JONAS MEKAS PRESENTA SU DIARIO
› Por Jonas Mekas
Cuando dejé mi hogar, cuando dejé mi pueblo (cuando tenía doce años hice una lista de todas las personas de mi pueblo y encontré —si mal no recuerdo— 22 familias y 98 habitantes), cuando partí en un viaje que finalmente me llevó a recalar en Nueva York, tenía veintidós años. Ya era entonces un joven de cierta reputación. Durante más de un año había trabajado como redactor de un semanario de provincia. Había trabajado como editor técnico de un semanario semiliterario nacional durante otro año. Había publicado mis primeros poemas y había creado un escándalo en el “mundo” literario de Lituania con lo que hoy llamaría ataques estúpidos y maliciosos a algunos de los escritores y poetas de las generaciones precedentes.
Era evidente que estaba bastante involucrado en la vida que me rodeaba. Pero había algo extraño en mí: mi propia vida, mi pasado, mis raíces, mis ancestros, me resultaban completamente ajenos. No me interesaba en absoluto mi vida ni mi entorno inmediato. Por ejemplo, hasta los veinte años no tengo recuerdos de qué comíamos. Todo lo que recuerdo es que mi madre solía repetir: “A comer, ya basta de libros, por favor. Siempre frente a un libro. Hay que alimentarse mejor”” Si hoy alguien me pregunta qué comen los lituanos no sabría responder.
A los diecisiete años es probable que hubiera leído todo lo que se había escrito en lituano, incluidas las revistas y los diarios del pasado. Los había leído y los había memorizado a todos. Tanto es así que algunos de mis amigos más grandes del ambiente literario de la capital, cuando no podían recordar dónde había aparecido algún artículo, solían decir: “Ah, pero está este chico en aquel pueblo, por qué no le preguntan, él debe saber”. Y yo siempre tenía la respuesta. Pero no sabía quiénes eran mis sobrinas o primos o tías ni ninguno de mis parientes. Mis ancestros eran los poetas, los filósofos y los enciclopedistas, vivos y muertos.
No sé nada de la juventud de mi padre. Ni de la de mi madre. Nunca les pregunté. Sólo conozco unos pocos hechos generales. (...) Mi abuelo (el padre de mi padre): recuerdo algunos comentarios de mi madre sobre él. Solía sentarse todos los días a la vera del camino, cerca de la entrada de nuestra casa, y hacerles bromas a las personas que pasaban, pequeñas burlas, insultos. Pero nunca nadie inició una pelea por ello, más allá de lo que dijera. Tengo la impresión de que le faltaba algún tornillo. Hubo otro loco en el árbol familiar; en realidad, hubo dos. Quizás eran primos, no sé. Uno, creo que su nombre era Jonas, empezó a decir cosas raras mientras cortaba el pasto cerca del pantano. Así que lo llevaron al loquero. El otro, que también se llamaba Jonas, dijo cosas raras toda su vida, pero no lo llevaron a ningún lado. Durante años me obsesionó la idea de que algún día yo mismo iba a terminar perdiendo el juicio porque había leído en algún libro que estas cosas pueden ser hereditarias. Me desilusionó en parte llegar entero a los treinta años. Supongo que el árbol de mi madre triunfó sobre el de mi padre. Nunca se habló de ningún loco en la rama de mi madre.
El apellido Mekas se puede encontrar en antiguos archivos lituanos del siglo XIV. El nombre aparece en documentos políticos. Siempre que un poeta o un dramaturgo lituano escribe una obra con un trasfondo histórico, uno de los personajes suele llamarse Mekas. No se conoce ninguna figura histórica importante con ese apellido. Está ahí, sin embargo, y pertenece a algún personaje no descrito, de modo que uno puede proyectarle lo que quiera. Tabula rasa, por decirlo de algún modo. Me sorprendió ver que incluso nuestro apellido en una obra contemporánea, escrita hace unos pocos años en la Lituania “socialista” soviética, donde uno de los protagonistas se llamaba Mekas. Consideré un halago que representara a un idealista.
En todo caso, parecía que el apellido Mekas es un antiguo apellido lituano. Por qué tan pocas familias lo llevan hoy en día, en Lituania, es un pequeño misterio. Pero siempre se corrió un rumor, promovido con gran entusiasmo por mi hermano Adolfas, de que en realidad teníamos un origen irlandés. El asunto, sin embargo, se complicó un poco en 1962, cuando dos viejos y tristes judíos se presentaron en la puerta de nuestra casa en el 515 de la calle 13 Este, entrada a noche, quizás a las tres de la madrugada. Anunciaron que su apellido era Mekas, y que recién habían llegado en avión de Buenos Aires porque habían oído que Jonas Mekas vivía en Nueva York. Su pequeño hijo Jonas se había perdido en Vilnius, Lituania, en 1943, durante el exterminio alemán de los judíos. Se quedaron parados en la puerta y nos miraron y nosotros los miramos a ellos, y lloraron y nosotros lloramos, porque se habían dado cuenta de que yo no era el hijo que estaban esperando. Fue realmente muy desgarrador. Así que les prestamos nuestras habitaciones, y les dimos de comer y les mostramos Nueva York durante veinticuatro horas, y después los metimos en el avión. Fue una de las historias más tristes de nuestra vida en Nueva York. Tienen una librería en Buenos Aires.
En todo caso, hay judíos, y lituanos, y griegos, e irlandeses (eso me dijeron), y húngaros que llevan el apellido Mekas. Cuando volví a Lituania en 1971, mi tío Povilas Jašinskas me prometió que iba a hacer nuestro árbol familiar. Dedicó unos cinco años de trabajo al proyecto, pero murió antes de poder terminarlo. Era un pastor protestante y tenía algunos registros disponibles, los registros de la iglesia, para revisar los nombres y las fechas. Peor la mayoría habían sido destruidos o transportados a destinos inciertos con fines inciertos por los industriosos soviéticos. Así que no sé si alguna vez se terminó ese árbol. Es posible que haya cierta sabiduría en el hecho de que mi tío no tuviera apuro por terminarlo. Contar con el árbol genealógico de la propia familia en la Unión Soviética es un riesgo. Cuando se enfurecen, arrancan el árbol entero, de raíz...
Ningún lugar adonde ir se presentará con Emilio Bernini (autor del prólogo local) y Silvia Schwarzböck, el próximo jueves 28 de mayo a las 20 en el Centro Cultural Moca, Montes de Oca 169. Ese día se proyectará Reminiscences of a Journey to Lithuania (Mekas, 1972). El viernes 29 se verá A Letter From Greenpoint (2004); el viernes 12 de junio Scenes From Allen’s Last Three Days on Earth As a Spirit (1997); y el viernes 26 Lost, Lost, Lost (1976), siempre a las 20 en el Moca.
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