Dom 11.09.2005
radar

Pero sin sangre

› Por Martín Pérez

“Hola, soy el rock y vengo a decir: no te dejes confundir/ si te ofrecen el anzuelo, tirá primero/ pero sin sangre.” Obra de Andrés Calamaro, recitada junto a Vicentico en el disco Nadie sale vivo de aquí (1989), el verso es uno de los tantos que oportunamente recupera Sergio Marchi en las páginas de El rock perdido, un recorrido urgente por mitos y costumbres, confesiones privadas y públicas, conquistas y retrocesos de ese rock nacional que bien supimos construir durante cuarenta años y que resultó profundamente golpeado por los sucesos de Cromañón. Un nombre que funciona, al decir de Marchi, como “metáfora de un país que permite conductas cavernícolas al tiempo que aspira a convertirse en una nación democrática y moderna”. Pidiéndole al rock que asuma su parte de culpa por la tragedia, El rock... es un libro que, en su urgencia, por momentos deviene apenas en la diatriba de un autor que apela a su experiencia y a sus memorias para recordar que todo ya no es lo que era. Pero, al mismo tiempo, esa experiencia y memorias se vuelcan generosamente en sus páginas a la hora de recorrer la génesis del rock local, utilizando en gran medida las divisiones en ciclos que acuñó Miguel Grinberg en el fundacional volumen Cómo vino la mano y luego retomó Eduardo Berti en Rockología. Lejos de intentar tener la última palabra, y siendo confesamente arbitrario y personal por momentos, Marchi hace accesible al público en general lo que el rock nacional siempre ha pensado de sí mismo, ese género que supo volverse un clásico del panorama musical local por derecho propio, sin tener ya que pedirle permiso a nadie. Pero que, después de Cromañón, tiene algunas disculpas y autocríticas pendientes.

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