> ENTREVISTA A MIGUEL RIO BRANCO
› Por Angel Berlanga
“Para esto no hay reglas de creación”, dice Miguel Rio Branco ante la pieza que vino a exponer en Aquí nos vemos, un fenomenal políptico de 18 fotografías que ocupa un lugar central en la muestra y capta largo rato las miradas. Este artista brasileño nacido en 1946 es una celebridad y un referente del oficio en el continente (sus fotos también son muy valoradas en Europa), aunque ya casi no hace fotografías: más bien usa la cámara para “tomar notas” de cara a otros proyectos, dice. Rio Branco parece un hombre inquieto, alérgico al encasillamiento: empezó pintando, fotografió para la agencia Magnum, dirigió cine, se consagró como fotógrafo, volvió a pintar, entreveró todo, hace instalaciones. “Esta pieza –sigue diciendo, habla en castellano, señala– tiene algo que ver con el barroco, con la cuestión de esta mezcla de situaciones, de etnias. Es de 2005, pero hay imágenes de 1991, de varias épocas; algunas fueron hechas en España, otras en Brasil... El criterio es mucho más subjetivo que racional.”
Un gran laberinto: alguna vez se refirió así a su propia obra. Tras lo que parece un indicio de respuesta, entonces, tallan más bien los interrogantes. Esa idea se percibe en el arranque de su página en internet, por ejemplo: un aluvión de imágenes que van superponiéndose y no dan tiempo a observar una a una en detalle, y tampoco a aprehender del todo un sentido. Ante el políptico que exhibe en la sala La Gran Lámpara predomina lo negro y los cuerpos fragmentados, con relumbrones dorados y haces/trazos de luces más blancas, un rompecabezas de piezas destinadas a no encajar pero sí a poner en diálogo/cuestión las representaciones, el cuerpo y la foto, la pintura, la escultura, la cerámica, el arte sacramental, y el trabajo del tiempo sobre todo. Una de las fotos acaso refiera a un origen: una mano amasa el barro ante unas piernas extendidas y cruzadas, y son distintas personas. “En 1992 participé de un proyecto llamado Arte Amazonas, en el que había varios artistas –dice Rio Branco–. Hice una pieza, pero a la vez fotografié a otros, trabajando. Y esto era una pieza de Antony Gormley, un escultor inglés muy conocido, que estaba haciendo como pequeños muñecos de tierra. Esa es la historia de la foto, pero la verdad es que esto, la historia, cuando se pone acá, no interesa nada. Las personas, con la fotografía, intentan entender siempre que hay algo muy objetivo y racional, pero no es verdad: pueden intervenir cuestiones de creación, de poesía. En esta exposición mismo está bastante interesante, porque hay una variedad muy grande de la utilización de la fotografía, pero en la mayor parte siempre es muy subjetiva”. Y eso implica un poco de madurez. Porque en Latinoamérica siempre había una fotografía mucho más documental, como base, en los años 70, pero esto se fue transformando y se abrió paso lo subjetivo”.
Rio Branco dice que la publicidad es un mal. “Es algo que intenta siempre controlar o mentir a las personas –dice–. Y entonces es bastante poco interesante. Y peligroso. Yo creo que una parte importante del arte contemporáneo se dejó influenciar mucho por la publicidad y su uso: una persona ve una cosa y esta cosa será solamente eso. Los buenos trabajos de arte fueron siempre los que llevan a tener una imaginación mayor, a poder sentir algo más que lo que se ve. Si uno ve lo que ve, lo ve y lo olvida: lo vio y ya está. Es como una hamburguesa. Gran parte del pop art es muy aburrido para mí: lo ve y no va para parte alguna. El arte tiene que llevar a otros caminos. Y la poesía tiene eso, abre caminos”. Luego cuenta que cuando trabaja “no piensa demasiado en las personas”, asunto que lo conecta con el origen del políptico. “Un coleccionista brasileño quería tener una pieza grande, que iba a ser hecha en una empresa de cerámica en Japón, algo bastante caro de hacer –rememora–, pero con una durabilidad estupenda, porque podría ponerse al aire libre. Le hice varios proyectos, pero siempre concentrado en lo que a mí me interesa. Bueno, le gustó esta pieza. Y cuando me volví de Japón, el tipo estaba en la cárcel: nunca se hizo en cerámica. Luego se interesó un coleccionista importante, pero no funcionó, tampoco. O sea: casi siempre que existe una intención un poco comercial, nada funciona. Pero la pieza se quedó entera”.
A pesar de que fotografía poco, el año pasado publicó en Brasil su último libro, Maldicidade, un volumen de imágenes que enfoca de muy diversas formas en lo opresivo, violento y sórdido de las ciudades. El trabajo de estos días tiene sus puntos de contacto: “Estoy haciendo una instalación para un panorama de arte brasileño en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, en la que intento hacer una especie de laberinto con árboles y piedras –cuenta–. La parte fotográfica entra como video, y se ve en instalaciones un poco echadas en el suelo. Es como el deseo de ver la floresta invadiendo la ciudad”. Además de plantear que las historias interesan poco, Rio Branco apunta que hay demasiado énfasis puesto en los temas. “Es algo que ha quedado muy fuerte en los proyectos de artes visuales –dice–. Y esto no es tan bueno, porque intenta explicar más fácilmente algo que no es tan explicable. Es más fácil para los periodistas, también, decir ‘es sobre esto y esto’. Si uno mezcla más trabajos distintos, sin tema fijo, es mucho más rico para las personas, porque ellas entran con la cabeza totalmente abierta. Mejor que no haya temas. Los temas se usan mucho para conseguir el dinero para hacer la exposición, o para convencer a un banco o a un gobierno de que pongan planta. Eso es algo que también está pasando, que los artistas se transforman casi en elementos de publicidad para los gobiernos y los bancos”.
Aquí nos vemos se puede visitar hasta el 15 de noviembre en C.C.Kirchner, Sarmiento 151.
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