Truffaut fue amigo y asistente personal de Rossellini en París, cuando no conseguía financiación para sus películas en Italia. Juntos atravesaron Europa hasta Portugal para visitar a Manoel de Oliveira con vistas de hacer una película, e idearon varios proyectos que nunca llegaron a filmarse. Este texto fue publicado originalmente en 1963.
› Por François Truffaut
Roberto Rossellini se convirtió, según una expresión de Jacques Flaud, en el “padre de la Nouvelle vague francesa”. Es exacto eso de que, cada vez que venía a París, se encontraba con nosotros y hacía que le proyectáramos nuestras películas de amateurs, y leía nuestros primeros guiones. Todos esos nombres nuevos, que en 1959 sorprendían a los productores franceses cuando los descubrían cada semana en la lista de films en preparación, Rossellini ya los conocía hacía mucho: Rouch, Reinchenbach, Godard, Rohmer, Rivette, Aurel. De hecho, Rossellini fue el primer lector de los guiones de El Bello Sergio y Los 400 golpes.
¿Me influenció Rossellini? Sí. Su rigor, su seriedad, su lógica siempre aplacaron un poco mi entusiasmo ingenuo por el cine americano. Rossellini detesta los créditos ingeniosos, las escenas antes de los créditos, los flashbacks y, en general, todo lo decorativo, todo lo que no sirve a la idea de un film o el carácter de los personajes.
Si en alguna de mis películas intenté seguir simple y honestamente a un solo personaje, y de una manera casi documental, se lo debo a él. Aparte de Vigo, Rossellini es el único cineasta que filmó la adolescencia sin enternecerse, y Los 400 golpes le debe mucho a su Alemania, año cero.
Sé que voy a decir algo peligroso, pero es verdad: a Rossellini prácticamente no le gusta el cine ni en general las artes. Prefiere la vida, prefiere al hombre. Nunca lee una novela, pero se pasa la vida documentándose; noches enteras lee libros de historia, de sociología, obras científicas. Le encanta saber más y aspira cada vez más a dedicarse a hacer películas “culturales”.
Podemos preguntarnos por qué se hizo director, cómo llegó al cine; llegó por casualidad, o más bien por amor. Estaba prendado de una jovencita que había llamado la atención de unos productores que la contrataron para filmar una película. De puros celos, Roberto la acompañaba al estudio, y como la producción no tenía demasiado dinero y lo veían por ahí sin hacer nada, le pidieron, ya que tenía auto, que pasara todos los días a buscar a la estrella masculina, Jean Pierre Aumont, y lo llevara al estudio.
Los primeros films de Rossellini fueron documentales sobre peces, e imagino que si se resignó a practicar el cine de ficción fue por su amor a la Magnani. También lo impulsaba un estímulo, que era la Italia en guerra.
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