, pasando por la alienación laboral, las utopías del ocio y su contracara más siniestra, el desempleo. “En nuestros países hay muchos que festejan al señor todos los días: buscando trabajo los siete días de la semana. Y no lo consiguen”, dice Enrique Pinti. En el cierre, Savater no olvida incluir una variante proactiva: no educar sólo para el trabajo, sino también para el tiempo libre. Y en una leve variante existencialista, a modo de autocrítica, suspira: “Falta un día para pensar para qué trabajar”.
“El uso de tu nombre ha sido durante siglos devaluado. Debería preocuparte”, dice Savater a modo de saludo en el capítulo que indaga el “No usarás el nombre de Dios en vano”, “un mandamiento que ha devenido en el ritual de poner a Dios por testigo de algo que el que habla y el que escucha saben que no se va a cumplir”. Hablando de teatralidades, Savater aparece como el nuevo modelo capaz de revelar las aristas más insospechadas: parodiando la publicidad de detergente (“Si encuentra alguno que le deje más blanco, le devolvemos su dinero”), denuncia la mentira publicitaria y hasta se anima a preguntarse qué pasaría si los políticos dejaran de prometer: “¿No será que les pedimos que nos mientan?”. El periodista Nelson Castro muestra el juramento de Carlos Menem en su segunda asunción presidencial para ilustrar la convalidación de la mentira. La imagen del ex presidente todavía patilludo se funde con la de una divinidad indignada. “Si uno no piensa en dar nada, ¿por qué no prometer todo?”, reflexiona alguien.
Firme junto al teléfono, Savater se anima a imaginar qué mandamientos habría que agregar para adaptar las inciertas tablas divinas a los nuevos tiempos. “Consignas como ‘No polucionar’ eran completamente impensables en la época en que fueron acuñados los mandamientos originales. Hoy, el cuidado de la naturaleza es imprescindible para la supervivencia de la estirpe, y se ha transformado casi en una exigencia moral”, asegura. Y abre otra ventana: “Ahora que se puede crear sin padre, sin madre e incluso con varias madres, ¿qué lectura se puede hacer del mandamiento ‘Honrarás a tu padre y a tu madre’? Una nueva exigencia podría ser no privar a ningún ser humano de conocer cuál es su origen biológico. El derecho a la filiación podría ser un nuevo mandamiento”, señala. El pasaje de lo simbólico a lo jurídico vuelve a rendir frutos. ¿O no es imaginable una cola de hijos sin apellido reclamando a una enfermera la dirección de e-mail del donante de semen?
El ciclo empezó a emitirse de manera simultánea en distintos lugares del mundo. En España, cuna de la Inquisición y del franquismo, las divinidades terrenales todavía no se encresparon. “Si bien la Iglesia siempre tuvo un aspecto inquisitorial, a veces también despliega cierta curiosidad. Esperemos que las repercusiones vayan más por el lado de ‘a ver qué piensan los descarriados’”, dice Savater.
En las próximas emisiones se podrá ver al escritor Rodrigo Fresán dando su versión del “Honrarás a tu padre y a tu madre” y a Daniel Samper desovillando el “No cometerás adulterio”. Siempre con la premisa de traducir y desplazar los términos de los mandamientos, todo hace prever que Savater logrará rescatar el decálogo de la agonía para reinsuflarle nueva vida. Y si queda alguna duda sobre la productividad de la máxima que ordena no consentir “pensamientos ni deseos impuros”, habrá que dejar quieto el control remoto en Canal à para que Savater 10 M, más que pan y peces (para algo está el supermercado), proporcione un poco de teología laica a todos los que la merecen.

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