Este es un momento que me encanta de La ciudad de los puentes obsoletos, que es cuando el protagonista se encuentra con los gigantes que duermen en la orilla. Pero en realidad me gustan los momentos en que Federico humilla con el dibujo, y son fáciles de encontrar. La historia es como un Alicia en el País de las Maravillas, pero visitada por Tom Waits y Allen Ginsberg, una ensalada que solamente este pibe podía hacer. Nunca llegó a ver Posters, la historieta por entregas que yo hacía en la revista Hecho en Buenos Aires, pero me parece que las historias se parecen, en el sentido de que le íbamos poniendo obstáculos a nuestros personajes, y después teníamos que saber cómo resolverlos, sea como fuese. El resultado es una mezcla de poesía con pesadilla, una poesiadilla, digamos. Una palabra medio fea, pero que resume muy bien la trama y lo que genera en el lector.
Lo conocí, como a Power Paola, a través de su web. Y como me pasó con ella, primero pensé: qué capos estos tipos, qué lejos que estamos de ellos. Porque pensaba que eran anglosajones, pero cuando me puse a leer la letra chiquita me di cuenta de que eran de los nuestros. Cuando lo conocí, Federico tenía 24 años, y yo no podía creer lo bien que dibujaba. Las páginas que tenía en su blog eran como condoricosas, pero de una realidad alternativa, sin ningún remate que merezca un plop. Desde entonces empecé a preguntarle si no estaba escribiendo algo largo, y que lo quería leer y eventualmente publicar. Sabía que había otra editorial atrás de él, así que cuando quedó libre dije mío: listo, ¿cuándo querés que salga? Pero al final lo cagamos, porque él quería editar su primer libro antes de cumplir 30 años y le arruinamos la fantasía, porque por un problema de imprenta recién estuvo listo dos semanas después.
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