¡Goza tu Zizek!
Por Andreas Kalivas y Fernando Urribarri
1 No es raro que una audiencia creciente se sienta interesada por el trabajo de Slavoj Zizek. Para empezar, su obra aborda temas atractivos (la sociedad actual, la ideología, la cultura) de un modo muy personal. Su estilo es ciertamente entretenido gracias a la combinación de una inteligencia poderosa y un humorismo seductor que sabe ilustrar con maestría sus dogmas ciertamente complejos y abstractos con los ejemplos más inesperados y fascinantes (desde films clásicos o actuales hasta anécdotas históricas y chistes). Además, su notable ingenio para los títulos (¡Goza tu síntoma!, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock) completa el packaging perfectamente. Como dice la contratapa de uno de sus libros: “Resultará de interés no sólo para quienes se sienten intrigados por Jacques Lacan sino también por quienes gozan de la cultura popular y de la ‘teoría’ posmoderna” (conste que las pudorosas comillas en “teoría” son de la propia editorial).
2 La principal originalidad de Zizek, a la vez teórica y metodológica, es que las producciones culturales –y en especial las películas– no son consideradas como “reflejo” (representación indirecta, “artística” o superestructural) de la sociedad y la política sino como su representación directa, su ser mismo (“mi idea es que, en vez de interpretar películas, y de mirarlas en busca de claves para esa interpretación, deberíamos considerarlas como participantes directas de la realidad política”; “la política es siempre una política de la fantasía”). Zizek invierte la perspectiva marxista clásica que sitúa y aborda las producciones culturales en su contexto histórico social. En un giro típicamente posmoderno, afirma que es lo social lo que se encuentra directamente contenido, contextualizado, en la cultura pop. La consecuencia positiva es que esto permite a Zizek hacer profundas y estimulantes lecturas políticas de las mismas. La consecuencia negativa es el idealismo (no casualmente Hegel es su filósofo de referencia) en el que cae cuando, siguiendo la misma línea, pretende leer la realidad política en las obras.
Este aspecto negativo se ve magnificado por el ambicioso proyecto de desarrollar una teoría filosófica y política que marca sus trabajos más recientes. Libros como los ya citados se dedicaban a releer y explicar las ideas de Lacan, o a articularlas en una teoría de la ideología, como en El sublime objeto de la ideología. Los recientes Welcome to the Desert of the Real y Revolution at the Gates apuntan, respectivamente, a aportar una visión política revolucionaria del capitalismo globalizado, y a reivindicar la figura de Lenin para actualizar su legado. Sin embargo, analizados según sus altas pretensiones filosóficas y políticas, estos trabajos revelan su inconsistencia. Una inconsistencia que a cualquier lector atento se le vuelve un poco penosa por el contraste, no tanto con la reciente y desfasada altisonancia de su autor sino más bien con la fanfarria periodístico-publicitaria que lo anuncia como nuevo intelectual-faro. Pues resulta que sus textos inmediatamente posteriores a –y sobre– los atentados a las Torres Gemelas, catapultaron a Zizek a los suplementos culturales, difundiendo por primera vez su nombre más allá de los círculos académicos. Con extraordinaria rapidez de reflejos, cuando el desconcierto político frente a la globalización fue multiplicado por la asombrosa espectacularidad de los atentados, Zizek propuso una atractiva interpretación que le gana una atención mediática inédita.
3 Hagamos el esfuerzo de acercarnos un poco a sus ideas y conceptos para ver cuál es el diagnóstico de Bienvenidos al desierto de lo real acerca de nuestra situación política. Éste posee tres tesis centrales. La primera es que los ataques a los centros políticos, militares y económicos de EstadosUnidos deben verse como una manifestación de un conflicto surgido del antagonismo inherente al propio capitalismo, y no como un choque de civilizaciones o un asalto desde afuera del capitalismo. La segunda es que estos hechos significan el fin de las “vacaciones de América” fuera de lo real y su dolorosa, traumática reinserción en la Historia. La tercera es que estos hechos demuestran la urgencia de una nueva forma de politización, una reinvención del proyecto revolucionario, y un redescubrimiento del acto político radical. Veamos estas tesis más de cerca.
