› Por María Moreno
Jane Somers, así firma un par de sus novelas, para dar una gran broma a los críticos. Doris Lessing, que es sufi, quiere ser como el Mulá Nasrudin que hace filosofía chapuceando. Escribe esas novelas despojándose de sus saberes –viajes, conocimientos culturales, política y sofisticación– en nombre de esa Jane Somers, una joven periodista. Sus editores ingleses rechazan el primer libro, cuando logra publicarlo las críticas son pequeñas, mezquinas, algunas –solidarias– de mujeres.
Durante el curso de una entrevista, Roger Caillois le menciona una fecha a Borges, éste lo interrumpe diciendo: "Ah, ése es el año en que usted me inventó a mí". Más allá de la broma, Borges estaba señalándose no como un valor trascendente e indiscutible más allá de toda contingencia sino como una construcción –a él no le hubiera disgustado decir "ficción"– ligada a la historia, a las vicisitudes de la traducción, los códigos de interpretación de una época, la atracción por continentes perdidos, el imaginario común de la crítica. Y a través de una ética admirable fue en el fracaso de su Pierre Menard al escribir El Quijote fuera de época y lugar como Borges desmitifica su propio nombre, devolviéndole la huella de la historia.
Lessing y Borges tienen algo en común: carcajearse con una crítica que ni siquiera puede lidiar decentemente con un tema en el que deberían ser expertos: la atribución. Es la misma crítica que ha creado ese slogan por el que no se puede diferenciar el texto de un hombre del de una mujer y en realidad debería confesar que no puede decir nada de un texto si no viene firmado por un autor conocido aunque ella haya decretado el deceso del autor genérico reteniendo, por las dudas, su biografía, los detalles de con quién se acostaba y de las enfermedades en la sangre que le hubieran provisto sus padres (para usarlos disimuladamente a pesar del voto de abstinencia decretado por la inquisición estructuralista).
Bien, ¿dónde está Lessing? Observando con perplejidad, respeto y un dejo de ironía la ópera que ha compuesto con Philipp Glass. No está impresionada. Es sabia por experiencia como esa mujer de su novela En busca de un inglés que decide ahorrar para comprar un esmalte de uñas yendo al trabajo a pie en lugar de usar el tranvía y que cuando logra tener el dinero suficiente descubre que las chapitas de sus zapatos están tan gastadas que debe cambiarlas –sádicamente, chapitas y esmalte tienen el mismo precio–.
Estas líneas pertenecen al prólogo de María Moreno escrito para el tomo de entrevistas a escritoras del Paris Review que El Ateneo publicó en 1997, y en el que se incluye una entrevista a Lessing realizada por Thomas Frick.
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