› Por María Moreno
“Odio los viajes y los exploradores.” Luego de esa provocación lanzada a su propia cultura, Claude Lévi-Strauss hizo el relato de unos trópicos que fueron desapareciendo mientras la muerte, prórroga tras prórroga, le hacía cosechar un triunfo biológico: ser el último gran viejo de la tribu estructuralista.
Siempre me sorprendió ese escritor en quien el dato riguroso del etnógrafo, en el ejercicio del retrato modernista, arrastraba a la exageración y entonces podía describir el cuerpo de su maestro Georges Dumas “coronado por una cabeza abollada, semejante a una gruesa raíz blanqueada y desollada por una estadía en el fondo del mar”.
La enumeración caótica suele ser el ritual recurrente de la asimilación. El Lévi-Strauss de Mercados cifra en cada elemento la prueba de un saber sometida al encuentro con el objeto. “He recorrido todos los mercados, en Calcuta, el nuevo y los viejos, el Bombay bazar de Karachi, los de Delhi y los de Agra –Sadar y Kunari–, Dacca, que es una sucesión de sukh donde viven familias agazapadas en los rincones de las tiendas y de los talleres, Riazuddin bazar y Khatunganj en Chittagong, todos los de las puertas de Lahore, Anarkali bazar, Delhi, Shah, Almi, Akbari, y Sadr, Dabgari, Sirki, Bajori, Ganj, Kalan en Peshawar.” “He recorrido” es la declaración soberana del que ejerce un derecho: escribir sólo luego de haber hecho la experiencia, no como turista sino desde el corazón mismo de los sitios, exhaustivamente, no de uno sino de todos los mercados, con suficiente atención como para poder nombrar subgéneros (“el nuevo y los viejos”) y el rasgo propio (“una sucesión de sukh donde viven familias agazapadas”).
Lévi-Strauss no utiliza la lengua como los cronistas de la conquista para un informe de lo rentable a la corona –mapa de las tierras fértiles, de los ríos navegables y de las tribus mansas– sino que goza del francés mientras enumera los estragos de quienes lo utilizan. No adhiere a la poética del otro y en Muchedumbres la enumeración, para dar alguna idea de lo que podía haber de pálido enunciado político en Pasaje a la India de E.M. Forster, no escatima detalles de lo que significa dormir en la calle, en medio de excrementos, orina, pus, humores, basura, barro que llega a adquirir cierto status doméstico, la voluptuosidad de las víctimas a las que todo reconocimiento de humanidad horroriza y cuya angustia de sumisión jamás adquiere la forma de un principio de motín o de resistencia, e insisten en ofrecer nada en medio de lloros y súplicas, horrorizadas ante cualquier acto que achique la distancia con el blanco y con nostalgia de la soberanía despótica del antiguo amo británico.
A veces, Lévi-Strauss hace el cronista clásico y traduce a la cultura alta y blanca, entonces, en los tonos y variaciones de ritmo arrancados a los octavines de bambú por cuatro ejecutantes nambiquara, sobre todo en una pieza titulada Acción ritual de los antepasados, reconoce la semejanza con La consagración de la primavera de Stravinsky. Tampoco es un aventurero: la aventura para un etnógrafo es un contratiempo –por ejemplo, la sospecha entre los nambiquara de que unos aerostatos de papel de seda contienen nandé (veneno, todo mal, muerte)– que interrumpe la observación a la que debe dedicarse día y noche. Su selva, su Amazonia es también estructural: como techo, un degradé de copas y de cimas; como suelo, un fango de profundidad incalculable oculto bajo un enredo de raíces y musgos que se mueven y por el que él ha caminado con una mona de cola prensil llamada Lucinda aferrada a su bota izquierda (convertida en mascota, había desaprendido la selva y lejos de servir como lenguaraz del tanteo peligroso, gritaba como un bebé). Allí, el etnógrafo necesitó del poeta y se acostumbró a marchar avanzando al ritmo de una musiquita de letra hipnótica compuesta por él mismo: “Amazone, chére amazone / vous que n’avez pas de sein droit / vous nous en recontes de bonnes / mais vos chemins sont trop étroits” (“Amazona, querida amazona / vos que no tenés seno derecho / vos nos contás lindezas / pero tus caminos son estrechos”). Letra en la que, como en los relatos de sus observados, la mujer suele tener la culpa de todo.
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