› Por Gustavo Sala
Recorriendo las páginas de Quiera el pueblo votar, es posible trazar distintos recorridos, elaborar conclusiones incluso contrarias, que no hacen sino delatar la imposibilidad de una mirada “inocente” hacia los objetos que pueblan la vida política de una sociedad (y tal vez sobre ninguno). Vayan algunos a modo de divertimento:
Desde la plataforma socialista de 1916 hasta el llamamiento del PI a votar por Menem-Duhalde y la presentación del Frente del Pueblo en 1989, la comunicación política de izquierda confiere una importancia decisiva al discurso. Predominan las discusiones, las perennes polémicas internas y las propuestas de gobierno antes que cualquier apelación a la emocionalidad.
La izquierda no se diferencia del resto. En realidad, la comunicación política de izquierda no difiere de la de los demás actores políticos de su momento (resulta paradigmática en 1989 la similitud con los afiches de la Ucedé). Tampoco es menos emotiva, como demuestran los ensayos de voto femenino impulsados por Alicia Moreau de Justo en 1920, los afiches del PS de 1930, el de Alende de 1983 y a veces el propio contenido de ese discurso más “racional”.
Una de las hipótesis más caras a la intelectualidad “gorila” hacía del peronismo un sucedáneo del fascismo, punto que consideraba probado en la profusión de imágenes del “tirano prófugo” y su mujer. En realidad, los afiches peronistas no fueron más gráficos que otros de la misma época, ni incurrían en la utilización de la propia imagen con más obstinación que los curiosos souvenirs de Don Hipólito Irigoyen (vasos de cristal, cajitas de fósforos y hasta hojitas de afeitar con el rostro del “Peludo”).
Perón inventó la comunicación política moderna. El coronel advierte que la aparición del color le permite reformular el concepto gráfico de los afiches, haciendo de la imagen no la mera ilustración de la consigna sino el soporte mismo del mensaje. En 1947, todavía lo hace echando mano a las vanguardias, pero durante el segundo mandato entenderá la importancia de copiar la estética que predomina en las revistas, ese “naturalismo chúcaro” tan alejado del arte, anticipando el lugar que ocupará la fotografía a partir de los ’60. Curiosamente, uno de los primeros en retomar esta herencia será Uriburu, en 1963.
Varios botones bastarían de muestra: los deslucidos afiches de Massaccesi y Suárez Lastra en 1995, los de Angeloz en el ’89 e incluso los de Illia en el ’63. La imagen del radicalismo es aburrida, plana, parece sólo dirigida a los ya convencidos, a los votantes de toda una vida.
Cada tanto los radicales parecen despertar de su sopor. En términos estrictamente gráficos, la campaña de la Alianza fue mucho más feliz que la de Duhalde, por no hablar de 1983. Lejos de las lecciones del general, la comunicación de la fórmula Luder-Bittel fue francamente horrible e ineficaz, mientras que la de Alfonsín debió resultar arrolladora. De hecho, para las elecciones legislativas del ’85, el caudillo habría de dar el segundo gran giro a la estética política, consolidando el paradigmático afiche de foto y mínimo texto vigente hasta nuestros días, vaciamiento discursivo que suele imputarse a Menem (quien sólo introdujo una sutil “mejora”, la eliminación del escudo partidario, y supo llevarlo al paroxismo en los demás ámbitos de la vida política). A decir verdad, en 1989 el riojano todavía publica avisos con texto, y aun si él fuera el “inventor” del no-texto, cabe consignar que ya desde 1991 nadie intentará llevarle la contra. Básicamente, Alfonsín lo hizo.
Según muchos, en las elecciones de 1973 Isabelita no era nada, un palo pintado, un naipe, algo impuesto, “nadie la votó a ella”, sin embargo su imagen y su nombre ocupan mucho más lugar en los distintos elementos de comunicación peronista (volantes, afiches, actos) que los de Fernando de la Rúa, candidato a vicepresidente, en las piezas de la UCR (en la mayoría de las cuales sólo aparece el candidato presidencial, con el eslogan “Balbín solución”). De hecho, esta diferencia se advierte incluso en las boletas (los dos nombres del binomio Perón-Perón van del mismo tamaño, no así los del radicalismo).
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