Domingo, 9 de enero de 2011 | Hoy
La danza de los condenados: una saga en la que entran y salen amigos, novias, fantasmas y amaneceres.
“¿Cuándo comenzaste a transitar el camino de las viñetas?”, pregunta el conductor del programa de radio. “Desde muy chico”, contesta el protagonista de La danza de los condenados. “Primero registraba anécdotas de la familia, o hacía realidad en el papel deseos imposibles, por ejemplo el de tener como mascota un extraterrestre. Luego, de adolescente, registré mis problemas con las mujeres.” En ningún otro momento de lo que denomina una “autoficción”, Fernando Baert es más su propio personaje –o viceversa– como en ése de la entrevista radial de la delirante La danza..., la historieta tal vez menos ambiciosa y al mismo tiempo más lograda de un año lleno de historietas como el del año pasado. Animador de la escena nicoleña, formando parte del colectivo Aquelarre, Baert es –como el protagonista de su historieta– un profesor del colegio secundario (“Siempre de negro, el profe”), que deambula por la vida acompañado de amigos, ex novias y familiares. A medio camino entre Woody Allen y Mi novia y yo, aquella historieta de Robin Wood y Carlos Vogt, La danza... es una pequeña maravilla en cuadritos, divertida como pocas y al mismo tiempo tan cotidiana, que todo resulta al mismo tiempo reconocible e irreal. Con un dibujo casi infantil y desenfadado, Baert dibuja sus pequeñas revanchas contra el hastío universal –como lo describe Javier Hildebrandt en el prólogo– en forma de fiesta, con alguna que otra pitada y trago de más. “Creo que podría hacer sólo esta serie el resto de mi vida, porque en ella están todos los amigos y amores de mi vida real representados en cada personaje”, revela Baert. “Se llama La danza porque para mí eso es la vida: una danza en la que cada uno está condenado a hacer algo, a veces muy a su pesar.”
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