Tal vez hayan sido los crispados mundos espirituales y los enigmáticos acertijos de La tempestad, al parecer la última obra de Shakespeare, los que convocaron a múltiples figuras internacionales a recrear su propia versión del clásico, en interpretaciones por demás curiosas. En el cine, el que tomó la batuta fue William A. Wellman con Cielo amarillo (1948), un impactante western en blanco y negro sobre la traición, los celos y el pecado, protagonizado por Gregory Peck y filmado en un pueblo fantasma. Después llegó Planeta prohibido (1956), de Fred M. Wilcox que recrea el testamento de Shakespeare en un thriller de ciencia ficción donde la tripulación de una nave espacial investiga un planeta perdido en el espacio. En 1979, Derek Jarman ofreció una cuidadísima adaptación que respeta los ambientes y la fuerza del original. Pero quizás el film más asombroso inspirado por el clásico es Tempestad (1982), la pequeña obra maestra de Paul Mazursky, protagonizada por John Cassavetes, Susan Sarandon y Vittorio Gassman, donde los vientos huracanados se sienten desde las islas griegas a los altos cielos de Manhattan. Luego vendrá Viaje a Melonia (1989), un film de animación del director sueco Per Ahlin que sitúa La tempestad en estos días para convertirla en una fábula ecologista donde se enfrentan la isla industrial de Plutonio con el paraíso terrenal de Melonia. En 1991, Peter Greenaway presentó El libro de Próspero, una alucinada venganza redentora protagonizada por John Gielgud que le pone cuerpo al irritadísimo mago desterrado de Milán. La saga cierra con Stanislav Sokolov que, en 1992, propuso una imperdible versión de La tempestad en cautivantes dibujos animados y con el guión de Shakespeare original.