“Fui yo quien le obligó a ponerme en sus películas, él nunca pensó en mí como un actor”, dice sin vueltas Santiago Segura cuando se le pregunta sobre los inicios de su amistad con Alex de la Iglesia. Así fue que éste le dio el papel del desgreñado metalero José Luis, “satánico y de Carabanchel”, en su segundo largo, El día de la bestia (1995). El primer encuentro entre ambos había tenido lugar en el festival CinemaJove de Valencia, a donde ambos concurrieron con sus respectivos cortometrajes. “La primera vez que nos vimos yo iba de pantalón corto y con un maletín como de ejecutivo al que le había puesto un cartel que decía ‘dirección’, que encontré en la basura. Alex vio esa imagen y quedó subyugado. Le pasé mi corto, le felicité por el suyo y empezamos a hablar. El llevaba Mirindas asesinas, que era justo lo que yo quería hacer, el que yo llevaba era una basura en Súper 8, Relatos de medianoche.” Aquel corto, al igual que sus más famosos Evilio y Evilio vuelve, y Perturbado (1993), que le valió a Segura su primer premio Goya, fueron editados informalmente por él mismo en un casete compilatorio titulado JIStory (como la compilación de Michael Jackson, pero con J), del que distribuyó 666 copias en tiendas de comics y videoclubes, para luego encontrarlo pirateado, como se hacía con el viejo VHS, con carátulas fotocopiadas, en distintas partes del mundo.
La asociación con De la Iglesia se extendió en un papel menor en Perdita Durango y el coprotagónico de la gran Muertos de risa, el cuento cruel y oscurísimo de la relación entre los integrantes de una dupla cómica (el otro era El Gran Wyoming) que termina con ambos muertos sobre un escenario. La película fue un inesperado fracaso de público y crítica en España, pero no fue eso lo que llevó a Segura y a De la Iglesia a distanciarse por casi ocho años. Lo que afectó la amistad entre estos dos grandes renovadores del cine español fue en rigor el éxito descomunal del primer Torrente: De la Iglesia declaró pública y desembozadamente su envidia por la popularidad de su actor, y esto resintió la colaboración durante el rodaje de Muertos de risa. “Trabajar con él es difícil, porque está muy loco y es muy gracioso, y entonces a cada rato cree que puede mejorar la película cambiando los diálogos o algunas escenas. Y, como además cobra muchísimo dinero, no le puedes decir: ‘¡Bastardo, ya calla y di el puto texto!’”, dijo De la Iglesia en su momento, a lo que Segura respondió: “Bueno, es que a Alex le gustaría ser siempre el que más cobra; y si alguien cobra como él, que sea ejecutado inmediatamente. En los rodajes le digo que se convierte en un pequeño Hitler, o un pequeño caudillo, siempre con el pequeño delante para que no resulte tan ofensivo. Yo digo que Alex de la Iglesia es un genio, pero un genio endiosado: no soporta que alguien pueda tener una idea distinta de la suya. Yo actué en todas sus películas, pero no quiso ni dejarme un cameo en la que acaba de hacer, La comunidad. Pero ya sabes: es difícil trabajar mucho tiempo con un amigo, y en este momento estamos un poco distanciados. Ya no compartimos cama”. Sin embargo, hace una semana le decía a Radar: “Lo cierto es que yo le he dicho: ‘Alex, tienes infinitamente más talento que yo como director, la crítica te adora, estrenas tus películas en medio mundo. ¿Cómo puedes tenerme envidia? Yo te quiero como a un hermano, y la verdad es que no ha pasado nada: ve al psicólogo’. Pero, bueno, el resumen es que ahora hemos vuelto a reunirnos felizmente. Trabajé en su nueva película, y lo disfruté muchísimo porque es una participación breve, y sus rodajes son muy duros, de repente tienes que ir corriendo desnudo por el bosque y cosas así”.
El reencuentro se produjo unos tres años atrás, y Segura no sólo interpreta brevemente a un personaje conocido como El Payaso Tonto –en el salvaje relato que arranca durante la Guerra Civil española, que De la Iglesia ha titulado Balada triste de trompeta y que se anuncia en la Argentina para principios de junio– sino que ya rodaron juntos otra, coprotagonizada por Salma Hayek: La chispa de la vida.
