EL MUSEO DEL TRAJE: LAS SEñORAS BIEN EXHIBEN EL PLACARD DE LAS BISABUELAS
En el patio de una casa tipo chorizo, dos mujeres interrumpen el mate para explicar al visitante lo que verá al entrar. Son pocas las salas, así que la explicación es amable pero breve y el recorrido comienza ahí mismo. Un pasillo con miniaturas de cuadros del siglo XVIII y XIX, señoras paquetas que sonríen apenas y, junto a ellas, un cartelito desglosa el atuendo que llevan puesto. En las vitrinas se guardan pequeños tesoros como un guante, un mantel de encaje o un prendedor.
La casa donde está el Museo del Traje es de principios del XIX y perteneció, precisamente, a una mujer, Juana María Martínez de Márquez. A partir de ese momento empieza la historia de este lugar y su vinculación con la coquetería femenina. Pero ¿qué son exactamente las damas antiguas? Deberíamos revisar nuestros recuerdos de los actos escolares, porque viendo las imágenes y los vestuarios que aquí se muestran descubrimos que las mujeres de la Revolución de Mayo no usaban trajes inflados con miriñaques, ni peinetones de carey, sino unos vestidos flojitos tipo túnica que seguían el estilo europeo de la “moda imperio”.
Este es el preconcepto que rebate el Museo del Traje y nos invita a entender la relación entre la moda y la época, en varios episodios. En el primero suena música de clavicordios y los trajes abarcan de 1845 (los más difíciles de conservar, por más inmersos que estén en bolitas de naftalina) hasta 1920. La década de “los años locos” tiene una sala dedicada, con esbeltos maniquíes en trajes de fiesta, con posiciones relajadas, y como un integrante más de la tertulia, un tocadiscos detenido. Alrededor, algunos carteles explican los cambios producidos en la estética de la mujer: el pelo corto, los vestidos holgados, el cigarrillo, la modernidad.
La estampa siguiente abandona la progresión cronológica y se centra en el traje que se usa una sola vez en la vida: el de boda. Novias, madrinas y acompañantes, en una muestra que va cambiando con los meses y aspira a mostrar trajes de matrimonio de las más distintas épocas y religiones.
La más arriesgada es la sala dedicada a la Segunda Guerra Mundial: las muñecas están paradas sobre escombros y de fondo una gigantografía de Cecil Beaton llamada “La moda es indestructible”, donde hay una mujer en trajecito y tacos caminando por una ciudad destruida por las bombas.
Oh sorpresa cuando en el cuarto siguiente vemos un aluvión de maniquíes masculinos. La guía nos explica que por falta de ejemplares –ya no hay hombres– decidieron ponerlos a todos en una habitación. Y con un poco de malicia podría agregarse: y a hacer algo que saben. De un costado hay muñecos con primorosos trajes de fútbol, boxeo, aviación y golf. Del otro lado, el ocio es más de tipo diletante, los maniquíes fuman pipa, tienen vasos de whisky en la mano y en el suelo dejaron tiradas revistas New Yorker.
Casi todos los trajes han sido donados por señoras que entregaron el placard de su abuela o bisabuela. Hay más salas más para visitar –una con minimaniquíes de niños y atuendos infantiles dulces y terroríficos a la vez– en este museo de tan adorable mirada femenina.
Chile 832, martes a viernes, domingos y feriados de 15 a 19. Horario de verano de 16 a 20.
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