Domingo, 29 de agosto de 2010 | Hoy
Por Victor Hugo Morales
Era un hombre extraordinario, sumamente inteligente, sin vueltas para decir lo que pensaba. Está en el podio de los cinco o seis grandes de la radiofonía, y lo digo pensando en Mareco, Larrea, Carrizo, Cacho Fontana, Soldán, una especie de sexteto de oro de nombres que ahora se me ocurren. Quizás haya sido el más revolucionario y personal de todos ellos, en cuanto a un manejo de la radio como un hecho integral en el cual lo grabado convivía con lo que se hacía en vivo: la tarea de operación tenía que ver con otro talento que él desarrollaba al tiempo que hablaba. Creó un mundo fascinante a través de eso.
Diez días antes de que muriera había sido su cumpleaños y pedí encarecidamente al equipo de producción que los móviles fueran a verlo, pero a veces uno pide y de repente surge una de esas porquerías que tenemos que documentar, parece que no me dieron ni bolilla. O a lo mejor no supieron encontrarlo, porque estaba internado. Cuando supe de su muerte me vi en una playa de Colonia, años ’60, cuando decía aquello de “Otro más que clavó la sintonía”, y me encontré con la pena que se siente ante personas de estos valores, emparentadas además con lindos recuerdos de nuestras mocedades. Y me inspiró un rechazo muy grande la soledad evidente y la pobreza en la que murió, no me parece justo para un hombre que fue un gran trabajador. Pero eso hace a cuestiones impenetrables para mí: por qué le pasó.
Tenía una voz maravillosa y una impostación muy especial. Y tenía un gran respeto por la palabra, por su relación con los silencios, con la buena vocalización. Por los tonos que a través de una risotada o de una risita leve, matizando su discurso, podían significar una parte muy importante de lo que estaba diciendo. Manejaba eso como nadie. Era un verdadero maestro.
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