Dom 22.05.2011
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Piratas y sirenas

› Por Alfredo Garcia

El problema básico de las películas de piratas ya desde los más antiguos inicios del género en el período mudo (con clásicos como The Black Pirate con Douglas Fairbanks) es que Hollywood casi nunca podía representar en la pantalla a un antihéroe sin ningún tipo de escrúpulos. Por eso en general los piratas de Hollywood solían ser no auténticos piratas, sino más bien infiltrados para vencer a los forajidos del mar desde adentro de sus oscuros buques. Una rara excepción fue La mujer pirata (Anne from the Indies), de Jacques Tourneur, donde Virginia Mayo, probablemente por culpa de su ambigua sexualidad, ataba a gente a diestra y siniestra tal como se corresponde realmente con los hechos históricos.

Pero la saga de Piratas del Caribe no se basa precisamente en hechos históricos: la película original fue probablemente el primer film en basarse en un juego mecánico, es decir la atracción mezcla de tren fantasma y montaña rusa acuática del parque de diversiones Disneyland. La atracción en cuestión, Piratas del Caribe, fue una de las primeras en entrar en funcionamiento en el primer parque de atracciones de Disney en California. El público se subía a un carrito típico de juego mecánico de parque de diversiones que iba por unos túneles oscuros y siniestros, y luego de caer por un par de cataratas vertiginosas deambulaba por un pueblo antiguo tomado por asalto por una banda de muñecos mecánicos, especie de cruza entre maniquíes y androides primitivos caracterizados como piratas. Había divertidas escenas de torturas, siempre con algún toque cómico que las hiciera más simpáticas y apropiadas para el entretenimiento familiar. Un ejemplo: un pirata corría desesperado de lujuria a una doncella alrededor de un aljibe. A su lado, de manera similar, un gallo perseguía infructuosamente a una gallina.

De hecho, el argumento, si así se lo pudiera llamar, o más exactamente el tono de esta atracción mecánica de parque de diversiones, en verdad era más dark en violencia y humor macabro que la increíblemente inocua primera película de la saga del Capitán Jack Sparrow. Lo mejor del film era modelar el personaje protagónico a imagen y semejanza de Johnny Depp, sin olvidar al menos simpático capitán pirata que sigue encarnando hasta ahora el talentoso Geoffrey Rush. Pero más allá de un leve toque fantástico que ya se evidencia en el título (Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra) la trama del film de Gore Verbinski era una especie de comedia de enredos bastante ñoña, donde el verdadero protagonista era Orlando Bloom, que intentaba recuperar a su novia Keira Knightley de las garras de los bucaneros. Al final, Johnny Depp lanzaba una frase que parecía agregada por él al guión: “¡Este sí es un desenlace ecuménico!”, casi una autoburla de lo pacífico de una película de piratas realmente muy poco cruenta.

Luego de este inicio muy poco feroz, Verbinski apretó las clavijas en los elementos terroríficos para las dos siguientes y mucho mejores entradas en la saga, con sus ejércitos de zombies acuáticos y monstruos de las profundidades (Piratas del Caribe: El cofre de la muerte y sobre todo la tercera parte, Piratas del Caribe: en el fin del mundo, en la que también aparecía un pirata oriental interpretado por el inigualable Chow Yun Fat –El héroe de los policiales chinos de John Woo–. La saga no sólo ganó en efectos especiales, algunos realmente memorables, sino también en el clima oscuro que debe esperarse del género.

La nueva Piratas del Caribe: Navegando aguas profundas –dirigida por Rob Marshall–, estrenada el jueves pasado en los cines argentinos, es la que mejor equilibra las andanzas bucaneras con los elementos sobrenaturales. La historia narra los esfuerzos de tres expediciones distintas por llegar primero a una mítica fuente de la juventud. Una expedición es española, otra pirata a cargo del temible Barbanegra (Ian McShane en una gran caracterización) con su hija Penélope Cruz y su ex novio Jack Sparrow prisionero de una tripulación medio zombificada, y por último una inglesa pero al mando del pirata Geoffrey Rush con una pata de palo y terribles deseos de venganza.

Esta es la primera película 3D de la serie, el efecto estereoscópico se disfruta especialmente durante la escena del encuentro de los piratas con las sensuales pero peligrosisísmas sirenas, cuyas lágrimas son indispensables para el ritual de la vida eterna. A diferencia de la tradición clásica, estas sirenas seducen a los marinos y los arrastran al fondo del mar, donde los devoran con sus afiladísimos dientes, pero en esta superproducción de Disney hay lugar hasta para una rara historia de amor entre un predicador y una de las sirenas freaks. También vuelve a aparecer en un cameo Papá Sparrow, es decir el Stone Keith Richards, justo para hacer chistes sobre la evidencia que da su castigado rostro de que jamás ha pisado la fuente de la juventud.

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