Dom 26.04.2015
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NECESITO DECIR QUE TE AMO

› Por Caetano Veloso

La navaja es un camino, es una tarjeta de crédito. Brasil va a enseñarle al mundo eso: porque en las letras de Cazuza siempre aparece ese hilo. Por ejemplo: el derecho de decir así, desvergonzadamente y con todas las letras que Brasil va a enseñarle al mundo (derecho que fue adquirido por el timbre de voz de los versos), resulta confirmado por la sorpresa de la afirmación de que Brasil va a aprender (tiene que aprender) del mundo. Otro ejemplo: la letra de Bicho humano resulta cohesionada y enjuta, como si eso fuese más por causa de la H de la hora que anuncia y evoca lo humano del animal que aúlla que por los juegos inocentes de “dance”, “canse”, “transe”, “chance”: el aullido es lo que asegura la sobriedad de la composición. No es posible pasar por una letra de Cazuza sin sentir un acontecimiento que excite el interés. Verlas, leerlas ahora así reunidas y comentadas (por las voces del momento, voces que traen el gusto del momento en que las canciones fueron hechas y grabadas) es constatar con asombro la intensidad del sentimiento que atravesó la música brasileña en la persona de este chico de Ipanema.

El rock brasileño de los años ‘80, aquella ola enorme que representó la maduración de estilo entre nosotros, fue un acontecimiento auspicioso porque fue saludable y rico, revitalizador del ambiente y revelador de numerosos grandes talentos. Tan numerosos que, incluso con el asombroso crecimiento del mercado, muchos grandes talentos corrieron el riesgo de perderse en una multitud. El caso de Cazuza fue especial: él casi corrió el riesgo de destacarse por demás en el grupo. No solo porque era desde luego uno de los mayores entre los grandes sino también (y quizá sobre todo) porque la originalidad de su formación podría haberle valido la expulsión del grupo. Llegó al rock con un equipaje de samba-canción, con un eco de Radio Nacional, que el movimiento solo soportó porque era de hecho fuerte y profundo. El testimonio de Nilo Romero sobre la composición de “Brasil” conmueve cuando resalta que él y George Israel vieron allí la oportunidad de hacer “samba-rock” de verdad, como nunca había sido tocado antes. De hecho, la expresión puede estar ya en la música de Jackson do Pandeiro, la intención ya corría entre los tropicalistas, la combinación aparece ensayada ricamente en los arreglos de los Novos Baianos –pero samba-rock precisamente, clavado, desde la médula de la composición, solo “Brasil”–. Y resulta evidente que la inspiración para eso no llegaría sin Cazuza. Sin el timbre, las palabras, el acento y la personalidad musical del poeta Cazuza. Porque él está entre Herbert Vianna y Lobão, así como está entre Ataulfo Alves y Lupicínio.

Además de todo eso, lo que más impresiona en el corpus de la producción de Cazuza es la carga de esperanza que suscita actualmente. Paradójicamente, el montón de canciones de desesperanza y lamento que nos dejó ese muchacho que murió tan temprano exhala esperanza. Pero la paradoja es sólo aparente. El tono desesperado está siempre lleno del gusto por la vida, y el lamento es antes sensualidad. La fuerza de esperanza, mientras tanto, viene de la obra en su relación con la historia de nuestra música. Y nuestra historia ha sido contada en forma privilegiada a través de la música popular.

Podemos llorar de nostalgia por Cazuza. Pero siempre nos volvemos a alegrar de su presencia divertida y desafiante, porque él es una de las personas que mejor sabe expresar este hecho dificilísimo de entender y admitir: los humanos somos todos inmortales.

Contratapa del libro que reúne las letras de Cazuza, Preciso dizer que te amo, San Pablo, Globo, 2001.

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