> EL AUTOR DE LA BIOGRAFíA DE WATERS ESCRIBE SOBRE THE WALL
› Por Sergio Marchi
Una pared puede ser un obstáculo. Una pared puede ser un lienzo en blanco. Una pared puede ser, también, una metáfora perfecta. The Wall es todo eso y a la vez no lo es. Por un lado, se trata de una ópera-rock de índole freudiana y que respeta todas las convenciones del género, pero también es una descarga catártica que Roger Waters utilizó para poner en carne viva algunas de las cosas que perturbaban su mente. Es muy fácil caer en el psicoanálisis salvaje que detecta de inmediato al padre muerto en la guerra, y el dolor de crecer con su ausencia. En estos días en que las Islas Malvinas han recobrado vigencia en la agenda cotidiana con el reconocimiento explícito que Waters hizo de la soberanía argentina, también es directo el vínculo entre el antibelicismo y la obra. Pero la gracia de The Wall, como buena pared en blanco, es que cada uno puede escribir el graffiti que se le antoje: el del chico aislado, el de la educación masificante, el de la madre que corta alas y sobreprotege. Todo eso es verdadero pero también se convierte en una pared que oculta cosas. ¿Qué es lo que dice esa pared sobre Pink Floyd y cómo se inscribe en su historia?
Por lo pronto, está el origen de The Wall en esa famosa presentación en Canadá donde Roger Waters, fastidiado por una barra bullanguera, escupe a uno de ellos en señal de desprecio y fastidio. El hombre soñó en ese instante su mágico muro; una superficie perfecta que lo protegiera de la estupidez de los fanáticos y lo aislara de todo público. Lo que no siempre se trae a colación es que esa pared era un mensaje también para su propia banda: Roger Waters se quería aislar de Pink Floyd. Hacía tiempo que se había recortado de la atmósfera grupal, volando alto, lejos y solitario, como el cerdito que se transformó en ícono mientras flotaba entre las chimeneas de la Battersea Power Station que ilustró la tapa de Animals. Roger se había refugiado en su segunda esposa, Carolyne, y trataba de permanecer lo más distante posible de David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason. Justamente fue Carolyne quien le presentó a Bob Ezrin, un personaje clave en la historia de The Wall.
Nunca se sabrá a ciencia cierta, pero hoy, a treinta años de su construcción y con los arquitectos desparramados por el mundo, da la impresión que sin Bob Ezrin The Wall no habría podido concretarse, al menos como disco de Pink Floyd. La aparición de Ezrin en escena sucede una vez que la banda hubo elegido mayoritariamente a The Wall frente a la otra opción ofrecida por Roger Waters, The Pros And Cons Of Hitchhiking, que finalmente grabó en carácter solista. Waters pensó en Ezrin, que ya había trabajado con Alice Cooper, Kiss, Aerosmith, Peter Gabriel y Lou Reed, porque necesitaba a alguien con quien confrontar ideas y sentía que el resto de Pink Floyd carecía del input creativo necesario como para estimularlo. Durante la grabación de The Wall, Bob Ezrin no sólo aportó ideas musicales sino que fue el intercomunicador entre Waters y Gilmour. Su tarea no pudo impedir que Roger colisionara con Rick Wright, que estaba pasando un complicado momento personal, y que no lograba satisfacer las demandas de Waters. La situación se resolvería con su partida del grupo. La situación también amenazó la banqueta del baterista Nick Mason, a quien Waters salvó por su vieja amistad.
La grabación fue un proceso tortuoso por varias razones. Algunas tenían que ver con cierto absolutismo por parte de Waters, que estaba poco receptivo a ideas ajenas, y otras con la circunstancia del grupo que había entrado en bancarrota gracias a los servicios de sus consejeros financieros, que invirtieron en capitales de riesgo. Como la propia palabra lo indica, el riesgo mutó de posibilidad en certeza, y el fisco inglés, un cuco temible para las estrellas de rock que ganan mucho dinero, amenazó con comerles no sólo el capital disponible sino también el que invirtieron y perdieron. De esa manera, Pink Floyd tuvo que emigrar y las grabaciones se hicieron en Francia. Ezrin había tomado la precaución de establecer su morada a unos cuantos kilómetros del estudio, lo que estableció en él una tendencia a la impuntualidad, cosa que Waters, como buen británico, le reprochó de inmediato. Ese hábito se incrementó con cierto comportamiento de rock star al que Ezrin era propenso en aquellos tiempos. Pese a lo quisquilloso que era Roger con el resto de sus compañeros, no solo toleró ese comportamiento de Ezrin, sino que años después lo convocaría para que produjera un disco solista suyo; grande fue su enojo al saber que Ezrin lo dejó plantado para producir nada menos que... al Pink Floyd de David Gilmour.
Una oferta del sello grabador (CBS en aquel entonces y en Estados Unidos) aceleró la locura que de por sí corría veloz en el seno de Pink Floyd: aumentarían las regalías de la banda si el disco estaba listo para ser editado en la Navidad de 1979. La bancarrota hizo que el grupo aceptara el trato, por lo que se inició un proceso de grabación paralelo en Los Angeles, que incluyó el trabajo de Michael Kamen como orquestador en Nueva York. The Wall se finalizó contra reloj para poder realizar una escucha formal ante los ejecutivos de CBS, que quisieron dar marcha atrás con el ofrecimiento de incrementar el porcentaje de regalías amparándose en que el disco iba a ser doble. Como corresponde a una obra que de por sí venía con cierta claustrofobia incorporada, un clima de paranoia se instaló en el seno de Pink Floyd; el grupo tomó inauditas medidas de seguridad ante la posibilidad de un robo de las cintas por parte del sello. Waters ya había amenazado con tirar el proyecto abajo si Rick Wright no se iba de la banda, y volvió a repetir la acción cuando CBS no quiso cumplir con su palabra. En su excelente biografía Inside Out: A Personal History Of Pink Floyd, el baterista Nick Mason bromeó con una contraseña que el grupo había adoptado para evitar infiltraciones. La frase mágica era: “¡Hola! ¡Soy de CBS Records!”.
Toda esa angustiante guerra de nervios que implicó la grabación de The Wall terminó en el momento en que el disco fue editado y “Another Brick In The Wall (Part II)” se convirtió en un número uno. Pero al tiempo que la obra era aclamada mundialmente, otra batalla se reanudaba: la vieja disputa sobre quién era Pink. A treinta años de The Wall, Roger Waters pudo llegar a término con la patria potestad compartida con Gilmour y Mason sobre la marca Pink Floyd: él se quedaría con los derechos de uso de casi todo The Wall y The Final Cut y ellos con el nombre. Pero lo más interesante resulta ser que un hombre que alguna vez pensó en aislarse, encontró en su propia pared una llave que le permite conectar en varios niveles con millones de personas en el mundo entero. Lo que alguna vez sirvió para dividir hoy es una herramienta de unión y, hasta se podría decir, redención para un hombre que nunca imaginó que un muro que ideó hace más de tres décadas podría resistir tanto tiempo y convertirse en un símbolo mundial.
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