› Por Juan Carlos Kreimer
Cuando te piden o escribís una nota para un medio gráfico casi siempre se te cuela un grado de formalidad, de lógica de seguimiento, cierta argumentación sustentando lo que querés decir. Cuando escribís porque no podés contener el deseo de sacar, como salga, lo que te bulle adentro, surge un torrente de frases más viscerales, más caóticas, no siempre comprensibles ni publicables. Los fanzines se armaban con vivencias, informaciones, revelaciones y reclamos surgidos desde esta modalidad.
Los punks no inventaron el fanzine; entre los seguidores de cada grupo siempre había uno o una que se ocupaba de volcar esos reflujos en páginas dobladas al medio. No lo hacían para subirse a su estela. Ni porque era fácil. ¡No podían dejar de hacerlo! No se quedaban en el yourself del do it yourself. Acompañaban el deseo (el torrente) y, antes de convertirlo en pensamiento, ya lo habían puesto en acción. Escribir de esa manera, sin saber a dónde los llevaban las palabras, sin retocar, pegar las tiritas, fotocopiar, llevarlo siempre en el morral, dejarlo en algunas disquerías, venderlo/regalarlo a la salida de un recital, todo era parte del acontecimiento y la provocación. Muchos periodistas de la época intentamos copiar su tono, esa espontaneidad y sin esa autocensura que el escribir profesionalmente nos había hecho olvidar. Pero igual, aunque nos zarpásemos sobre las Olivetti, nuestros textos se mediatizaban no bien pasaban a la tipografía de una revista o diario.
No pude leer toda la antológica Resistencia de Patricia. Quince años de tal intensidad no da para leerlos de un tirón. Pero cualquiera de las abarrotadas páginas en las que –lupa en mano– fui entrando en estos días, me revivió lo que fue cada momento, aunque no hubiera estado ahí. Así como Resistencia tuvo su empuje, y no desapareció al cuarto o quinto número, ahora devino un libraco al que necesariamente tendré que volver cada vez que quiera conectarme con el punk porteño de ese período.
Algo más: la autoedición. El no depender del sí de un editor que se hace cargo de los costos y la circulación, que impone su estética y lo vuelve otro producto de su catálogo, el haberse animado a publicarlo por fuera del sistema, bancado por Carlos Nekro (chapeau, colega), y difundirlo mano en mano, sin pretender otra cosa que “compartir registro impreso” y recuperar los costos, vuelve más coherente el contenido de los ejemplares compilados. Sin que se lo hayan propuesto, potencia los mensajes de Patricia Pietrafesa y Marcelo Pocavida y Martín Sorrondeguy y Pilar Arrese y Fidel Nadal y los cientos de cronistas no deformados por el oficio escribieron para Resistencia.
Mucha sangre roja, como la del logo, brota de su tinta negra. Sangre de libertad, diversión, denuncia, convocatoria, apasionamientos, osadías. De unos y otros. Sirva para mantener despierta la conciencia de que, si seguimos haciéndonos los sotas, lo que se llama a sí mismo Orden Establecido se irá cada vez más al carajo. Y recordarnos que el espíritu libertario del punk es indomable. Entra y sale de la historia en cualquier momento.
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