› Por Sara Maldonado*
Soy lectora de los libros de Osvaldo Soriano, a quien considero uno de los autores contemporáneos más importantes entre aquellos que escribieron sobre la realidad argentina. Hace unos meses escuché con estupor e indignación en el video que se proyectó en el cine Cosmos, el relato de la situación vivida por Soriano en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En este último mes, en ocasión del homenaje de Página/12 en su memoria, a los 10 años de su muerte, vuelvo a leer sobre el mismo hecho y, aun con la duda de que hubiera o no ocurrido, siento la misma indignación. Osvaldo Bayer relata la palabra de Osvaldo Soriano, transmitida antes de su muerte, y Guillermo Saccomanno opina al respecto. Beatriz Sarlo y los docentes de su cátedra responden y niegan. Estos son por ahora los elementos en que se funda este debate.
Es posible que el hecho en sí no haya existido nunca, según afirmaciones de Sarlo o de los docentes de la cátedra de Literatura Argentina. Puede que sólo haya sido pura creación de la fecunda fantasía del escritor ausente. O una verdad modificada parcialmente, como suele ocurrir con los relatos en donde intervienen sucesivos actores y no por mala fe sino porque todo relato siempre agrega una cuota de subjetividad a cada paso. Nunca lo sabremos con certeza. Ni tampoco podemos tener la plena seguridad respecto de la absoluta honestidad intelectual de todos los que participaron en este debate. Su veracidad y su valor entonces son relativos a cada uno de los actores de la polémica.
Pero mucho más importante que su veracidad, hubiera sido que todos los que participaron en este debate no dejaran dudas de su repudio a hechos de esta naturaleza de forma contundente e indubitable. De esta forma hubieran quedado habilitados y legitimados para discutir cualquier otro aspecto que afecte a su persona. Ya que todos podemos sentirnos más importantes, más valiosos, más lúcidos o más inteligentes que los demás. (¿Pero acaso a alguien le importa este festival de narcisismo, además, obviamente, de los que se contemplan embelesados en un espejo de agua?)
Ahora ya es tarde, y lo dicho dicho está, porque la discusión se ha transformado en algo personal, donde cada cual defiende su propio ego, soslayando lo esencial: la burla frívola a un escritor mortalmente enfermo y que hoy ya no puede defenderse porque está muerto. Es triste para todos ver cómo las heridas narcisistas a veces desnudan lo peor de la condición humana.
De ahora en más, se diga lo que se diga, a todos los que queremos y admiramos a Soriano nos quedará eternamente la duda. La duda es sólo un atributo valioso cuando les inquieta a aquellos que no desbordan de arrogancia. Atributo que evidentemente Sarlo no posee, porque si su actitud hubiera sido más humilde y reflexiva, si su carta hubiera sido menos arrogante, si no contara con la seguridad que da la altivez, quizás hubiera podido decir que, de haber existido un hecho como tal, éste era repudiable. Porque un hecho semejante podría haber ocurrido en algún momento y lugar y Sarlo, ignorarlo. ¿O lo que se ignora no existe? ¿Y acaso Sarlo se cree dueña de abrir o cerrar el debate que ella misma parece haber abierto con Bayer al salir a contestarle públicamente? Pareciera querer decir: “Cuando yo quiero se abre el debate y cuando lo decido se cierra”.
Quizás ya no importe ahora si sucedió o no. Hay dos versiones y por ahora ningún testigo presencial.
Reitero: Aunque el hecho nunca hubiera ocurrido, lo más lamentable es que las cartas de Sarlo y la de los docentes de su cátedra no contemplen ningún rechazo o condena al mismo. Estoy segura de que si lo hubieran rechazado o condenado, Bayer, Saccomanno, yo y muchos otros estaríamos algo más que satisfechos.
* Profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
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