Otro asunto bien distinto ha vinculado a Segura y a De la Iglesia recientemente. Digamos que, si hoy uno quiere ver los inicios de Segura compilados en JIStory, lo que tiene que hacer es bien fácil: bajarlo de Internet. Un tema polémico, claro, en especial en este momento en que buena parte de España sigue los primeros pasos de la implementación de la Ley Sinde, es decir, la Ley de Economía Sostenida, conocida por el nombre de su impulsora, la ministra de Cultura, Angeles González-Sinde, que entre sus objetivos tiene la persecución de las páginas web que permiten la descarga ilegal de archivos digitales (música, películas, libros). Meses atrás, De la Iglesia renunció a la presidencia de la Academia Española de Cine, en abierto desacuerdo con la Ley Sinde, y en un acto de coherencia y honestidad reconoció que él mismo bajaba películas de Internet. “Yo también me identifico con los internautas”, dice Segura. “Creo que cuando no tienes acceso a algo, tiene sentido bajarlo. Yo busco discos descatalogados, que de pronto –¡pum!– aparecen en Internet. Me gustaría poder recompensar de alguna forma a gente que me da ese gran placer con esa música maravillosa, de tipos que por ahí están muertos hace tiempo y que ninguna empresa ha sido tan amable de volver a hacer disponibles. Entiendo que otra cosa es cuando se trata de algo que se comercializa, pero está todavía en vías de recuperación, porque si perjudica la marcha comercial de una película y hace que la inversión no se recupere, es complicado.”
“Yo hablo con muchos internautas y así como me he bajado música, me he preguntado por qué tengo que aguantar para bajarme un episodio de una serie que estaría dispuesto a pagar. Me meto en iTunes para bajarme un episodio de Lost y me dice que ‘no está en territorio norteamericano’. Y yo digo: ‘Ya, voy a pagar 3,99’, o lo que cueste, pero no me dejan porque los derechos han sido vendidos, y tengo que esperar entonces a que la doble la televisión de España y verla con voces espantosas. Llega un momento en que decimos: ‘Coño, o lo hacemos bien o qué’. Como presidente de la Academia, Alex se ha visto entre la espada y la pared: es terrible, pero somos cineastas y a la vez nos sentimos más identificados con los internautas que con unos políticos que, durante los siete años que han estado en el gobierno, no han hecho ningún tipo de ley para reglamentar las transacciones digitales. Como esto es una economía sumergida, los que se benefician de las descargas son las teleoperadoras, las telefónicas. De alguna forma, creo, debería pagar el que se beneficia: si tú no le pagas a Spielberg por ver su película, pero le pagas a Telefónica por descargártela, Telefónica le tiene que pagar a Spielberg, y así se triangulan las ganancias de manera que nadie salga perjudicado. Tienes 50 megas de banda ancha en tu casa porque puedes bajarte películas, porque probablemente si no pudieras bajarte películas, te dirías: ‘¿Para qué quiero 50 megas, si para mis e-mails y mis cosas con un mega me basta?’. Y entonces se perjudicarían las teleoperadoras.”
También es cierto que hoy mismo puede descargarse una copia de Torrente 4, tomada en un cine con una videocámara, pero es una experiencia horrible: la imagen es pésima y el sonido bordea lo incomprensible. Segura no pontifica, cree simplemente que hay que ofrecer más y mejor, y discriminar las diferentes situaciones. “A Torrente 4 hay que verla en pantalla grande en 3D y rodeado de gente porque, como con cualquier comedia, no es lo mismo reírse rodeado de 60 personas que solo, en tu casa. Pero si en unos meses en Colombia se anuncia que Torrente 4 no se va a estrenar nunca en cines y el que quiere verla no tiene posibilidades de comprarse el DVD, no se puede demonizar al tipo que la descarga. Al contrario, estoy muy agradecido porque está interesado en mi trabajo y quiere volverme a ver. Y Alex y yo decimos: la política para los políticos y nosotros vamos a seguir haciendo cine, que es lo que nos gusta.”
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