POR ALEJANDRO GONZALEZ IÑARRITU
En un primer momento me costó aceptar el proyecto de 11’09’’01, porque la dimensión y la complejidad de los hechos eran tan grandes que sentí que no tenía la distancia necesaria para hablar al respecto, que los ángulos desde los que se los podía abordar eran infinitos y que cualquier ficción sería poca cosa, algo superficial, comparada con los acontecimientos. Pero después pensé que, más que para una toma de posición política y filosófica, era una oportunidad para expresarme y exorcizar, en medio de un formidable grupo de realizadores, el miedo, la oscuridad y la tristeza que viví y experimenté ese día. Saqué, pues, algunas fotos, pero una revista norteamericana me las rechazó por considerarlas políticamente incorrectas. Me puso furioso. Me sentía frustrado, decepcionado. Sólo intentaba mostrar los peligros, las injusticias y las consecuencias trágicas de lo que estaba sucediendo en Afganistán... ese extraño nacionalismo que renacía en ese país. Quería explorar el sufrimiento humano en ese día particular, más que perderme durante 11 minutos en una cháchara política y retórica. Por eso concebí mi película como una experiencia común, como un mantra colectivo, una plegaria con los indios Chamulas de mi país para los inocentes que murieron ese día. Pero no es una ofrenda que esté dedicada sólo al pueblo norteamericano sino a la humanidad toda, por los acontecimientos que ocurrieron y por los que siguieron después. Los Chamulas creen que sólo accedemos a la luz una vez que hemos recorrido un camino conmovedor y sombrío, y a condición de haber sido capaces de enfrentar la realidad. Ese día pensé que la realidad había matado a la ficción. Y como esos hechos y esas imágenes fueron vistas y comentadas mil veces, humildemente, tomé un poco de distancia y traté de hacer 11 minutos de silencio visual. Mi película es la antítesis del cine mudo. No hay actores, ni cámara, ni equipo, ni guión, nada. Sólo mi instinto musical y el recuerdo de ese hombre vestido de rojo cayendo de las torres del WTC. Era todo lo que necesitaba para evocar ese día doloroso. Ese hombre era mi fuente de inspiración; siempre me pregunté en qué pensaría mientras caía. Y esa caída es una metáfora: la humanidad cayendo como Icaro. Mi punto de vista no tenía mayor importancia. Pero la pesadilla, por supuesto, fue conseguir los derechos para utilizar esas 60 pistas de sonido que la televisión nunca transmitió.
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