El documental sobre la adaptación de Dune, la novela de Frank Herbet, que no pudo ser. “¿Por qué uno no puede seguir sus sueños? ¡¿Por qué?!”, grita Jodorowsky en su casa de París, en una entrevista realizada por el realizador Frank Pavich para su Jodorowsky’s Dune. El documental estrenado en Cannes del año pasado y preseleccionado para los Oscar de este año, que reconstruye, con imágenes de archivo y entrevistas a los involucrados, los vaivenes del proyecto más ambicioso de Alejandro Jodorowsky: la adaptación de Dune, la mítica novela de ciencia ficción de Frank Herbert. Allí, el mismo Jodorowsky asume que, después de estrenar La Montaña Sagrada, estaba agrandado. Su ego se hinchó cuando vio que la gente lo alababa como el heredero lisérgico del surrealismo francés. Decidió entonces que en su siguiente proyecto doblaría la apuesta: quería hacer una película que tuviera el mismo efecto que tenía el LSD en las conciencias hippies de los setenta. La pregunta es: ¿por qué adaptar Dune? En el documental, Jodorowsky parece darles una nota de liviandad a sus anécdotas y bastante misticismo (nuevamente la sincronicidad también atraviesa su vida); los encuentros son azarosos, intuitivos, caídos del mapa. Pero lo cierto es que Dune era un gol de mitad de cancha para adaptar: una novela mística que resumía bastante el sentimiento de una época (se publicó originalmente en 1966), que buscaba combinar la ciencia ficción con el fantasy y con cierta new age bastante en boga gracias a la apertura de las puertas de la percepción y demás yerbas. Jodorowsky consiguió por dos mangos los derechos de la obra y se internó en un castillo de Francia para hacer su propia adaptación de la película.
Lo que vino después resulta asombroso de imaginar si el resultado hubiera llegado a algún puerto: un casting tan deslumbrante como ridículo, con Orson Welles, Mick Jagger, David Carradine y hasta Salvador Dalí, quien cobraría su sueldo por minuto actuado. Una banda de sonido hecha por Pink Floyd y Magna. Un equipo técnico que después explotó en Hollywood: Hans Giger, Dan O’Bannon (el Fx de Dark Star de Carpenter), Chris Foss y Moebius, quienes después ganaron muchos Oscar por inventarle a Ridley Scott una carrera con Alien incluido. Entre gatos que se suben a sus rodillas, un spanglish afrancesado y su enorme biblioteca plagada de libros cuyos títulos despiertan la imaginación, Jodorowsky se mueve y gesticula sobre lo que hubiera sido una película de esa magnitud en la época (esperaba que durase 12 horas), sobre el misterio del cine, los dos años que perdió en el proyecto y cómo terminó transformando ese tiempo en comics: el resultado de esa enorme frustración dio sus frutos en la Historia con El Inkal, dibujada por Moebius, y una productiva carrera dentro de la industria europea de la historieta. Pero la duda ensombrece la cara de Jodorowsky cuando grita a cámara que le robaron su sueño, porque no le alcanza que la versión de David Lynch haya sido un fiasco absoluto ni que su “art book” se haya convertido en un mito dentro de la industria de Hollywood. En definitiva, uno sabe que el precio de los sueños nunca es fácil de pagar.
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