La fuerza de la razón
O cuando hay que hacer de policía de una clase dirigente compuesta por ineptos arrogantes a las órdenes de un señor que está libre gracias a ciertas leyes con las que se despenaliza.
Por Gianni Vattimo
¿De verdad debería avergonzarme por haberme abandonado otra vez a una orgía de sentimientos identitarios en esa verdadera gran fiesta de la unidad que fue el encuentro en Piazza San Giovanni? ¿Es simplemente una vieja pasión por las manifestaciones y por la plaza, donde tantos nos reencontramos pero donde, en el fondo, somos siempre los mismos, siempre nosotros? ¿Realmente es así, como pregona el secretario de los radicales Daniele Capezzone: que no contribuimos en nada a la solución de los problemas del país? Como si para resolver nuestros problemas no sirviera de nada, ante todo, hacer de policía de una clase dirigente compuesta por ineptos arrogantes a las órdenes de un señor que está libre y conserva su fuerza gracias a ciertas leyes como la que despenaliza el falseamiento del presupuesto, que fue concebida por una mayoría parlamentaria que ya no sólo carece de todo sentido moral sino del más simple pudor.
Un verdadero y real “ultraje al pudor” –no podemos llamarla de otra forma– es la declaración del honorable (¡sic!) legislador La Russa que, habiendo calculado en ciento ochenta mil (¡sic! ¡sic!) el millón que se reunió en Piazza San Giovanni, subestimó después las cifras para asegurar que los girotondi giran en el vacío. ¿Debería hacer un esfuerzo por considerar como adversarios políticos, esto es, como simples personas que piensan distinto que yo, a estos individuos incalificables que no sólo están pisoteando la Constitución y la legalidad liberal sino también la más simple matemática? Entonces no nos avergoncemos de sentir ante todo la emoción de ser tantos y de compartir la misma indignación.
Ante nosotros no tenemos a la mayoría del país, tenemos tan sólo a una mayoría parlamentaria elegida más “por error” que por el electorado, un electorado que se da cuenta, cada vez en mayor medida, de que le han tomado el pelo. Como dijo uno de los oradores de Piazza San Giovanni, el programa electoral de Forza Italia que el 13 de mayo de 2001 consiguió democráticamente la victoria no incluía la ley sobre el impedimento de los exhortos internacionales, ni la ley sobre el falseo de las declaraciones juradas, ni la ley Cirami... Que fueron precisamente las primeras y únicas medidas tomadas hasta ahora con infausto éxito por Berlusconi y compañía.
¿Y nosotros somos la plaza que está contra el Parlamento, contra las instituciones? Sólo una obnubilación moral (y matemática) puede explicar la tolerancia con que los ciudadanos italianos soportaron hasta ahora las mentiras y la arrogante incompetencia del gobierno de Berlusconi. Por eso, Piazza San Giovanni fue antes que nada la ocasión de hacer un reclamo moral a nuestros conciudadanos. Así lo recordó Vittorio Foa (veterano político antifascista) en su sagaz discurso de cierre: no estamos acá (pero seguiremos estando) sólo para defender a las instituciones de la amenaza que es el nuevo régimen, sino para convocar a los ciudadanos que se habían ilusionado con cambiar para mejor votando a la derecha. Nosotros todavía contamos con la fuerza de la razón. Si la pureza de la razón, o incluso apenas de la contabilidad, ya no tiene posibilidades de hacerse valer en el Parlamento de La Russa, de Pera (presidente del Senado), de Humberto Bossi, entonces nosotros estaremos acá, en la plaza, para seguir haciendo escuchar nuestra voz.
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