MUSEO CASA BATATóPOLIS: VIDA, OBRA Y HOGAR DE BATATO BAREA
La casa donde vivía Batato Barea, hoy convertida en Museo, queda en la zona del Abasto a la que están llegando los fileteadores que quieren convertir la ciudad en una postal asfixiante, pero todavía no arribaron del todo los agentes inmobiliarios, así que algo de espontaneidad barrial queda. Hay una peluquería Susy a una cuadra, un local de comida paraguaya a media, verdulerías y ferias americanas salpicando la manzana. Por la puerta pasa una señora paseando seis pequineses y un vecino del mismo edificio de Batato ilustra: “Tiene más, pero los va sacando por tandas”. El portero eléctrico suena y se abre la puerta. Hay que atravesar el pasillo destechado, subir una escalera, pasar por la casa donde hoy vive Hugo Barea –padre de Batato–, subir otra escalera caracol más y ahí se llega al paraíso colorinche y nostálgico, que conmemora la vida del primer (y último) clown travesti literario argentino, la tercera cabeza de aquella bestia tricéfala que conformó en los ’80 con Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Todo el recorrido desde la calle hasta ahí, forma parte del museo.
Lo más llamativo de los objetos que se exponen es que fueron de alguna manera elegidos por el mismo Batato. El actor, que ya estaba muy enfermo, quemó en sus últimos días muchas de sus pertenencias en un container que estaba en la puerta de su casa. Misterioso y oracular, después le dijo a su madre Nené: “Lo que queda es lo que sirve”. La frase quedó resonando en su cabeza y tiempo después tomó la decisión de armar un museo sobre su hijo. Para llevarlo a cabo llamó a Seedy González Paz, íntimo amigo y compinche estético de Batato.
La curaduría de Paz ha hecho un trabajo notable con el espacio del altillo de esta casa, organizándolo como si se tratara de un teatro en miniatura. Hay dos niveles para recorrer en círculo porque la cronología es a rajatabla: desde fotos de Batato bebé con un rulito que le cae en la frente, hasta las últimas fotos que le hicieron en Uruguay, pocos días antes de su muerte, donde viajó a hacer su espectáculo La carancha y a conocer a su adorada poeta Marosa Di Giorgio. Ilustrando ese recorrido vital están los afiches, volantes, fanzines, revistas y diarios donde aparecía el actor y donde también se pueden descubrir otros personajes de la época: Chabán, Las Gambas al Ajillo, Fernando Noy, Sergio Avello... Seedy cuenta, recuerda, se emociona, muestra joyas: un cuaderno Rivadavia de puño y letra batateana, donde copió poemas (Alejandra Pizarnik, Adelia Prado), pegó críticas de películas que veía y garabateó máximas personales tipo diario íntimo. También hay vestuarios que usó y algunas obras inspiradas en su figura, como la pintura (no la original) de Marcia Schwartz y las fotografías que le hizo Alejandro Kuropatwa.
Debe haber sido complejo organizar el material, clasificarlo y ponerlo en orden, teniendo en cuenta el caos de la vida de Batato y el escaso registro que hay de ese tiempo y esa forma de hacer teatro tan rockera, improvisada, poética. La misma impresión da cuando se está en ese museo-antimuseo. Todo es festivo y melancólico, como una kermese a la madrugada. Un museo fundado por una madre y sobre una persona cuya obra es prácticamente inmaterial. Y que se explica tanto por los pequineses que pasan por la puerta como por los febriles poemas anotados en hojas Rivadavia.
Tucumán 3054, dto. 11. Abierto del 15 al 30 de cada mes. Concertar visita en los teléfonos 4469-1819 o 4962-2592.
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