› Por Albert Hofmann
A principios de febrero de 1951 vino la gran aventura: un viaje de LSD con Ernst Junger. Puesto que hasta ese momento sólo había reportes de experimentos con LSD en conexión con investigaciones psiquiátricas, este experimento me interesaba especialmente: era la oportunidad de observar los efectos del LSD en un artista, dentro de un ambiente no médico. Esto fue un poco antes de que Aldous Huxley comenzara a experimentar con mescalina desde la misma perspectiva, sobre lo que habló en sus dos libros, Las puertas de la percepción y Cielo e Infierno.
El viaje tuvo lugar a las 10 de la mañana en la sala de estar de nuestra casa en Bottmingen. Ya que la reacción de un hombre tan sensible como Ernst Junger era impredecible, se eligió una dosis baja, sólo 0,05 mg.
La fase inicial estuvo caracterizada por la intensificación de la experiencia estética. En mutuo estupor contemplamos el humo ascendiendo con la soltura del pensamiento desde el incienso japonés. Cuando la embriaguez se hizo más profunda y la conversación llegó a su fin, alcanzamos fantásticas ensoñaciones sentados en nuestros sillones con los ojos cerrados. Ernst Junger disfrutó del despliegue colorido de imágenes orientales; yo estaba de viaje entre tribus bereberes en el norte de Africa.
El retorno de nuestro estado alterado de conciencia estuvo asociado con una gran sensibilidad al frío. Como viajeros congelados, nos envolvimos en cobertores para el aterrizaje. El retorno a la realidad cotidiana fue celebrado con una buena cena, en donde el Borgoña fluyó copiosamente.
El viaje estuvo caracterizado por el paralelismo de nuestras experiencias, percibidas como profundamente alegres. Estuvimos cerca de la puerta de una experiencia mística; sin embargo, no ocurrió. La dosis elegida era demasiado baja. Malinterpretando esta razón, Ernst Junger, que con anterioridad había entrado en reinos más profundos de la mano de dosis más altas de mescalina, observó: “Comparado con el tigre mescalina, su LSD es, después de todo, no más que un gato casero”. Posteriores experimentos con dosis más altas de LSD lo obligaron a revisar sus opiniones.
La segunda y última inmersión en el universo interno junto a Ernst Junger nos llevó muy lejos de la conciencia de todos los días. Fue en febrero de 1970. Ernst Junger tomó 0,15 mg de LSD y yo 0,10. Llegamos muy cerca de la puerta final. Claro que esta puerta, según Ernst Junger, sólo se abrirá para nosotros en la gran transición entre la vida y el más allá.
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