¿Cuáles fueron las experiencias lisérgicas que derivaron en que vos hicieras Lo inadvertido?
MM: –El primer viaje de ácido lisérgico lo hice con mi amigo chileno Claudio Badal. Cuando lo conocí, yo ya era una hippie brutal, pero de fumar nomás. Y él me dijo “vos tenés que probar esto”. Probé y nos fuimos juntos al museo Metropolitan y fue terrible, terrible, terrible, porque yo estaba con otra amiga mía y veía que la gente se transformaba en esqueletos y calaveras. Cuando volvimos a la casa de él, me retrotraje hasta ser un feto y fue una cosa horrible. Tomamos un taxi y ahí empezó ese viaje dentro de la memoria de una manera brutal. Una cosa horrible, como si pudiera llegar al momento mío justo antes de nacer.
Tuviste lo que los hippies llamaban el bad trip, un mal viaje.
MM: –Sí, el primero. Pero el segundo, el tercero y todos los demás fueron fantásticos, porque yo los podía manejar. Porque, apenas sentís miedo, es el terror. A los veinte minutos empieza a actuar y, si llegás a tener miedo, todo se vuelve monstruoso. Entonces, tenés que tener mucho dominio dentro de lo desconocido.
¿En qué circunstancias Badal te dio el primer ácido?
MM: –Ibamos caminando por el Central Park hacia el museo. Fue una pastilla de 400 miligramos que se llamaba Blue Sky, por eso de “Lucy in the Sky with Diamonds”. Atravesamos el parque y llegamos al museo y, como te decía, fue un horror. Me agarró ese viaje interno que todavía recuerdo patente. Después, te entra la curiosidad de tomar más y yo llegué a tomar todos los días, todos los días, todos los días. Todos los días durante años, no sé cómo estoy viva. Llegué a pesar 45 kilos.
¿Había algo que necesitabas liberar?
MM: –¡No! Entrás en otro mundo, tenés las puertas de la percepción abiertas.
¿Qué viste en ese otro mundo?
MM: –Vi cosas maravillosas. Te metés en la época de William Blake, te metés adentro de sus dibujos. Ves tus manos y podés acceder a tu vida anterior. Yo tenía veintisiete años, pero ya parecía una persona de sesenta u ochenta o mil o tres mil años. A la otra gente la veías en la misma onda, la veías como en diferentes épocas. La veías en la época medieval, romántica... Eso era lo genial: que cambiabas de época. De ocho horas que dura el viaje, las cuatro primeras son muy intensas y después vas bajando.
En Londres, ¿cuáles fueron las lecturas y los descubrimientos?
DB: –Vamos a ver... El tema tenía que ver con la búsqueda de la libertad, de los valores, todo giraba alrededor de eso. Cuando hablo de libertad, digo libertad de pensamiento y de vida, sin estar atado a lo convencional. Y una búsqueda de un modo de vida más natural, más cerca de la naturaleza, donde aparecen el yoga, la comida macrobiótica y el tema del amor libre, que, visto en perspectiva, no era otra cosa que no tener ningún compromiso con quien cada uno quería estar y pasarla bien, cosa que podía generar bastantes problemas entre las parejas.
Ser hippie era equivalente a ser un pasatista.
DB: –De alguna manera, sí. Era tener una visión diferente del mundo, contra la guerra, las luchas de clase, el establishment, etcétera. Yo sabía lo que significaba la lucha de clases, el marxismo, el capitalismo, todo eso lo viví en el secundario y en la universidad, donde en el ’67 y el ’68 había bastante politización. Lo que a mí me importaba era que iba coincidiendo con gente que compartía esos nuevos valores adquiridos y se sumaba a los rituales. Y, en ese momento, lo ritual era muy importante. Había gente que entraba en el circuito, pero se metía por otras cosas, no estaba en la misma onda ni en la misma búsqueda ni entendía los rituales donde había una cierta conexión entre todos, sólo buscaban drogarse y conseguir droga sin tener que pagar.
¿Cómo recordás a la Marta de ese momento?
DB: –A ella la recuerdo como una persona muy metida con todo lo que pasaba en la vanguardia de la gente joven en Estados Unidos. Mencionaba mucho a Timothy Leary, siempre buscando referencias de alguna manera en escritores o filósofos del hippismo. Escribía como para justificar de alguna manera el estar metida en todo ese viaje. La recuerdo repitiendo “esto es fantástico, esto es fantástico” todo el tiempo. Ella estaba integrada al nuevo mundo del hippismo, pero aparte mantenía un pie en el mundo del arte, que era otro mundo, con otras relaciones. Era como que entraba en un mundo y luego salía para entrar en otro; iba mucho al Di Tella y allí se vinculaba con otra gente y venía con nosotros y supongo que para ella era una especie de liberación.
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