Tall Dwarfs, Hello Cruel
World (Flying Nun, 1987).
Este disco compila los primeros cuatro EPs del grupo, editados entre 1981 y
1984, y presenta un excelente balance entre las canciones artesanales de Alec
Bathgate y los experimentos retorcidos de Chris Knox. Posteriormente, Knox y
Tall Dwarfs grabaron álbumes menos brillantes, y el low-fi (junto a la
portaestudio de cuatro canales) fue adoptado por el indie norteamericano de
los noventa. Pero la música de aquellas primeras ediciones parece el
producto de dos marcianos escapados del Area 51, y todavía suena a años
luz de similares intentos por emular la fórmula. Esencial.
The Chills, Soft Bomb
(Slash/Reprise, 1992).
The Chills es el combo más popular de Nueva Zelanda. Y con razón:
su líder, el melancólico Martin Phillips, hace brotar melodías
celestiales como ningún otro músico contemporáneo. Todos
los discos de The Chills son recomendables, pero Soft Bomb una obra conceptual
ecologista y anticapitalista es la obra maestra del grupo. Las canciones
giran en una suite como el Song Cycle de Van Dyke Parks, quien no casualmente
oficia como arreglador del último tema. El álbum incluye una elegía
a Randy Newman, Brian Wilson, Nick Drake y Scott Walker. Tras escucharla, uno
no puede dejar de incluir a Phillips en la lista.
Peter Jefferies, The
Last Great Challenge in a Dull World (Ajax, 1992).
Originalmente editado en casete por Xpressway, este disco es precisamente lo
que afirma el título: una puñalada sorpresiva contra un mundo
musical anquilosado. Su referente más cercano es la torturada violencia
de cantautores como John Cale y Peter Hammill, pero las canciones eléctricas
de Jefferies siempre están al borde del colapso. Y es en los temas acústicos
donde el neocelandés comunica mejor su complejo mundo interior, como
un vampiro que arroja aliento en la nuca del oyente. Nostálgico, aterrador...
sublime.
Alastair Galbraith,Mirrorwork
(Emperor Jones, 1998).
Ocasional colaborador de Bruce Russell en el dúo A Handful of Dust, Galbraith
demuestra que el kiwi pop aún goza de excelente salud. De hecho, Mirrorwork
es uno de los certificados de matrimonio más felices entre la canción
y la música experimental. Como un expresionista abstracto, Alastair funde
líneas de folk, psicodelia y minimalismo, y consigue gemas de minuto
y medio que hacen babear al oyente. Mientras el rock sigue hurgando en el pasado,
Mirrorwork, con las herramientas de siempre, ofrece un prisma de nuevas posibilidades.
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