La primera tesis parece correcta. Al igual que Antonio Negri y Michel Hardt, Zizek considera el extremismo islámico como un producto de las ambiciones imperiales del capitalismo global. Pero a diferencia de los autores de Imperio, y con bastante razón, ve estas ambiciones imperiales como inherentemente relacionadas con Estados Unidos y no con un indefinido Imperio desterritorializado, sin Estado ni centros. La segunda tesis, sin embargo, resulta menos convincente.
¿Acaso es cierto que Estados Unidos vivía antes de los atentados en una “California artificial”, dentro de una fantasía cinematográfica irreal y consumista? La imagen de una Norteamérica retraída en una hiperrealidad idílica apenas amenazada por sus fantasías de catástrofe es ella misma una imagen bastante irreal. ¿O acaso es cierto que ésta sólo fantaseaba con el terror sin experimentarlo nunca? Después de todo, ¿no fue el WTC atacado hace años? ¿Y qué decir de la masacre de Oklahoma, del reciente “Asesino del Rifle” y de los infinitos hechos de violencia que son parte de la vida cotidiana en EE.UU.? ¿Y qué hacemos con los millones de norteamericanos que viven como en el tercer mundo en sus ciudades del primer mundo? ¿Son simples fantasías? ¿Es justo decir que los atentados en Nueva York “desnaturalizaron su idílico paisaje” cuando la historia de esta ciudad (como nos lo recuerda Scorsese en Pandillas de New York) es casi sinónimo de violencia?
Paradójicamente, lo que se le escapa a Zizek es la realidad efectiva y con ella la significación singular, única, del 11 de septiembre. No porque éste constituya un giro histórico global ni un trastrocamiento “epocal” sino simplemente porque los ataques directos en el centro de poder de un imperio dominante no han sido algo muy común que digamos en la historia reciente. Es sólo en este sentido que lo ocurrido representa un fenómeno histórico excepcional. Sorprendentemente, Zizek, quien gusta hablar de la radicalidad del acto político, no le concede a este acontecimiento dicho estatuto: es sólo una secuela más de “la gran película-catástrofe norteamericana”. En cierto modo es como si en lugar de construir una perspectiva crítica frente a los hechos, Zizek se situase dentro de la supuesta fantasmática cinematografía norteamericana y le subiera la apuesta. Aunque queda capturado en su propia “película”, tal vez su poder de seducción es justamente que vuelve a aportar una versión cinematográfica (es decir americanizada) de la realidad histórica. (Todo lo cual, por otra parte, nos llena de dudas acerca del contenido concreto de su tercera tesis.)
4 ¿Cómo es posible entender semejantes equívocos? Una primera respuesta la da el propio autor al afirmar: “El capitalismo globalizado se caracteriza por la ausencia de Acontecimientos”. Definitivamente esta versión “combo” del Baudrillard de La guerra del Golfo no ha tenido lugar y de América hipoteca seriamente el trabajo de este cinéfilo pensador.
Su posición actual y pasada se alinea en una constelación de larga data, que bien vale la pena esbozar para poder situar a nuestra estrella. Zizek puede ser considerado un continuador posmoderno de lo que Perry Anderson denominó “el marxismo occidental”. Es decir, el marxismo europeo desarrollado tras la Segunda Guerra, caracterizado por el predominio de lafilosofía y la estética, y por el relegamiento de las cuestiones de táctica y estrategia revolucionarias. Un marxismo de brillantes intelectuales y académicos con escasa o nula relación con la praxis política, como Adorno, Sartre, Marcuse, De la Volpe y Althusser. Justamente es al linaje de este último –con su lectura estructuralista y su articulación de Marx, Freud y Lacan– que pertenece Zizek. Probablemente puede situárselo en una rama intermedia entre el “post-marxismo” de Ernesto Laclau y la filosofía del acontecimiento de Alain Badiou.
