Dom 22.01.2012
radar

De Rusia con amor

La más excepcional de las historias del libro de Goldberg es probablemente la más excepcional de la historia de los videojuegos: la del Tetris. El marco: la Guerra Fría. En 1984, Alexey Pajitnov, fanático de Bond y de los juegos de rol, estaba obsesionado con una idea: crear un juego “abstracto”, en el que no hubiera ni puntajes, ni metas, ni reglas, ni ninguna otra cosa que piezas geométricas cayendo. Una concepción sencilla, depurada y adictiva. Y esa idea fue la que a base de insomnio, programó en la Rusia comunista mientras trabajaba en el área de Inteligencia Artificial del Centro de Computación de Dorodnitsyn, el mayor instituto de investigación de la Academia Rusa de Ciencias en la era soviética. El Tetris comenzó a circular por Europa; primero una compañía húngara obtuvo sus derechos para la PC de IBM, luego la casa inglesa Andromeda se lo apropió, llegando a vender licencias que no tenía, poniéndose en el centro de algunas de las muchas disputas legales que disparó el juego. En 1988, el gobierno soviético comenzó a promocionar por su cuenta los derechos del juego (que le pertenecían), combatiendo a las empresas que se habían arrogado en el mundo el derecho a fabricarlo, e instalando a la Rusia de Gorbachov en el centro de uno de los juegos favoritos del capitalismo: las disputas legales por licencias comerciales.

Un año más tarde, Henk Rogers, un diseñador de videojuegos nacido en Holanda pero criado en Estados Unidos y por entonces afincado en Japón, se obsesionó con licenciar el producto para Nintendo, justo cuando la compañía estaba por lanzar el Game Boy, una consola del tamaño de una calculadora científica. ¿Por qué la compañía que con Mario había llenado sus arcas debería mutar de su lúdico plomero a la abstracta evolución de un juego de mesa con piezas geométricas? Rogers dio una respuesta propia de un visionario: “Si quieren que los videojuegos sean usados sólo por los niños, usen a Mario. Si quieren que en el futuro todo el mundo los use, usen el Tetris”. La historia de lo que ocurrió a continuación es más bien sórdida. A grandes rasgos: Rogers viaja a Rusia con sólo 90 días para obtener la licencia. La madre patria le responde con un tremendo retruco: “Dennos la posibilidad de hacer Nintendos en Rusia”. Ahí es donde todo se mezcla y los resultados finales admiten varias versiones: 33 millones de Game Boys vendidos de entrada, la popularidad del Tetris (para muchos, el mejor videojuego de la historia), la prueba científica de que el Tetris mejora la velocidad del pensamiento, y Pajitnov, diez años después, viviendo a sus anchas en Estados Unidos.

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