UNA VISITA GUIADA A LOS BONUS, LAS RAREZAS E INéDITOS
› Por Rodrigo Fresán
La respuesta a semejante pregunta es sí, claro.
Y paren las rotativas y detengan la construcción del muro.
Porque la buena nueva es que la flamante edición remasterizada de ese otro ciclotímico y polimorfo y perverso white album que es The Wall –en el contexto del relanzamiento floydiano Discovery/Experience/Immersion; ésta última sumando siete expansivos compactos y muchas libras a pagar– viene, en su encarnación Experience y más acorde con nuestros presupuestos, con todo un tercer cd de demos. Y, se sabe, Pink Floyd –obsesiva y regrabadora en los estudios– nunca fue muy dado a mostrar backstages, making of e intimidades de cómo hicieron lo que sólo ellos hicieron.
Así, bienvenidos al secreto de 75 minutos y 27 ladrillos más en la pared ordenados cronológicamente –lo que permite apreciar cómo iba progresivamente creciendo una misma canción ahí dentro– repartidos en tres programas de demos en banda (y, por supuesto, los demos de Pink Floyd suenan con una calidad que supera en mucho a la de las mejores grabaciones oficiales de epígonos de cabotaje como Radiohead, The Flaming Lips, y afines y desafines varios).
Y abundan las sorpresas: letras alternativas, atmósferas reformuladas (nuevas risas y ruiditos floydianos aquí y allá), una de las voces (yendo del whisperer al screamer sin escalas) más personales e inconfundibles del pop, temas inéditos y descartados, y variaciones que dan fe y hacen creer lo que siempre se creyó, lo que nunca dejó de creerse. The Wall es –junto a The Kinks Are The Village Green Preservation Society de The Kinks y Quadrophenia de The Who– una de las cumbres indiscutidas del álbum conceptual solipsista con líder vampirizando a su banda y enloqueciendo a su entorno con la por momentos instrasferible grandeza de su visión. Un psycho-ego-trip en toda regla: música para arrojar televisores por las ventanas de hoteles; más allá de que –por estas noches y desde hace años– Waters haya universalizado todo el asunto con más bien obvias e innecesarias referencias a la injusta escena internacional y un compromiso político que en más de un instante huele a new age à la Manu Chao. Lo siento, Roger pero tu wall no puede ser, también, el Muro de Berlín. Y todo esto se narró en libros insoslayables, con pericia de C.S.I., en Pigs Might Fly: The Inside Story of Pink Floyd de Mark Blake (2007) y con sarcasmo británico por el baterista Nick Mason en su por momentos desopilante (y los turbulentos tramos dedicados a The Wall se encuentran entre los más “graciosos” y “divertidos” de su memoir) Inside Out: A Personal History of Pink Floyd (2004).
Y los conflictos pasan (o no) pero la música permanece.
Y qué música...
A destacar: las sucesivas versiones casi unplugged de “Another Brick in the Wall, Part 2 / Part 3”, un “Empty Spaces” más cercano a las texturas del “Welcome to the Machine” en Wish You Were Here, un “Young Lust” más funky y efectivo que evoca al Floyd de Meddle, dos versiones de “Mother” que demuestran que madre no hay una sola, la gran novedad bluesy de “Sexual Revolution”, un “Young Lust” de aires casi weill/brechtianos, el “Backs to the Wall” incorporado posteriormente a la versión live pero ausente en el original y, por supuesto, lo que ya sabíamos: “Comfortably Numb” (aquí todavía llamada “The Doctor”, muy breve, pero con estrofas nuevas) es la cumbre colaborativa de Waters & Gilmour a la altura del “A Day in the Life” de Lennon & McCartney.
Digámoslo así: lo más parecido a tener, de pronto y sin aviso, un nuevo disco de Pink Floyd para sumar a todos esos otros discos de Pink Floyd que, claro, nunca serán viejos.
Aquí y ahora, The Wall es todavía más alta.
Y ya era altísima.
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