Anderson señaló que los marxistas occidentales apelan a autores y tradiciones diversas desde las que “releen a Marx”. Zizek se distingue principalmente por definir su proyecto como un intento de desarrollar una “teoría política lacaniana”. Así, cuando intenta el análisis de la situación concreta, Zizek tropieza con –y activa– su propia máquina lacaniana de interpretación: un sistema teórico dogmático de decodificación que reduce lo contingente y accidental, el acontecimiento mismo, a una férrea relación dialéctica entre lo imaginario, lo simbólico y lo real. Opera así una extrapolación directa e inexplicable de conceptos psicoanalíticos al campo histórico-social. En consecuencia, lo histórico-social, con su temporalidad concreta, desaparece detrás de la sagrada trinidad lacaniana. El autor de Lacan dentro y fuera de Hollywood no establece diferencia –ni produce las mediaciones y articulaciones necesarias– entre la lógica de los procesos psíquicos y los sociales, entre fantasías individuales e imaginario social. En este punto, uno se pregunta si no debe darse la razón a Cornelius Castoriadis cuando advirtió: “Dejando las distinciones escolásticas entre ‘real’ y ‘realidad’, Lacan y los lacanianos dicen la verdad cuando dicen que lo real (es decir lo social) es lo imposible. Solamente olvidan agregar: para ellos”.
5 Una segunda causa probable de sus actuales posiciones puede hallarse en su ambigua –sino contradictoria– posición respecto de la democracia. Sus escritos recientes exhiben un creciente disgusto y desinterés por la democracia como tal, y no sólo por la democracia liberal parlamentaria. La idea misma de democracia le parece cuestionable. Con lo cual resulta muy poco claro cuál debería ser el objetivo de una revolución, o cuál sería la alternativa radical propuesta. Lo cierto es que la idea de una revolución democrática no entra en el pensamiento actual de Zizek. La pregunta, entonces, es qué sentido le da a expresiones como “reinventar la política revolucionaria”.
6 La respuesta puede encontrarse en las propias palabras de Zizek: “Tal como ha señalado Alain Badiou, el ‘socialismo realmente existente’, pese a sus horrores y fracasos, fue la única fuerza política que pareció representar una amenaza efectiva para el dominio global del capitalismo... Todo territorio ‘comunista’ constituyó y constituye, de nuevo pese a sus horrores y fracasos, como apuntó Jameson sobre Cuba, un ‘territorio liberado’... En lo que se refiere a su contenido positivo, los regímenes comunistas (...) abrieron el espacio de la expectativa utópica... Lo que los disidentes anticomunistas tienden a pasar por alto es que los propios presupuestos esenciales en los que ellos mismos se inspiraron para criticar el terror se generaron y sustentaron gracias a la ruptura comunista” (Slavoj Zizek, “Cuando el partido se suicida”, New Left Review).
7 Los buenos chistes y los malos chistes tiene algo en común: no hay nada que agregar. El lector decidirá cómo le cae el stalinismo de esta reivindicación del “socialismo real” (¿le vendrá de ahí el amor por loReal?) y su identificación del proyecto revolucionario de autonomía con el comunismo. Pero en cualquier caso no hay nada que agregar. ¿Qué imagen hacernos finalmente de Zizek? Él mismo en la entrevista nos ayuda, hablando de sí con su don para las metáforas. Junto con la seductora figura de Zizek el Mago, el brillante prestidigitador retórico, es preciso hacer lugar a esa otra figura que, a falta de conejos para sacar de la galera, va endureciendo su verborrágico discurso hasta poner en escena un nostálgico y paródico fan de Fidel Castro.
Andreas Kalivas es doctor en Teoría Política y profesor en la Universidad de Columbia, de Nueva York. Fernando Urribarri, psicoanalista argentino, es director de la revista Zona Erógena.
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