Nora Lezano ya no vive en el barrio natal de Tapiales, solamente está almorzando con sus padres. En la casa suburbana, tan cerca del Mercado Central, suena el teléfono y una voz dice que es Gustavo Cerati. “Todo el mundo me habla de vos, quiero que hagamos fotos”, dice la voz. Nora piensa que es un chiste: algún amigo que le quiere hacer una joda, todos saben que ella es fan de Cerati y Soda Stereo, que se rateaba de la escuela para verlo pasar. Pero era él, era Cerati: 1999, acababa de terminar Bocanada y quería hacer fotos de prensa con Nora. Las hicieron.
“Lo que pasó cuando las vio todavía no lo entiendo. Me dijo ‘es la primera vez que me reconozco en foto’. Me besaba las manos. Yo enloquecía y trataba de mantener la compostura. No me hablaba de estar lindo o feo: me hablaba de reconocerse. Qué boluda yo, ahora lo pienso: nunca le pregunté en qué se reconoció. Qué habrá visto. No lo sé. Pero algo raro pasó: esa foto en la que dijo que ‘se reconoció’ terminó siendo la foto icónica de Gustavo.”
Nora Lezano llegó “tarde” a Cerati como fotógrafa. Una vez, pocos años antes, había hecho una sesión durante la escucha privada de Dynamo, pero no la cuenta como “primera vez”: fue un evento muy organizado y lo cierto es que ella se pasó gran parte del tiempo encerrada en el baño, llorando de emoción. “Estaba fanatizada”, reconoce.
En la muestra, Gustavo Cerati protagoniza dos dípticos. En uno, se lo ve niño, vestido de super héroe, con su capa. “Es una foto que él me regaló y que amplié, con permiso de su hermana, cuando me di cuenta de que tenía una reciente casi idéntica”. La otra es en la casa de Cerati en Uruguay: está bajo un árbol, con un rayo de luz que atraviesa las ramas e ilumina su capa de superhéroe. El otro díptico lo tiene tocando la guitarra con los dientes en la entrega de los Premios Planeta y, debajo, se lo ve a Ernesto Sabato que se tapa los oídos, atribulado de tanta electricidad.
¿Cómo era fotografiarlo? “Gustavo era muy controlador, cuidaba mucho todo, cada detalle. No era dominante como es Charly: dejaba hacer aunque no se le escapaba nada. Y se copaba. Hay una foto de la última sesión donde lo ‘pinté’ con la luz de una linterna. Era un cuarto oscuro, sólo se imprimía esa luz, el obturador de la cámara estaba todo el tiempo abierto, y él movía la cabeza. Le interesaba el proceso. Tenía confianza. Después usó esa foto, donde tiene tres cabezas y una especie de aura angelical, como credencial de la gira.”
Otra cosa, dice Nora: era un hombre hermoso, pero en mis fotos no siempre le interesaba salir bien, a él, tan preocupado por la estética y la juventud. Se acuerda de una mañana en Uruguay. Ella se levantó temprano. Afuera, la niebla era espesa. “Había que hacer fotos, pero yo no lo podía despertar. Siempre trataba de no molestarlo, le tenía un respeto especial. Mandé al vestuarista: le dije ‘convencelo, decile que no se va a arrepentir’. Gus llegó muy elegante pero con la cara de dormido más increíble. Hicimos las fotos y cuando las vio me dijo: ‘Qué buenas están, puede verse el paso del tiempo. Arrugado, cara de dormido, parezco un actor francés’. Y era así”, dice Nora. “Estaba desaliñado y lindo, como siempre. Lindo y maduro.”
Nora Lezano cree que, cuando se enteró de que Gustavo Cerati había sufrido el ACV en Venezuela que cuatro años después acabó con su vida, fue su comienzo del cierre de la etapa de fotografiar músicos. Mejor dicho: de fotografiarlos como parte de su ambiente, de su vida, de sus noches. A partir de entonces lo siguió haciendo pero de manera casi exclusivamente profesional. “Ya no tengo una vida rockera”, dice.
Esta muestra es el cierre de esa etapa vital.
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