Dom 20.07.2008
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Timothy Leary: la alucinación al poder

Fue el más apolítico de los referentes de la contracultura que marcharon contra la guerra de Vietnam. Expulsado de Harvard en 1963 por sus investigaciones con ácido lisérgico y otras drogas, Timothy Leary fundó la Liga por el Descubrimiento Espiritual (LSD, sus siglas en inglés), organizó un centro de rescate para adictos en Nueva York y ayudó a coordinar un love-in en San Francisco en el ’67 con más de treinta mil personas. Junto a los activistas Jerry Rubin y Abbie Hoffman preparó el Festival de la Vida de Chicago del ‘68, pero nunca llegó a participar en las manifestaciones, en desacuerdo con la posibilidad de invitar a la violencia. Leary creía menos en la protesta callejera que en la percepción instantánea del ácido para disolver los males de la guerra, el racismo y la explotación. Rubio, ojos claros, sonrisa contagiosa, mangas anchas en sus camisas de la India y pantalones blancos, daba la impresión de que podría persuadir a cualquiera de que no había ningún peligro en llevarse ese pedacito de cartón a la boca.

Durante el proceso a los ocho Conspiradores de Chicago, Leary disertó ante el tribunal en detalle y con autoridad profesoral sobre las sustancias con las cuales su grupo experimentaba para producir una transformación cultural y espiritual: “Las drogas psicodélicas son aquellas que aceleran el pensamiento, amplían la conciencia y producen experiencias religiosas o creativas o filosóficas en la persona que las toma”. Y se puso a enumerar: LSD, mescalina, peyote, marihuana... hasta que el fiscal lo interrumpió con un “suficiente”.

Un año más tarde, el mismo Leary tendría que enfrentar cargos por posesión de drogas que lo llevarían a la cárcel, de la que en los años ’70 se fugaría asistido por guerrilleros del grupo Weather Underground para exiliarse con los Panteras Negras en Argelia. Tres años después fue detenido por el FBI en Afganistán para volver a la prisión por otros tres años. “El hombre más peligroso de los Estados Unidos” (en palabras de Richard Nixon) terminó muriendo en libertad en 1996 de un cáncer de próstata. Su ración diaria de drogas para calmar sus últimos meses de vida ya no incluiría al LSD aunque sí medicamentos más clásicos junto a recetas alternativas: cafeína, tabaco, óxido nítrico, un vaso de vino blanco, un vaso de whisky, una línea de cocaína y cuatro “galletitas Leary” de queso fundido con marihuana sobre crackers.

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