› Por Jaime Roos
Fue el primer ídolo uruguayo de mi infancia. Antes de Los Shakers, yo tendría ocho años, lo vi tocar en Peña de Jazz, calle Convención, Montevideo, llevado por mi tío Georges. No se trataba únicamente de su música. Había en él una aureola estelar, carisma, estilo, fuera de lo habitual. Los Shakers, de quien Hugo tanto maldice, en mi escolar ranking personal eran la segunda banda mejor del mundo luego de Los Beatles. Años después, analizando el fenómeno, supe que habían sido un invento de la industria como sucedáneo criollo de los “genios de Liverpool”. Pero Hugo no pudo con su vida y creó canciones maravillosas en esa época, que trascendieron ampliamente la maniobra comercial.
Crecí, maduré y comencé a llevar adelante mis canciones. Allí Hugo (junto a Mateo, Rada, Urbano, su hermano Osvaldo, los grupos El Kinto, Tótem, Opa) se convirtieron en una enorme influencia que me marca hasta el día de hoy. Sin los Beatles y ellos (y algunos pocos más), no estaría donde estoy, mi vida vaya uno a saber adónde hubiera ido a parar.
Hugo Fattoruso, ya a fines de los ‘60 se había posicionado como el mejor sintetizador del mundo. Si bien es un grande como pianista, como tecladista electrónico no hubo ni hay uno como él. Logró combinar la genialidad musical netamente jazzística (la improvisación), con un manejo sorprendente (se podría tildar de inexplicable) de la máquina. Y al mismo tiempo desarrolló su veta compositora, claramente anunciada por los Shakers, y confirmada en su período en EE.UU. (los ‘60) y luego en Brasil (los ‘80).
Por esas épocas, aprovechando sus fugaces visitas al Uruguay, tuve la suerte y el honor de invitarlo a mis discos (Mediocampo, 1984, fue el primero), y hasta el día de hoy, nunca más publiqué un disco sin que él participara al menos en alguna canción. Tuve a partir de allí la ocasión de conocerlo, de trabajar juntos, de hacernos amigos, de contar con él como invitado especial en mis bandas durante largos períodos. Y es una de las mejores memorias que guardo de mi vida musical. Hugo es un fuera de serie. A él le va a molestar que yo escriba esto. Su espiritualidad enorme y humilde quizá se irrite. Pero qué le voy a hacer, es lo que siento. No en vano es tremendamente querido en los diferentes lugares en que se movió.
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